Max Fisher: “Las redes sociales explotan nuestros impulsos más negativos y son completamente conscientes, pero no les importa”

El autor y periodista de ‘The New York Times’ denuncia en ‘Las redes del caos’ cómo las redes sociales erosionan el mundo

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El autor y periodista Max
El autor y periodista Max Fisher, en Londres (Ben Quinton/The New York Times)

Los efectos de las redes sociales preocupan desde hace mucho a la población: los estudios científicos sobre la materia apuntan a daños en el desarrollo de los más jóvenes o en la salud mental de la ciudadanía. Pero las consecuencias de estas plataformas van más allá del individuo, como evidencia el periodista Max Fisher. Su denuncia es clara: las redes sociales actúan como una droga, son adictivas para el ser humano y las empresas lo saben “y no les importa”, según cuenta a Infobae España el autor. Esta dependencia, multiplicada por mil, es la causante de las espirales de odio y conspiración que afectan a las minorías, deterioran la democracia e impulsan el extremismo.

En un principio, Fisher no se tomaba tan en serio estas plataformas. “Me decía: ‘es solo una aplicación en mi móvil, ¿cómo de importante puede ser?’”. No fue hasta el 2016, con la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, cuando saltaron las alarmas. “Pensaba que internet había tenido algo que ver: la desinformación, las extrañas subculturas y grupos extremistas que salieron a apoyarle venían de redes sociales”, explica a Infobae España. Lo que finalmente acabó impulsando su estudio, hoy reflejado en Las redes del caos (editorial Península), fue su cobertura en Myanmar sobre el genocidio contra la etnia musulmana de los rohingya.

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“Escuchaba a los periodistas que me contaban que era imposible llegar a la gente con información fiable o basada en hechos, porque Facebook les había desplazado completamente. Incluso lo escuché de personas que participaron en el genocidio, que decían: ‘estamos tan agradecidos a Facebook por enseñarnos la verdad sobre esta horrible minoría en este país y por qué es importante asesinarlos a todos’”. Lo que enseñaban esta y otras plataformas desde su llegada al país en 2012 eran mensajes de odio y desinformación que atacaban a los rohingya. Por mucho que las autoridades intentaron comunicarse con las compañías detrás de estas redes sociales, desde Estados Unidos se hizo oídos sordos a las advertencias hasta que, finalmente, sucedió el desastre.

En 2018, La ONU aseguró que las redes sociales, y en especial Facebook, habían “contribuido sustancialmente al nivel de acrimonia, disensión y conflicto, si se quiere, dentro del público” birmano. Zuckerberg admitió ese mismo año la responsabilidad de la plataforma en la difusión de la violencia étnica y el discurso del odio en Myanmar. Para entonces, ya era demasiado tarde: más de 900.000 personas permanecen desplazadas.

“Cuando el uso de redes sociales se dispara, también lo hace el extremismo político”

Facebook tuvo su papel en Myanmar, pero no fue el único país: Sri Lanka, por ejemplo, bloqueó temporalmente algunas de estas aplicaciones después de que decenas de personas protagonizasen ataques contra mezquitas y tiendas regentadas por empresarios musulmanes.

“Lo que hacen las redes sociales es explotar y sacar ciertos instintos y tendencias que tenemos integrados en nuestra naturaleza, pero sabemos que son negativos”, denuncia Fisher. Son impulsos como la indignación moral o las agrupaciones “ellos contra nosotros”, en las que nos sentimos parte de un conjunto atacado por peligroso grupo externo, los más comunes. “Hemos intentado aprender a controlarlos, pero las redes sociales los explotan y los usan en nuestra contra para engancharnos”, explica.

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Ese deseo innato de sentirse y actuar indignado, especialmente en nombre de un grupo interno contra un grupo externo, es alimentada por la desinformación. “Cuando multiplicas eso por miles de millones de personas, ves en un sitio tras otro que cuando el uso de redes sociales se dispara, también lo hace el extremismo político”, confirma Fisher. Una tendencia que suele darse especialmente en el espectro de la derecha, “porque habla más en un sentido de ‘ellos contra nosotros’”.

Los efectos han sido acusados en el tercer mundo, pero sus consecuencias también se sienten en los países occidentales. Con los años, han surgido de las redes sociales movimientos de indignación que acabaron impulsando las “voces más extremas y conspiranoicas”. “Lo vimos con las protestas de los chalecos amarillos en Francia hace unos años”, recuerda Fisher. De forma más reciente, Europa lo experimenta con las protestas agrícolas: entre sus reclamaciones, destacan por el contraste las teorías sobre chemtrails y el negacionismo del cambio climático. Personalidades como Lola Guzmán, que lidera la Plataforma 6F, claman contra la Agenda 2030 y hablan de las sequías como un plan urdido por “las élites”.

Las consecuencias de estos discursos se vieron claras en Alemania: con la llegada de refugiados se generaron rumores en las redes sociales que les señalaban como una amenaza. Ello derivó en una serie de ataques violentos hacia la población migrante. Un estudio elaborado por la Universidad de Warwick mostró de forma evidente la relación: en las poblaciones con un uso de Facebook mayor que la media, las agresiones contra refugiados aumentaban un 35 %. En cambio, cuando el acceso a internet fallaba en estas áreas, las agresiones disminuían de forma significativa.

“Son completamente conscientes, simplemente no les importa”

Imagen de archivo de Mark
Imagen de archivo de Mark Zuckerberg.

Las plataformas de redes sociales crecen y evolucionan tan rápido que es difícil seguir el ritmo de sus efectos. En sus inicios, se vendían como herramientas liberadoras que traerían “una era de democracia, razón e iluminación”. “Pienso que, cuando lanzaron por primera vez las plataformas, se creían de verdad su discurso, que las redes sociales iban a ser buenas para nosotros”, opina Fisher. Esta idea fue lo que permitió “que lanzasen estos productos de una forma tan temeraria”. “Podían hacer el producto tan adictivo como quisiesen y no importaría porque iban a ser buenos para nosotros”. Pero tras más de una década de rodaje, cada vez están más claras las terribles consecuencias del uso excesivo de las redes sociales y cómo sus algoritmos impulsan estos efectos negativos.

Fisher calcula que fue alrededor de 2018 cuando las propias empresas descubrieron que sus productos eran dañinos. “Comenzaron a pedir a sus propios investigadores internos responder qué les estaban haciendo sus productos a la gente”. Cuando lo descubrieron, no obstante, decidieron no cambiar nada, pues temían que se redujesen los beneficios. “Podemos decir con total seguridad que ahora son completamente conscientes, pero simplemente no les importa”, sentencia Fisher.

Ante la evidencia de los daños que ocasionan los productos de Silicon Valley, muchos gobiernos se han lanzado a regular su uso e intentar limitar los efectos negativos que tienen en la población. A finales de 2023, por ejemplo, la Unión Europea prohibió a Meta procesar datos personales de sus usuarios para servirles publicidad personalizada. Las normativas a nivel comunitario han ido avanzando en los últimos años y puede que lleguen hasta limitar el scroll infinito. Fisher ve que las regulaciones han sido “bastante inteligentes hasta ahora”, pero no han conseguido cambiar el funcionamiento de las redes, basado en “algoritmos diseñados para pasar tanto tiempo en la plataforma como sea posible apelando a nuestros impulsos más básicos”.

Así, se pregunta si actores como la UE tienen “el poder para conseguir que las redes sociales implementen ese tipo de cambios”. “Es muy difícil para ellos cambiar las plataformas porque sus poderes sobre compañías americanas es limitado. Depende del gobierno de Estados Unidos cuál es el nivel de daño social y político que están dispuestos a tolerar de estas empresas”.

El auge de TikTok: “Las cosas van a ir a peor”

Archivo: el logo de TikTok
Archivo: el logo de TikTok en la fachada de su sede en Estados Unidos (REUTERS/Mike Blake)

Aunque Facebook marcó muchos de estos cambios, Fisher advierte que esta web se muere. “Su audiencia está encogiendo, está envejeciendo”. Los herederos de este cambio son Instagram (también propiedad de Meta) y YouTube. En tercera posición, distante pero creciendo a un ritmo exponencial, está TikTok. Sus vídeos cortos, bailes coreografiados y un algoritmo tan sofisticado que es capaz de conocerte tras unos minutos en la aplicación han hecho que millones de usuarios se enganchen. ¿Los resultados a futuro? “Simplemente no los sabemos, porque TikTok es muy opaco, es difícil de estudiar”.

Con el rápido avance que ha tenido la plataforma, por el momento “no tenemos investigaciones fiables” sobre qué efectos tiene en los usuarios. “Da un poco de miedo, porque sabemos que nos está afectando, pero no podemos decir cómo todavía”. Viendo los últimos avances y las direcciones que toman estas compañías (por ejemplo, Instagram degrada ahora las noticias frente a otras publicaciones), “podemos esperar que las cosas van a ir a peor”, sentencia.

El poder de las empresas tecnológicas parece no tener límite. Frente a este panorama, Fisher solo ve una solución: apagar el algoritmo. Que las redes dejen de recomendar publicaciones y vuelvan a mostrar simplemente las publicaciones de amigos y familiares. “Todavía habría enormes compañías ganando miles de millones de dólares en publicidad y no se eliminarían todos los daños de las redes sociales, pero disminuiría un número sustancial de ellos”, defiende. Hasta entonces, su consejo es consumir estos productos siendo conscientes de sus efectos. “Ver que las redes sociales tienen un efecto similar a las drogas en nosotros es el paso más importante para contrarrestar o al menos controlar ese efecto”.

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