Las mujeres son las más enganchadas a los ansiolíticos: “Te atiborran a pastillas en vez de tratar el problema”

Un estudio de la Universidad del País Vasco indica que casi el 30% de las mujeres ya ha consumido ansiolíticos e hipnosedantes a los 17 años y ha detectado grandes desigualdades de género en el consumo de estos fármacos

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Una mujer sostiene medicamentos antipsicóticos
Una mujer sostiene medicamentos antipsicóticos y ansiolíticos. EFE/ Paolo Aguilar/Archivo

La primera vez que a Elena le recetaron ansiolíticos tenía 22 años. Fue en 2017, tras el fallecimiento de su padre, cuando acudió al médico de cabecera en busca de ayuda para tratar de superar esa pérdida, pero el facultativo, lejos de derivarla al psicólogo, se limitó a sacar “su listado de 4 o 5 antidepresivos estrella” y le recetó uno, cuenta esta joven madrileña a Infobae. El fármaco en cuestión, explica, le dejaba “sin ganas de nada”, y tras tomarlo durante varios meses, regresó a la consulta para comentárselo a su médico, que simplemente se lo cambió por otro.

“Nunca me derivaron a psiquiatría, ni siquiera me recomendaron acudir a un psicólogo”, lamenta Elena, a quien recetaron durante dos años tanto antidepresivos como fármacos para tratar la ansiedad. Aún recuerda la sensación de “estar como anestesiada” durante todo ese tiempo, porque aunque acudía al trabajo y llevaba a cabo las actividades de la vida diaria, asegura que “iba en piloto automático” y se dejaba llevar por la inercia del día a día. Lo peor de todo, indica, es que su problema seguía sin resolverse y le costaba sobrellevar la pérdida de su padre.

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A Cristina, que vive en Valencia, su médico de cabecera le recetó antidepresivos y ansiolíticos por primera vez cuando apenas tenía 19 años, tras la separación de sus padres y una ruptura con su propia pareja. “Por aquel entonces sentía que no podía con todo eso y decidí acudir al médico”, relata, si bien en su caso tuvo oportunidad de ir un psicólogo privado ante la misión imposible de recibir terapia en el sistema público. Años más tarde, añade, ha seguido consumiendo este tipo de fármacos, pero solo en temporadas en las que trabaja de noche y le cuesta conciliar el sueño o está muy estresada. “Muchas veces te atiborran a pastillas, pero como ahora ya soy más mayor, no lo permito”, asegura Cristina, que tiene 40 años.

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La experiencia de Elena y Cristina no es muy diferente a la de otras muchas mujeres que han acudido a la sanidad pública en busca de atención psicológica y se han encontrado, únicamente, con recetas a fármacos que pueden generar tolerancia y adicción. De hecho, un estudio publicado recientemente por la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), advierte de que un 27% de las mujeres en España ya han consumido ansiolíticos e hipnosedantes a los 17 años y ha detectado en una investigación grandes desigualdades de género en el consumo de estos fármacos.

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El nivel educativo de los progenitores influye

El estudio, realizado por el Grupo de Investigación en Determinantes Sociales de la Salud y Cambio Demográfico (OPIK), indica que las mujeres entre 14 y 18 años presentan un consumo superior de ansiolíticos e hipnosedantes (AHS) que los jóvenes de la misma edad, una diferencia que aumenta cuando el nivel educativo de los progenitores es menor y, en especial, la formación académica de las madres. Sin embargo, la procedencia geográfica no parece influir en el consumo de estos fármacos.

Así, en la investigación se observa que todas las alumnas entrevistadas han declarado consumos significativamente superiores a sus compañeros: el 24,1% de las chicas, frente al 15,3% de los chicos, había consumido psicofármacos alguna vez en su vida. Además, se ha detectado “un gradiente positivo del consumo con la edad”, ya que el 26,9% de las mujeres ya habían consumido este tipo de fármacos para los 17 años, alcanzando el 30,7% a los 18, aunque el incremento del consumo con la edad fue más intenso en ellos, pues duplicaron su consumo entre los 14 y 18″.

Imagen de diferentes pastillas. (Europa
Imagen de diferentes pastillas. (Europa Press)

El estudio también destaca la relación entre madre e hija y el mayor consumo de AHS, de forma que “la peor situación socioeconómica y mental de la madre, con la posible medicalización de su malestar, podría contribuir a la transmisión del consumo a las hijas”.

Posibles causas

Una de las causas que pueden explicar ese mayor consumo de psicofármacos en mujeres, apunta el estudio, se debe al “malestar psíquico proveniente de la discriminación material y violencias cotidianas que sufren” y, en ese sentido, en las adolescentes se puede dar porque a esas edades “la construcción de la feminidad gira en torno a la complacencia y el perfeccionismo, unido a la autoexigencia académica”, además de que comienzan con “relaciones de dependencia y abuso”.

Ese alto consumo de psicofármacos también es un reflejo de la medicalización de la vida cotidiana, pues los utilizan con el objetivo de “reducir el malestar que generan los procesos por alcanzar perfiles muy competentes y proactivos, así como para paliar las situaciones de incertidumbre y vulnerabilidad”, apuntan los autores del estudio, que añaden: “Las pastillas acaban encarnando una solución individual a los desajustes y problemas que proceden de realidades estructurales”.

Aunque la investigación ha utilizado los datos desde 2010, el análisis se ha centrado en los de 2021 y ha contado con la participación de más de 22.300 alumnos y alumnas de 531 centros de enseñanza Secundaria de todo el país. Desde la UPV explican que se llevó a cabo al advertir que cada vez eran “mayores los indicios del deterioro en la salud mental de la población, sobre todo, entre las mujeres y adolescentes” y tras detectar “un aumento progresivo de la dispensación de ansiolíticos y antidepresivos en las últimas décadas”.

Imagen de archivo de una
Imagen de archivo de una consulta médica. (Europa Press)

Si bien el consumo de ansiolíticos se ha disparado en los últimos años en todo el mundo, cabe recordar que España se sitúa a la cabeza de todos los países, pues es la nación que más benzodiacepinas toma, según datos de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE).

De hecho, desde la organización Proyecto Hombre constatan que aunque la mayoría de las mujeres que acuden a sus servicios lo hacen por problemas de adicción al alcohol, fármacos como las benzodiacepinas y similares “representan una adicción secundaria” y, a medida que comienzan el tratamiento, “se descubre también esta problemática”.

No hay suficientes recursos en el sistema público

Aunque ya antes de que estallara el coronavirus se había producido un aumento de las patologías de salud mental en la población, ha sido especialmente tras la pandemia cuando más han crecido estos problemas, sobre todo “los trastornos de conducta alimentaria, los trastornos afectivos y los comportamentales adictivos, con y sin sustancia” y en gente cada vez más joven, explica a Infobae Verónica Olmo, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria en el Centro de Salud Torreblanca, en Sevilla.

El aumento de la prescripción de fármacos como antidepresivos o ansiolíticos, indica la experta, está relacionada con “una sociedad que exige velocidad, perfección y autoexigencia, pues todo se necesita para ya, y eso no se consigue con una terapia psicológica”, ya que conlleva mucho más tiempo. Además, el sistema público sanitario español tampoco cuenta con los recursos suficientes en este ámbito, pues solo hay una media de 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes, cuando en Europa es de 18.

“Nos faltan psicólogos y eso es un problema y, dentro de las herramientas con las que contamos como médicos de familia, están los fármacos. No tenemos otra cosa con la que poder ayudar a los pacientes, por eso ante la falta de recursos a nivel de psicología, nos vemos obligados a darles esta respuesta para poder ayudarles”, aclara Olmo. Esa falta de recursos en psicología hace que muchos pacientes sean derivados a “recursos comunitarios”, a asociaciones que por ejemplo trabajan el duelo, aclara Olmo.

Cabe recordar que el pasado mes de diciembre el Congreso de los Diputados sacó adelante una proposición no de ley instando al Gobierno a aprobar un Pacto de Estado por la Salud Mental que “garantice el derecho a una salud mental universal, pública y de calidad”, poniendo sobre todo el foco en la población más joven.

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