El subgénero de las arañas asesinas está de enhorabuena gracias a Vermin: La plaga, el primer largometraje de Sébastien Vanicek que se ha convertido en un auténtico acontecimiento: ganó el Premio del Jurado en el pasado Festival de Sitges y ha sido nominada en los Premios César a la mejor ópera prima y a los mejores efectos especiales.
En ella, un joven de los suburbios de París que trapichea con artículos robados y es aficionado a las especies de animales exóticos, encontrará en una tienda una araña y se la llevará a casa. El protagonista se llama Kaled (Théo Christine) y su situación no es fácil: acaba de perder a su madre y vive junto a su hermana Manon (Lisa Nyarko), que quiere vender la casa que se encuentra en un bloque de edificios ruinoso.
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El emplazamiento y las condiciones del lugar no son baladíes, ya que contribuirán de forma esencial a que el espacio se convierta en un protagonista más de la historia. Y es que el que la luz no funcione, que haya humedades por todos lados, un sótano pútrido y unos conductos de ventilación decadentes serán el perfecto caldo de cultivo para la proliferación de toda una estirpe de arácnidos que, a medida que se alimente de carne humana, irá adquiriendo mayores dimensiones.
Así, los protagonistas de esta historia, un grupo de amigos capitaneado por los dos hermanos, intentarán salir de esa ratonera en la que no hay vía posible de escape, todavía más si tenemos en cuenta que la policía ha blindado las puertas del edificio para impedir que se propague la infección.
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Terror con trasfondo social
Y ahí es cuando Vanicek se encarga de aportar una perspectiva social a la historia a través de la xenofobia y la marginación a la que se somete a la gente de los barrios, así como la presión policial que se ejerce sobre ellos. Él mismo nació en el lugar donde rodó la película Seine-Saint Denis, uno de los departamentos más pobres de Francia con un 43% de población extranjera.
Por eso, aunque Vermin: La plaga, es una película de horror puro, también se puede incluir dentro del cine de la ‘banlieue’ y próximo al colectivo Kourtrajmé en el que operan Ladj Ly (Los miserables) y Romain Gavras (Atenea), pero también encontramos referencias de la saga Alien, de Ridley Scott y, por qué no, incluso de Rec, de Paco Plaza y Jaume Balagueró.
Aunque el director es autodidacta, resulta impecable la forma en la que utiliza los espacios, cómo modula la tensión y cómo sabe sacar el máximo provecho a las herramientas del lenguaje cinematográfico a través de los mínimos recursos. El resultado es una claustrofóbica y asfixiante pesadilla, además de una fantástica alegoría en torno al sentimiento de ‘otredad’ y la discriminación social.