Jose Ramón Gómez Besteiro ha ido y ha vuelto, y aunque el tópico diga que con los gallegos no se sabe si hacen una cosa u otra, en su carrera política es sencillo conocer los tiempos. Se fue cuando la sombra de la corrupción acechaba, cuando su presencia era indeseable para el PSOE nacional, que trataba de señalar al PP como el partido corrupto del país. Y volvió cuando las imputaciones se evaporaron, cuando la investigación de una jueza no consiguió sustanciarse, sin necesidad siquiera de llegar a un juicio por ello.
Es un extraño caso de redención, de esos que pagaron la pena de telediario y la inercia política de la época en la que la corrupción era una prioridad, pero en su caso, a diferencia de tantos otros, no fue un punto final. Ahora es candidato a la Xunta, un traje que bien podría haber llevado en el año 2016 si la jueza Pilar de Lara no le hubiese imputado en seis causas diferentes.
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Su dimisión fue también un alivio para Pedro Sánchez, un líder que se había forjado a la sombra de Pepe Blanco, que también jugó un papel en los inicios de Besteiro en los órganos del partido. Blanco, secretario general, se rodeó de jóvenes promesas con los que ir controlando la formación, figuras que en algún momento eran la cantera del PSOE, como Antonio Hernando, Óscar López y, por supuesto, Pedro Sánchez, el que más lejos llegó de todas aquellas promesas.
En esos tiempos de juventud se conocieron y trataron Sánchez y Besteiro, que bien se pueden considerar amigos. De hecho, el lucense fue uno de los pocos que no salió encolerizado cuando Sánchez decidió pactar con Ciudadanos, un hecho que hoy suena a historia antigua pero que en su momento supuso un terremoto en el PSOE.
Cuando llegaron las imputaciones, Sánchez le empujó. Era demasiada carga tener a un secretario general autonómico en todos los telediarios nombrado como un corrupto, pero a diferencia de lo que ocurrió con otros de aquellos canteranos de Pepe Blanco, con Besteiro no se deterioró la relación. El lucense se fue a su bufete de abogados, abandonó la política y fue paciente para esperar su momento. Cuando las causas se fueron cerrando, tocó su vuelta. Sánchez iba a estar encantado de darle la bienvenida.
El candidato de la inversión del Estado
Para devolverle a la política lo nombró delegado del Gobierno. Poco antes había solventado todas las dudas legales. Era una manera de reivindicarle, de darle una nueva vida, y también de tener a alguien de confianza en Galicia. Sánchez sabe lo que es una rebelión interna, por todos es recordado aquel Congreso que le descabalgó y le empujó al Peugeot, esa historia tan propia de ida y vuelta. Ha aprendido de la importancia de que en el partido haya pocas o ningunas voces discordantes. Cuando defenestraron a Sánchez en Ferraz, Besteiro no tenía cargo alguno, estaba retirado de la política, pero de haber estado en Lugo es posible que le hubiese acompañado en la aventura.
Besteiro ocupa uno de esos cargos difíciles. El PSOE, con enorme capilaridad en toda España, ha tenido siempre a Galicia como un organismo algo extraño, un poco dejado. En tiempos fue una buena excusa para quitarse de en medio a Manuel Fraga y tras eso, salvo los cuatro años de Pérez Touriño, no ha conseguido más que enlazar fracasos. Aunque las grandes ciudades voten socialista, el poder rural de la región es alargado, y ahí la diferencia que marcan los populares es grande.
Besteiro ha tenido más apoyo del que gozaron algunos de sus predecesores. En Ferraz se ha visto que sacar al PP de Galicia puede ser un golpe de gracia para Feijóo, a quien estos meses de oposición no están dando un respiro. Además, las últimas elecciones autonómicas fueron bastante desastrosas para la formación socialista y recuperar un poco de espacio, aunque fuese desde una vicepresidencia, sería visto con buenos ojos.
Vicepresidencia, porque todos los sondeos de opinión dicen que el BNG de Ana Pontón estará por encima en estas elecciones. La estrategia socialista intentó dar relieve a Besteiro. Acudió a la foto del acuerdo de legislatura entre el partido galleguista y el PSOE, pero los que conocen las conversaciones dicen que no formó parte de la negociación, fue todo un tema de imagen. Ha intentado mostrarse como el candidato que podía desbloquear las inversiones del Estado en Galicia, el que puede traer el maná del dinero. Y a pesar de eso, no parece que ese discurso haya calado demasiado.