‘Así hablábamos’, la emocionante y musical obra sobre la muerte y la amistad que homenajea a Carmen Martín Gaite

Creada por el grupo creativo La Tristura que integra la también actriz y directora de cine Itsaso Arana, se representa en el Teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el próximo 24 de marzo

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Imagen de la obra de teatro 'Así hablábamos'
Imagen de la obra de teatro 'Así hablábamos'

Un mes. 29 días. 696 horas. 41.760 minutos. Ese es exactamente el tiempo que queda hasta la última función de Así hablábamos, la obra de teatro que el Centro Dramático Nacional acoge en el Teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el próximo 24 de marzo. Para algunos será poco tiempo, para otros una eternidad, pero lo cierto es que una de esas obras de las que uno no sale de la misma manera que entró. De las que sientes que has visto toda una vida pasar, en el mejor sentido. Una obra que nos recuerda lo extraordinario de estar vivos, que celebra la amistad y relativiza la muerte. En definitiva, una obra que, como bien reza su cartel nada más entrar en la sala, primero nos enseña que “lo raro es vivir”, para al acabar demostrar que no solo es raro sino también lo más valioso que podemos tener.

Irónicamente, Así hablábamos empieza con una muerte. La de Sofía, una joven entusiasta de la música que había montado su propia banda junto al resto de sus amigos, bautizándola como Nubosidad Variable en honor a la escritora Carmen Martín Gaite, punto de unión entre todos sus miembros pero también la figura central que articula la propia obra. La repentina muerte de Sofía es el punto de partida para una historia que no solo homenajea a la novelista salmantina, sino que por el camino consigue conectar con algunas de las inquietudes y problemas de una generación a la que Martín Gaite nunca llegó a conocer, pero con la que parece que su prosa ha conectado más que nunca tanto tiempo después.

Tanto tiempo después, pero de la muerte de Sofía, se reúne la banda que comenzó con ella: Marcos, Anaïs, Ede, Gonzalo, Belén, Fernando, Teresa y Eva. Todos amigos de la difunta, algunos mucho más que eso. Y se reúnen con la excusa de terminar un disco, aquel con el que comenzaron antes de que la tragedia les superase y que, como ellos mismos verbalizan, se les echaran los años encima, como si el hecho de pasar por un episodio tan traumático les hiciese crecer de repente. No lo saben con certeza pero sí lo intuyen: ninguno de ellos es el mismo de antes, pero eso no es necesariamente algo malo o de lo que se tengan que avergonzar.

Imagen de la obra de teatro 'Así hablábamos'
Imagen de la obra de teatro 'Así hablábamos'

Tras un número musical lleno de éxtasis y sentimiento, Así hablábamos cuelga sus instrumentos para sentarse en el sofá y dedicarse a aquello que adoraba Martín Gaite por encima de cualquier disciplina artística: charlar. Después de tanto tiempo sin verse, los amigos comienzan a ponerse al día y es en esas aparentemente livianas e informales conversaciones donde asoman los verdaderos fantasmas de cada uno: el duelo, el desamor, la incertidumbre, la insatisfacción laboral (y personal)... todo ello hábilmente integrado dentro de la trama, que no es otra que la de unos chavales intentando componer canciones. Lo mismo con las propias canciones, que ayudan a entender la personalidad de algunos de los jóvenes que no en vano están interpretados por músicos, como Ede y su emotiva Tranquila o Marcos Nadie y su no te odio.

Pero no iba a ser todo cháchara y música, pues a nivel de planificación y puesta en escena Así hablábamos tampoco se queda atrás. Reinventando la disposición de la Sala Grande del teatro Valle-Inclán, la obra sitúa el escenario en medio de la sala y no al fondo como se hace tradicionalmente, colocando los patios de butacas a cada lado del escenario de forma equidistante y otorgando así a los asistentes una vista panorámica y privilegiada de cada acción, de cada gesto. Porque esa es otra de las grandes virtudes de la obra, cómo uno puede fijarse en cada uno de los personajes que revolotean por su alfombra que en cada uno percibirá un detalle distinto: una caricia, un titubeo, unas manos entrelazadas o una mirada fija que puede decir mucho más que cualquier palabra que se esté cruzando entre medias. Aunque evidentemente todo esté medido hasta el último detalle, la obra traslada como ninguna esa sensación de espontaneidad y frescura de sus personajes, jóvenes cansados por la desgracia pero que dentro aún tienen energías de sobra para saltar y gritar.

Estoy llorando pero estoy contento

Buena parte de mérito de crear esa atmósfera tiene La Tristura, el colectivo de artes escénicas que componen Celso Giménez, Violeta Gil e Itsaso Arana, conocida por aparecer en las películas de Jonás Trueba y quien el año pasado debutó como directora con Las chicas están bien, en la que ya derrochaba esa frescura y naturalidad que aquí permanecen. Tal y como reconocían en una reciente entrevista, ni ellos mismos hubieran pensado hace años que representarían una obra así en el Centro Dramático Nacional, el cual veían como un organismo menos abierto a los jóvenes cuando estudiaban en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático). Pero los tiempos han cambiado, y el CDN con ellos hasta el punto de no solo abrir sus puertas sino también cambiar la disposición de su escenario para permitir a la Tristura y su Martín Gaite entrar en él.

Imagen de 'Así hablábamos'
Imagen de 'Así hablábamos'

Quizá por eso, porque las mentes detrás de la obra han pasado por ese proceso y las que están al frente -todos jóvenes relacionados con el mundo de las artes escénicas de una forma u otra- lo están viviendo ahora, Así hablábamos se siente una obra tan viva, tan de nuestro tiempo aunque recurra a temas tan atemporales y acuda recurrentemente a una escritora que nos dejó hace ya más de veinte años. Su fantasma, afortunadamente, aún sigue presente, y su legado continúa en el de una obra que discurre por muchos caminos y que plantea ideas tan interesantes que es imposible no salir de ella incluso una vez acaba la función. Lo raro sigue siendo vivir, pero mientras dure habrá que aprender a disfrutarlo. Y mientras dure una obra así habrá que aprovechar para saltar, bailar, llorar y gritar con ella. Al fin y al cabo “solo” quedan aproximadamente 41.760 minutos, 696 horas, 29 días, poco menos de un mes. Como decían en aquella película que también celebraba la juventud y la amistad: “La vida pasa muy deprisa. Si no te paras y miras a tu alrededor, te la podrías perder”.

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