La comarca de Las Merindades (Burgos) es uno de los destinos más espectaculares de la España rural. Cascadas, cuevas y rutas de senderismo copan un territorio donde la naturaleza se mezcla con enclaves históricos. Sin embargo, uno de estos últimos llevaba abandonado más de 100 años y fue presa del expolio y del vandalismo hasta que una iniciativa nacida en un instituto de secundaria lo convirtió en un atractivo turístico clave en la zona.
El monumento en cuestión es el monasterio de Santa María de Rioseco. Solo en 2022 fue visitado por la increíble cifra de 50.000 personas en los meses de verano, y reincidimos en el adjetivo “increíble”, ya que antes de 2010 casi toda su estructura estaba prácticamente en ruinas.
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Su resurrección es obra de la Fundación Monasterio Santa María de Rioseco, un proyecto cuyo germen se originó hace alrededor de 15 años en las aulas del Instituto de Villarcayo (IES Merindades de Castilla) impulsado por Esther López Sobrado, actual vicepresidenta de la asociación, profesora y experta en historia del arte. “Yo daba una asignatura que era Recuperación de Patrimonio y me parecía que si lográbamos involucrar a la gente y salvar ese espacio, se podría conseguir prácticamente lo que se quisiera a nivel de patrimonio”, explica en una entrevista con Infobae España.
Esther conoce desde su infancia el monasterio y varios de los párrocos que ejercieron antaño entre sus muros eran compañeros en su instituto. Por ello, junto al sacerdote Juan Miguel Gutiérrez, se decidió a poner en marcha esta iniciativa que después de 14 años es un éxito rotundo. Eso sí, para llegar hasta aquí hubo que remar mucho y hacer frente a todos los obstáculos de un monumento totalmente destrozado por el abandono, la naturaleza y la acción humana. ,
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“El monasterio está en medio de la nada y no pertenece a ningún pueblo”
Cuando los miembros de la Fundación (la mayoría de los cuales ya pertenecían al Colectivo Salvemos Rioseco) acudieron por primera vez a deforestar los restos del monasterio se toparon con dos noticias de cariz opuesto. Por un lado, el estado de la infraestructura era deleznable, pero por otro, su increíble ubicación supondría un añadido turístico si el proyecto de rehabilitación llegaba a buen puerto.
En concreto, el monasterio se sitúa al comienzo del valle de Manzanedo, junto al parque natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón. “Es un valle bellísimo atravesado por el río Ebro. El monasterio está en medio de la nada y no pertenece a ningún pueblo”, indica Esther.
Durante siglos fue el hogar de los “monjes blancos” de la Orden del Císter, llamados así precisamente porque llevaban una vestimenta de ese color. Su emplazamiento actual data del año 1236.
En este sentido, se estima que se construyó en torno a los siglos XIII y XIV y más tarde fue protagonista de varias remodelaciones. Por ejemplo, en el siglo XVI (etapa Renacentista), tienen lugar obras variadas, entre ellas el comienzo de la Sala Capitular y la contratación de la obra del claustro y sus trazas. Por último, en la etapa barroca que se inicia en el siglo XVII y dura casi 100 años se realizan diferentes obras y gran parte del amueblamiento litúrgico de la iglesia.
En su época de apogeo se estima que la comunidad del monasterio pudo alcanzar las 100 personas, de las que 25 serían monjes y el resto conversos, novicios y criados. En su interior estaba su alojamiento, la hospedería y el hospital. Por su parte, en los alrededores estaban las dependencias de las familias que trabajaban en las granjas, ventas, molinos y batanes del coto redondo del monasterio. La explotación agrícola triunfó, con cultivos de trigo, viñedos y lino y la ganadería de la zona creció en torno al monumento.
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Del auge al abandono y al expolio
El siglo XIX es el punto y final de la etapa dorada del monasterio. En primer lugar, los ataques de los soldados franceses durante la guerra de independencia obligaron a los monjes a recluirse en otro espacio durante 5 años. Lo mismo ocurrió durante el Trienio Liberal (1820-1823), etapa en la que además el monumento comenzó a perder parte de su infraestructura: sus molinos, por ejemplo, salieron a subasta pública.
Los monjes pudieron volver a vivir en él, pero en 1835 se produce un hecho que hunde por completo el edificio: se aprobó la ley desamortizadora de Mendizábal, una medida que permitió la venta de bienes monásticos. “Desde el momento de la desamortización empezó una carrera hacia abajo”, detalla.
Julián Barbillo fue su último abad y el 6 de noviembre de 1849 el inmueble salió a subasta. Finalmente, Francisco Arquiaga, comisario provincial de la subasta, se quedó con él por el precio de salida al no encontrarse un comprador.
Este, asimismo, cedió la iglesia y antigua sala capitular al arzobispado de Burgos y fue parroquia de las granjas del monasterio. Sin embargo, las siguientes décadas fueron de abandono y expolio hasta convertirse en un amasijo de ruinas.
“Al ceder la iglesia y la sacristía al arzobispado, estas fueron las partes que mejor se conservaron”, indica. De hecho, hasta la década de 1960, “se hicieron bodas, entierros y bautizos”.
La última boda fue concretamente en 1964 y la protagonizaron Adelaida da Silva Rodríguez y Eduardo Peña Cuesta. Esa celebración dio paso a la ruina total y al expolio de lo poco que quedaba en pie.
El proceso de recuperación del monasterio
“En el instituto de Villarcayo organizamos un proyecto de innovación educativa en el que todos los profesores y los alumnos nos implicamos desde nuestras áreas para iniciar el proyecto de recuperación”, cuenta.
En Educación Física se hizo una marcha en bicicleta hasta el monasterio con un ciclista conocido de la zona, en biología hicieron un herbario, en otra materia una exposición fotográfica... Y el esfuerzo tuvo recompensa: el proyecto fue premiado por la Junta de Castilla y León consiguiendo, en consecuencia, mucha notoriedad.
“Antes, los vecinos del valle de Manzanedo habían deforestado algo del monasterio con la ayuda del párroco porque era imposible llegar a él. Cruzar el claustro era una auténtica pasada. Y después de que el proyecto cogiese forma surgió el logo de Salvemos Rioseco, obra de la compañera de Plástica”, añade.
Progresivamente, profesores, alumnos, vecinos y voluntarios crearon un colectivo de la forma “más normal y natural posible” y dieron a conocer su labor a través de eventos, exposiciones, la publicación de un libro y, sobre todo, las semanas del voluntariado anuales. Esta medida fue determinante a la hora de dar a conocer el monasterio y de conseguir financiación.
Los voluntarios son de todas las edades. Desde jóvenes hasta personas mayores
La primera semana de voluntarios fue en el verano de 2011 y en ella ya se consiguió “devolver la dignidad a la iglesia”. Las tumbas estaban profanadas y se recolocaron en su ubicación correcta, se enterraron los huesos que estaban desperdigados y se planificaron los siguientes pasos.
“Lo que queríamos era que se cubriesen los espacios que conservaban las bóvedas, pero que tenían las techumbres hechas polvo, y lo conseguimos”, relata.
En primer lugar, se implicó la Administración de la Junta de Castilla y León, que puso la techumbre en la sacristía. Después, Salvemos Rioseco logró hacer remodelaciones gracias al micromecenazgo y la ayuda de Hispania Nostra, y de nuevo la Junta destinó dinero para arreglar el claustro y la techumbre de la iglesia.
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“Después nosotros nos constituimos en asociación en 2016 para pedir alguna ayuda, porque un colectivo no tiene ningún reconocimiento jurídico”, indica. Sus miembros actuales, después de dar el siguiente paso y convertirse en fundación en 2020, se dividen en un equipo técnico formado por un arquitecto, una arqueóloga que se ocupa de las excavaciones, la propia Esther, un economista, un abogado, el párroco (presidente de la Fundación) y más de 150 voluntarios por año, aproximadamente. “Es alucinante. Los voluntarios son de todas las edades, desde jóvenes a personas mayores”, detalla.
En la actualidad, la Fundación es la propietaria del uso del monasterio por una serie de años. En 2018 salió de la Lista Roja de Patrimonio (ranking con monumentos en abandono y riesgo de desaparición) y en 2019 fue declarado bien de interés cultural, haciendo hincapié en que esté logro es el resultado del trabajo de Salvemos Rioseco: “La verdad es que se ha ido encadenando muy bien. Lo cierto es que sí ha sido como una especie de milagro”. Además, recientemente la Junta de Castilla y León ha concedido una ayuda de 270.000 € que permitirá recuperar la zona renacentista y la torre del abad.
Cómo visitar el monasterio de Santa María de Rioseco
El proyecto ha dado sus frutos hasta el punto de que hoy en día es el segundo destino más visitado de la comarca de Las Merindades. Y lo mejor de todo para los turistas es que la visita es gratuita.
“El monasterio está siempre abierto salvo los lugares donde tenemos los productos que vendemos. Entendemos que si se ha hecho gracias a la colaboración de cada persona que ha puesto dinero o esfuerzo, debe estar siempre abierto para que se pueda disfrutar en cualquier momento”, afirma.
Según los datos que maneja la fundación, en 2022 más de 50.000 personas lo visitaron en verano. Todas ellas pudieron optar por una visita guiada gratuita y también se ofrece a cada visitante una colaboración voluntaria. Esta se puede canalizar mediante donativos o comprando los productos a la venta. “También tenemos una página que es Fundación Monasterio de Rioseco con la posibilidad de hacerte amigo. Das un dinero, te lo desgravas del IRPF y luego tienes algún pequeño regalo o un descuento en las actividades culturales o en las entradas”, cuenta.
Todo suma para seguir consolidando un monasterio que ya aspira a convertirse en uno de los monumentos más populares de España. Desde luego, solo por esta historia de resurrección, ya merece una visita.