‘La zona de interés’: una visión inédita del Holocausto casi ocho décadas después de la liberación de Auschwitz

La película de Jonathan Glazer sobre una familia nazi que se muda al campo de concentración acaba de estrenarse en cines y es una de las favoritas para los Oscar

El comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, y su esposa Hedwig, se esfuerzan por construir una vida de ensueño para su familia en una casa y un jardín junto a un inusual campo.

Una pantalla en negro y mucho ruido distorsionado. El primer plano de La zona de interés es uno de los pocos en toda la película que refleja el horror que el resto del metraje el horror que estará en un segundo plano: la exterminación de los judíos del campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau. Tras ese inesperado y confuso inicio se da paso al silencio, sobre el silencio unas notas de pájaros y sobre estos una pintoresca postal veraniega, la de una familia junto a un río. Bailan, juegan, ríen y en definitiva parecen disfrutar de la nueva vida que están a punto de comenzar. Pero que sus sonrosadas mejillas y caras de alegría no confundan: son una familia de nazis bañándose a tan sólo unos metros de uno de los mayores horrores que ha conocido la humanidad en toda su historia.

La historia del cine solo ocupa una pequeña parte en la de toda la humanidad, pero en los casi 130 años que transcurren desde la salida del tren de los hermanos Lumière hasta la llegada del de los judíos La zona de interés, ha habido tiempo de sobra para todo tipo de historias sobre el Holocausto. Una tragedia cuyo día internacional tiene lugar este mismo 27 de enero, conmemorando la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por parte del Ejército Rojo y que, casi ocho décadas después, ha dejado tras de sí una retahíla de novelas, poemas, películas, series de televisión y demás obras. ¿Hay algún recoveco que no se haya explorado, algún punto de vista que no se haya dado? Jonathan Glazer, director de La zona de interés, parece tener la respuesta.

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Sandra Hüller en 'La zona de interés'

La zona de interés nos presenta a los Höss, una familia nazi que acaba de ser trasladada al campo de concentración de Auschwitz, con la misión de que el patriarca de la familia, Rudolf (Christian Friedel), se encargue de agilizar y economizar todo el proceso de exterminio de los judíos que allí se encuentran y de los que van llegando en tren de todas partes. Pero esta no es una historia más sobre el Holocausto, pues no se centra en las víctima sino en los ejecutores, aunque desde un punto de vista nunca antes visto hasta ahora. Porque todo el dispostivo de la película está planteando como un gran fuera de campo, por el cual nunca llegamos a ver la tragedia que se esconde tras los muros cubiertos de enredaderas de la casa de los Höss. Pero sí la oímos, como un rumor constante, un ruido blanco que nunca deja de sonar y que nos da una idea de que, aunque no lo veamos, el horror siempre está ahí presente.

El espanto de fondo contrasta con el preciosismo de la película, que apuesta por una estética nunca antes vista en una película de la Segunda Guerra Mundial, sustituyendo el gris por el color del campestre paisaje polaco, la podredumbre por el brillo del sol veraniego y del jardín de los Höss, el blanco y negro del pijama a rayas por los alegres estampados que visten la señora Höss (Sandra Hüller) y sus hijos. En definitiva, una puesta en escena que chocará a muchos pero que tiene todo el sentido del mundo dentro de la propuesta de Glazer, quizá demasiado atrevida pero desde luego original en cuanto a que quizá nunca nos hubiéramos planteado que en el Holocausto había un horror intrínseco aún mayor que lo que hicieron a los judíos los nazis: la disociación que podían llegar a sentir en el proceso.

Imagen de 'La zona de interés'

Nazismo funcionarial

Porque el verdadero horror que pretende mostrar Glazer, y el que hace de La zona de interés una película tan especial en su acercamiento al Holocausto, es incurrir en el costumbrismo y la cotidianeidad que se podía llegar a respirar dentro de un ambiente así. No es que el director británico nos haga empatizar o siquiera comprender a la familia Höss, ni mucho menos, pues la película siempre mantiene una prudente y fílmica distancia de seguridad con sus personajes, lo cual la hace mucho más fría pero también concede a sus protagonistas ese carácter de robots, de autómatas, de ejecutores y cómplices sin rostro. De meros funcionarios dentro de un sistema llamado nazismo.

El director de otras películas sorprendentes en lo visual y desafiantes en lo moral como Reencarnación o Under the skin no duda en cubrirse las espaldas ante posibles críticas y por ello introduce algún que otro detalle poco sutil pero que dejan claros el poscionamiento moral de la película. Hablamos de las secuencias de fotografía en negativo sobre la joven que va dejando comida a los prisioneros judíos, o sobre todo el final, que sin desvelar mucho pone su mirada sobre el presente para interpelar directamente al espectador y plantearnos si nosotros también somos funcionarios de un sistema que nos insensibiliza y anula nuestros sentidos y conciencia. ¿Tantas novelas, series y películas después nos hemos vuelto ajenos al sufrimiento? Parece que aun queda un rayo de esperanza y un ápice de autorreflexión. Solo esperemos que su carrera en en los Oscar y las historias y debates que suscitan estos premios no distorsionen de alguna la propia película y hagan de su auténtico mensaje solo un plano negro, un ruido de fondo.

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