Pepe Imaz comenzó a jugar al tenis con cuatro años. A partir de los diez, sobresalía sobre los demás, ganó algunos campeonatos, pero con 18 años se dio cuenta de que algo no marchaba bien su cabeza. Años más tarde, a los 23, se dejó guiar por sus sentimientos y decidió abandonar la competición. Un paso atrás (y a tiempo) que le ha permitido aprender desde una perspectiva de vida basada en el amor propio. Esto lo motivó a crear el proyecto que ahora lidera, ‘Amor y paz’, y mediante el cual ha podido formar equipo con Novak Djokovic durante más de una década. Ahora, cuenta para Infobae España cómo ha sido su historia y qué lo ha motivado a estar en el punto en el que está de su vida.
Más que una entrevista, fue una lección de vida. El español tiene clara su filosofía y si le diesen a elegir entre ser un tenista profesional o dirigir el proyecto que actualmente lidera, Pepe lo tiene claro: “No lo cambiaría por nada”. Para contar su historia, el extenista recurre al símil del caramelo dulce. “El caramelo dulce le gusta a todo el mundo, pero cuando tomas cada día caramelos, tu cuerpo y tu estómago dicen: ‘Me duele’”, explica Pepe, quien asegura que conforme iba ganando cada vez “la presión era mayor”y fue cuando empezó a notar “el símil del caramelo”. “Me empecé a juzgar mucho, a criticar mucho y a maltratar mucho. Sentía euforia, que no felicidad. Luego iba para abajo como si fuera una droga”, recuerda de su etapa con 16 años, cuando comenzó a ganar torneos como el campeonato de España de su categoría en pista rápida.
“Todos rechazamos el maltrato, pues imagínate que uno, sin darse cuenta, se está automaltratando emocionalmente. Eso es lo que me ocurrió y con 18 años es cuando colapsé. Ya no aguantaba más y no quería más eso”, puntualiza sobre el momento en el que decidió parar y replantearse realmente qué le estaba ocurriendo. En este camino de autodescubrimiento, Pepe se dio cuenta de que lo que necesitaba era amor. “Como aquel que inventa algo y dice ‘¡eureka!’. Para mí el eureka de mi vida fue descubrir que el sentido de lo que yo necesitaba era amor”, manifestó. “Empecé a probar, me decía que un vaso de agua no se llena de un golpe, sino en el transcurso de ponerle agua. Me empecé a sentir mejor, estaba dando mi 90-95% en vez mi 30 o 20 cuando estaba angustiado. El nivel de mi tenis se empezó a multiplicar”, añadió. Fue a los 23 años cuando Pepe sintió que no quería continuar. “Respeto mucho todo este mundo, pero yo no quiero continuar”, se dijo a sí mismo.
Los comienzos de su proyecto ‘Amor y Paz’
Al año de abandonar la competición, dos chicos le pidieron que los entrenara: “Empecé a compartir con ellos lo que a mí me había ayudado”. “Yo lo único que hacía era compartir eso que yo había caminado y que seguía caminando, ese conocimiento o esa experiencia”, hace hincapié Pepe, quien asegura que él no enseña, sino que comparte. Y es que hace 27 años, cuando decidió dar este giro de 180º en su vida, se le tildaba de “loco, de extraño” o de que se le había ido la cabeza, primero por “dejar el tenis” y luego “por seguir un entrenamiento de esta manera, de tratarte bien en vez de exigirte y maltratarte”. “Pocos jugadores de alto nivel decidían parar por salud mental, porque no pueden por la presión o porque tienen depresión”, revela el riojano sobre una decisión que en esa época no era común.
“Yo no podía cambiar el mundo del tenis, ni puedo cambiar nada en la vida, pero sí podía cambiarme a mí. Yo seguí mi intuición en el proceso de quererme, amarme y respetarme”, confiesa Imaz sobre su filosofía de vida y la que ha estado poniendo en práctica desde que descubrió lo que realmente necesitaba para ser feliz. “El amor a mí me ayuda a que otra persona que opina diferente a mí, diametralmente opuesta, o que incluso me juzga, me ayuda a respetarla”, se sincera.
Para explicar esta tolerancia, el respeto hacia opiniones opuestas a la suya, Pepe Imaz utiliza una metáfora que demuestra la diferencia entre ‘tolerar’ y ‘enfrentar’. “Pongamos un muro de tablas de madera, llega un cochecito de niño, se choca y rompe el plástico del coche. Llega un coche de niño, pero ya de acero, y medio tira la valla. Llega uno de verdad y la vence entera. Ahora, en vez de una valla de madera, pongamos un muro de hormigón. Cuanto más grande sea y forjado de acero por dentro, el coche viene a hacer daño, a reventar el hormigón, pero este no va en su contra, está donde tiene que estar. El coche va con la intención de tirarlo, pero el hormigón está ahí, empoderado. El de madera si quiere atacar al coche se va a dar más fuerte, el hormigón empoderado no pelea. Eso hace el amor. El amor empodera, no pelea. El ego, que viene de esa inconsistencia de creer que yo soy esto y lo que hago, sí pelea, tiene envidia, rabia, miedo”, reflexiona.
“No hubo un deseo de hacer una escuela”
Lo cierto es que cuando Pepe decidió apartarse de la competición de tenis, no tenía ningún plan B. Se fue a Marbella con un amigo, se instaló en la ciudad y recibió la petición de dos chicos de 17 años para que lo entrenasen. “Después empezaron a ocurrir cosas”, afirma el riojano, quien asegura que después “fue derivando a niños más pequeños, y también a personas de alto nivel y fuera del deporte”. Pero en su filosofía de vida, no entra mirar a un futuro lejano, sino “como un eslabón”: “Los eslabones no piensan en el eslabón que hay 100 después, piensan en unirse el uno con el otro”.
En la actualidad, su escuela ‘Amor y Paz’ ha ido creciendo. “Tengo la escuela de niños, otro grupo de niños que quieren jugar más, el grupo semiprofesional y el grupo profesional”, aunque desvela que también “se está llevando a la Federación Española de Tenis”. “También se ha empezado a compartir con diferentes entrenadores y clubes, charlas con jugadores, ... También a nivel fuera de España se me ha pedido compartir estas cosas”, concluye Imaz.