El 41 por ciento de los españoles está a favor de las relaciones abiertas y un 47,6 por ciento asegura estar “muy de acuerdo o de acuerdo” con que una persona pueda tener dos o más relaciones a la vez (lo que terminológicamente se conoce como poliamor), según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre relaciones sociales y afectivas después de la pandemia elaborada en 2023. Sin caer en la estructura numérica, la monogamia parece haber pasado de moda o, por lo menos, está metida en un cajón por casi la mitad de la población.
Esta tendencia se palpa, principalmente, en las generaciones más jóvenes. Los centennials, grupo comprendido entre los 18 y los 24 años, son los más propensos a aceptar relaciones sexuales fuera de la pareja de forma acordada, pues el 54,85 por ciento está “de acuerdo o muy de acuerdo” con la afirmación anterior. El porcentaje baja al 15,8 por ciento si se mira a los mayores de 75 años.
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El CIS no sólo arrojó luz sobre las cambiantes tendencias amorosas en una sociedad cada vez más abierta a la diversidad romántica, también puso sobre la mesa el tema de la fidelidad, que sigue valorándose como uno de los puntos más importantes de una relación: el 80 por ciento de los encuestados sostiene que “si se ama verdaderamente, se es fiel a la pareja siempre”, y el 70 por ciento asegura que “el amor lo puede todo”.
En una sociedad que se abre a modelos románticos alejados de la monogamia, pero que sigue premiando la fidelidad, ¿qué papel desempeñan las películas románticas que mostraban (y continúan mostrando) historias clásicas? ¿Pueden las nuevas generaciones seguir disfrutando de recetas heterosexuales y monógamas si fuera de la sala de cine no casan con dicha forma de entender las relaciones amorosas? Coincidiendo con San Valentín, una fecha tintada de rojo en el calendario capitalista, ¿qué futuro tienen unos largometrajes que, poco a poco, se quedan obsoletos con respecto a la progresión de las tendencias sociales?
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Amor edulcorado
Cualquiera menos tú, la película de Will Gluck protagonizada por Glen Powell y Sydney Sweeney, ha superado los 170 millones de dólares de recaudación en todo el mundo (costando un total de 25 millones), la cifra más alta para una comedia romántica estrenada en los cines desde El bebé de Bridget Jones (2016). Además de llenar TikTok de vídeos sobre la cinta, el largometraje que sigue llenando los cines parece haber devuelto la ilusión por las historias de amor de siempre: blancas, heterosexuales y monógamas.
El éxito de Cualquiera menos tú no se entiende sin la nostalgia por algunas de las cintas que marcaron la taquilla (y los alquileres en los videoclubs del barrio) en los años noventa y 2000. Cómo perder a un chico en diez días, 10 razones para odiarte, Tienes un Email, Notting Hill, El diario de Bridget Jones, El diario de Noa...
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El listado es inmenso y la historia suele repetir la misma fórmula: un amor prohibido, una conexión innegable, una química envidiable. Siempre hay un él y un ella, una pareja que entorpece el relato canónico o una autodestrucción mental en la que se castiga al protagonista por sentir confusión con respecto a su relación tras la aparición de un misterioso perfil que tambalea su vida (aunque esa tendencia se ha ido revirtiendo en los últimos años con historias diversas en el espectro LGTBIQ+ y poliamoroso, como por ejemplo en el caso de Rojo, blanco y sangre azul, Love, Simon o Bottoms).
¿Necesita el cine más historias capaces de reflejar la “cancelación” generacional de la monogamia o, por ende, el éxito de las historias clásicas denota una fascinación por la fidelidad suprema y edulcorada? Tras un periplo en el que los largometrajes de amor habían quedado relegados a las plataformas (con cintas de dudosa calidad y fórmula), el éxito de la película de Gluck demuestra que seguimos siendo devotos de la idealización suprema de ese misterio llamado amor.