Su nombre es único en Hollywood, su rostro es familiar y diferente del resto a la vez, y sus actuaciones son de lo más variopintas a pesar de mantener la misma esencia en cada una de ellas. Shailene Woodley apenas tiene 32 años y sin embargo lleva casi 25 apareciendo en la pantalla. De ahí quizá que su rostro se haya convertido en extrañamente cercano para cualquier espectador mientras que su nombre siga sin quedarse del todo. Sin hacer mucho ruido pero sin tomarse un respiro, la actriz ha conseguido llegar a una etapa de madurez de la que disfruta ahora con Misántropo, el thriller que acaba de estrenar en cines, o Ferrari, el biopic en el que comparte pantalla con Adam Driver y Penélope Cruz que llegará a salas la semana que viene.
El camino hasta llegar ahí para Woodley ha sido constante, pero no por ello fácil. Con apenas cuatro años sus padres le pusieron a modelar y con 9 ya estaba haciendo su debut como actriz, primero en la película Replacing Dad y más tarde en series como Crossing Jordan o The O.C., la mítica serie de adolescentes que dio a conocer a otros jóvenes intérpretes como Adam Brody, Ben McKenzie o Mischa Barton. Mientras Woodley encarnaba a la hermana de esta última en una ficción en la que vivía el traumático divorcio de sus padres, su papel se hacía real tras las cámaras, ya que la actriz tenía que lidiar con la separación de su familia al tiempo que sufría una escoliosis que la mantuvo fuera de juego buena parte de su adolescencia.
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La adolescencia ordinaria que se le negaba en su vida tampoco la iba a encontrar del todo en la ficción, convirtiéndose en la protagonista de Vida secreta de una adolescente, donde daba vida a una joven modélica cuya vida da un giro total cuando se entera de que está embarazada. La serie le sirvió como prueba de fuego de su talento y también para aprender junto a otra actriz que sabía perfectamente por lo que estaba pasando, Molly Ringwald, quien interpretaba a su madre, pero quien a su edad había sido el icono del cine adolescente ochentero gracias a películas de John Hughes como La chica de rosa o sobre todo El club de los cinco.
Una joven diferente
Si en el terreno de las series Woodley había plantado su bandera, en 2011 haría lo propio a través de Los descendientes, el drama de Alexander Payne -ahora tan de moda por el estreno de Los que se quedan-, en la que interpretaba a la rebelde hija mayor del personaje de George Clooney. Una actuación que no pasaría desapercibido y que le valdría el reconocimiento de los premios National Board of Review y los Independet Spirit Awards al tiempo que su primera nominación a los Globos de Oro. De la indómita Alexandra King pasaría a ser la dulce y tímida Aimee Finicky en Aquí y ahora, la adaptación de la novela de Tim Tharp The Spectacular Now por la que obtendría el premio de mejor actriz en el Festival de Sundance. Su recorrido en el cine independiente terminaba con sobresaliente, pero sería el salto al cine comercial el que más le costaría.
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Porque tras cimentar su imagen de actriz de prestigio en el indie con películas como Bajo la misma estrella o Pájaro blanco de la tormenta de nieve, Woodley asumió el papel de Beatrice Prior en la saga Divergente, adaptación de las novelas de Veronica Roth en las que se planteaba un mundo distópico que categoriza a las personas en facciones según sus cualidades. Pero como la propia actriz que le encarna, Beatrice es imposible de categorizar, y en su singularidad empieza una silenciosa revolución, que tras las cámaras se aprovecharía del fenómeno young adult de la época a rebufo de Los juegos del hambre. Sin embargo, la saga no acabó del todo bien, convirtiéndose en un fracaso en taquilla y llevando a Woodley al límite, hasta el punto de plantearse dejar la actuación.
“La última fue una experiencia un poco dura para todos, y eso fue realmente lo que me hizo pensar que necesitaba tener algunas experiencias humanas fuera de esta industria y volver a enamorarme de la actuación”, confesaría la actriz en una entrevista posterior, reconociendo también que había sido su siguiente papel el que la había salvado en gran medida y el que le había devuelto la ilusión por su profesión. ¿Que cual era ese papel? El de Jane Chapman en Big Little Lies, una madre soltera que entabla amistad con otras madres que lidian con sus propios problemas y que se ven envueltas en un terrible crimen. Rodeada de dos grandes actrices como Nicole Kidman y Reese Witherspoon, Woodley recuperaría su crédito como intérprete y cogería impulso para la crucial etapa profesional que atraviesa ahora.
Su espectacular ahora
Porque casi 25 años después de debutar en televisión, pero siendo todavía muy joven, Woodley afronta sus primeros papeles realmente maduros y alejados de esa imagen de adolescente dulce y tímida. Así lo demuestra en Misántropo, la nueva película del director argentino Damián Szifron (Relatos salvajes) en la que se critica duramente la situación del control de armas en Estados Unidos a través de un thriller con suspense hasta el final. Woodley encarna a una joven pero intrépida agente de policía que no tiene reparos a la hora de saltarse la cadena de mando y comenzar a tirar del hilo por su cuenta, en un papel que podría recordar mucho a la Clarice Starling de Jodie Foster en El silencio de los corderos, una mujer valiente en un mundo opresivo y enimnentemente de hombres.
En un universo muy diferente, pero también marcado por la visión masculina, se encuentra también en Ferrari, la película de Michael Mann que se estrena la semana que viene en cines y en la que Woodley encarna a Lina Lardi, la amante de Enzo Ferrari. Un papel muy complicado por su posición con respecto al magnate y expiloto, y sobre todo por tener que darle la réplica a Penélope Cruz, quien interpreta a la mujer de Ferrari y antítesis de esta, Laura. Pero como bien expresa su personaje en la película, ella no está para hacer ejercer el rol de clásica mujer italiana arisca y vehemente, no va con ella. Como si la propia Woodley nos estuviera hablando a través de Lina, a través de un nuevo papel que viene a recordarnos que ese rostro extrañamente familiar sigue ahí, luchando pese a todo por hacerse un hueco.