La Unión Europea tiene problemas de competitividad en el comercio internacional y está sometida a dependencias críticas en las cadenas de valor, especialmente en las que tienen que ver con China y con las energías renovables. El segundo país más poblado del mundo posee una cuota en las manufacturas globales de más del 21% y un tercio de los productos intermedios globales proceden de este país. No obstante, el comercio globalizado de bienes se encuentra en retroceso, sobre todo después de la pandemia del Covid-19.
Las principales potencias están diseñando planes para relocalizar parte de la industria en sus territorios, a lo que se suman medidas proteccionistas, como las sanciones de EEUU (iniciadas con Trump) a China. En este contexto, la UE ha lanzado los fondos Next Generation, un volumen de financiación con deuda pública sin precedentes, y ha puesto en marcha la llamada Autonomía Estratégica Abierta.
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El objetivo de esta hoja de ruta es que los 27 dejen de ser dependientes de terceros países para el suministro de ciertos bienes, materias primas o servicios esenciales y evitar así escasez por problemas en las cadenas de suministro global (como sucedió en la pandemia con las mascarillas y los respiradores). “La Autonomía Estratégica Abierta surge para dar respuesta a esta amenaza sin caer en el proteccionismo ni renunciar a los valores europeos de competitividad, sostenibilidad y cohesión”, detalla un documento de la pasada presidencia española del Consejo de la UE.
El estudio The macroeconomic effect of global supply chain reorientation publicado recientemente por el Banco Central Europeo (BCE) analiza los efectos económicos que tendrá esta estrategia de relocalización en la Zona Euro y alerta: el cambio generará inflación en todos los escenarios contemplados. El documento elaborado por economistas del Banco Central de Irlanda, la OCDE y el BCE también expone que volver a ubicar la producción en la eurozona implica costes de transición y “generalmente” un efecto negativo a largo plazo sobre la producción al perjudicar a la competencia y a la productividad de las empresas locales.
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El primer escenario que analizan es una relocalización unilateral de la eurozona, es decir, en el que ni EEUU ni el resto del mundo aplican relocalizaciones. En este supuesto, se produciría un crecimiento de los precios de unos 10 puntos básicos como consecuencia del aumento de la demanda de insumos locales que antes se importaban más baratos. Esto llevaría a tipos de interés más elevados, pero supondría también un ahorro para las empresas exportadoras de la eurozona y, a la larga, más competitividad de sus productos en el comercio global, por tanto, más demanda extranjera.
Sin embargo, este escenario de relocalización unilateral tiene otros dos efectos negativos por los cuales la inflación crece. El primero es un posible aumento del poder de mercado de las empresas locales favorecidas por la estrategia de relocalización, lo que les permitiría “aumentar sus márgenes de precios”. Esta vía de generación de inflación sería más persistente en el tiempo que la anteriormente descrita.
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El segundo efecto negativo es que relocalizar la producción debilita la interacción de la economía local con las cadenas de suministro global. La apertura comercial tiene “efectos positivos en el crecimiento”, recuerdan los investigadores, porque las economías más abiertas tienen mejor habilidad para absorber los avances tecnológicos generados en todo el mundo. El cierre parcial puede conllevar reducciones de esos “canales de transmisión” de innovaciones que resulten en una calidad más baja local para producir insumos. “El uso menos eficiente de los insumos factoriales significa que el coste marginal de producir bienes comercializables aumenta sustancialmente”, advierte el documento.
Por otra parte, el estudio contempla un segundo escenario en el que el resto de países toman “represalias” y también relocalizan parte de su cadena de valor. Esto produciría un descenso de las exportaciones y del comercio global a pesar de la reducción de los costes marginales de las empresas que exportan en cada país, de manera que se “atenúa” el posible efecto positivo de la relocalización. “Esta fragmentación de la economía global va en contra del objetivo de la UE de lograr una autonomía estratégica abierta”, sentencia el documento.
Limitar la relocalización
Por todo ello, los economistas proponen limitar el alcance de la relocalización de la UE a “bienes vitales” que son más susceptibles a las interrupciones de la cadena de suministro. También proponen que la producción local se centre en bienes cuya distancia desde la frontera tecnológica “no sea demasiado grande”. Por otra parte, para limitar las presiones inflacionarias derivadas de un mayor poder de mercado de las empresas locales, recomiendan a los responsables políticos que eviten “debilitar excesivamente las normas de ayuda estatal y las leyes de competencia” establecidas a nivel europeo.