‘Tiempo de silencio’ cumple cien años: la novela de Luis Martín-Santos que revolucionó la literatura y fue icónica para toda una generación

Seix Barral recupera la icónica obra de un autor coincidiendo con el centenario de su nacimiento

Portada de la edición conmemorativa de 'Tiempo de silencio', de Luis Martín-Santos (Seix Barral)

Con motivo del centenario del nacimiento de Luis Martín-Santos, Seix Barral recupera su novela más emblemática, Tiempo de silencio, y lo hace a través de una edición conmemorativa acompañada de un prólogo de Enrique Vila-Matas para el que la aparición de esta obra significó “un antes y un después”. Es uno de los autores que siguen defendiendo la importante de una novela que se convirtió en un título fundamental durante el ‘tardofranquismo’.

Y es que la publicación de Tiempo de silencio en 1962 supuso un acontecimiento revolucionario, por una parte, por abordar la España del momento de una manera extremadamente cruda que nos llevaba desde las élites intelectuales a las clases más pobres y marginales. Pero, el factor fundamental de su repercusión fue sin duda toda la la serie de innovaciones narrativas que contenía, justo en un momento en el que estaba a punto de surgir toda una generación que se encargaría de modernizar la literatura contemporánea.

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Ruptura de convenciones literarias

Así, Tiempo de silencio fue la novela encargada de marcar una ruptura con el canon anterior, caracterizado por el realismo social dentro de vertiente tradicional, al incluir una serie de técnicas literarias hasta el momento inéditas en nuestro panorama, entre las que encontrábamos el uso del monólogo interior, el subjetivismo del narrador, la superposición de estilos directo e indirecto, la ausencia en la separación de los capítulos o la ruptura con la narración cronológica.

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La trama de la novela era en realidad bastante simple, pero contaba con una serie de elementos que ampliaban su dimensión hasta límites insospechados configurando una alegoría de la podredumbre moral de su época, en la que todos eran víctimas y también verdugos.

La acción tenía lugar en 1949 a través de la figura de Pedro, un científico que trabaja en un laboratorio con ratones experimentando con células cancerígenas. Pero, para conseguir los roedores de una cepa concreta que transmitían una enfermedad inguinal, tendrá que ponerse en contacto con ‘el Muecas’, que vivía en un barrio de chabolas junto a su mujer y sus dos hijas. Ahí comenzará su bajada a los infiernos cuando intente salvar a una de estas jóvenes de un aborto clandestino y su vida quede marcada por la desgracia.

Una obra marcada por la censura y la muerte prematura de su autor

La primera edición de Tiempo de silencio fue censurada y tuvo que publicarse sin veinte de sus páginas que hacían referencia los ambientes prostibularios. Poco a poco se fueron integrando estas partes mutiladas considerándose la versión de 1980, ya en la Transición, como la definitiva.

Luis Martín-Santos falleció antes de cumplir los cuarenta años en un accidente en 1964, justo cuando empezaba a ser reconocido por su obra y por sus contribuciones, que serían asimiladas por sus coetáneos, insuflando aire fresco a la novela del momento.

Había estudiado medicina y trabajado en la clínica López Ibor para tratar las enfermedades mentales, ya que su madre padecía esquizofrenia, así que, por esa razón, conocía de primera mano los procesos que se retratan en la novela en torno al ámbito científico. Al mismo tiempo, frecuentaba las tertulias literarias y los círculos intelectuales, donde conocería a escritores como Juan Benet o Ignacio Aldecoa que, como él, estaban fascinados por los recursos literarios de figuras como James Joyce, Franz Kafka, Marcel Proust o William Faulkner.

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Todas esas innovaciones se encuentran, por supuesto, superadas, pero Martín-Santos fue uno de los primeros que se atrevió a ponerlas a prueba en nuestro país, abriendo una brecha a otros escritores que nos llevan de Juan Marsé a Juan Goytisolo.

Puede que en la actualidad, Tiempo de silencio haya perdido la importancia que tuvo en su momento, cuando fue una lectura obligatoria para los alumnos de secundaria durante décadas. Pero su legado sigue siendo el mismo, aunque haya quedado como una especie de isla en el espacio y en el tiempo, no solo por la temprana muerte de su autor, sino porque fue un ejemplo fugaz de una corriente experimental y vanguardista que, aunque fue asimilada por otros escritores, pero que no configuró una escuela en sí misma.

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