Escandio, itrio, lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio. Pocas personas saben a qué hacen referencia estas 17 palabras, pero nadie podría vivir hoy en día sin ellas. Cierto es que parecen nombres de pensadores de la antigüedad o emperadores romanos, pero nada más lejos de la realidad. Se trata de las llamadas tierras raras, los supermetales en los que se sustenta nuestra sociedad y sin los que no podríamos mantener nuestro estilo de vida actual, tan dependiente de la tecnología. Como casi todas las cosas imprescindibles, son escasos (en su forma pura) por lo que precisan ser procesados -de ahí lo de raro- y, para colmo de males, están bajo el control de unos pocos, prácticamente de uno solo: China.
Con estos metales, en su mayoría de la familia de los lantánidos -esos que en la tabla periódica van del 57 al 70 y están algo apartados del resto-, se elaboran innumerables productos esenciales para el mundo moderno como, por ejemplo, los denominados superimanes, la fuerza motriz de todo pequeño motor eléctrico. Así, su desaparición dejaría inutilizables: coches, ascensores, aspiradores, ordenadores, teléfonos móviles, cámara digitales, neveras, aires acondicionados, lavadoras, tabletas, televisores, escáneres de códigos de barras, discos duros, satélites espaciales e incluso misiles y otros avanzados sistemas de armas. ¿Qué pasaría, entonces, si el país que domina la cadena de suministro global de estos metales decidiera, de pronto, cortar el grifo?
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En su libro La era de la tierras raras, el experto en geopolítica Juan Manuel Chomón Pérez detalla que China controla el 80% del mercado mundial de las tierras raras, cifra que se eleva hasta casi el 100% en el caso de las tierras raras pesadas, subgrupo de esto metales aún más escaso. Sin embargo, el verdadero poder de Pekín está fuera de las minas, ya que dentro de sus fronteras se lleva a cabo el 85% de la separación de los óxidos de tierras raras y la fabricación del 90% de estos 17 supermetales.
“Gracias a su monopolio actual, China puede permitirse fijar los precios a su antojo y forzar a que se instalen en su territorio las empresas que dependen de estos metales. China no solo adquirió todo el saber hacer y la tecnología relacionada con ellos, sino que lidera el registro de las patentes y la investigación relacionadas. Así dominan hoy la manufactura de productos acabados claves”, explica a Infobae España Chomón. Sin ellos, el grueso de las industrias dejarían de producir en menos de dos meses, para ejemplo lo sucedido recientemente en la industria automotriz como consecuencia de la falta de microchips que, dicho sea de paso, también se elaboran con tierras raras.
La “metalodependencia” de Occidente
La hegemonía china en este sector se ha debido, en parte, a que Occidente optó por cerrar sus minas de tierras raras -en Europa no hay ni una sola abierta- en la década de los ‘90, motivado por la incipiente conciencia medioambiental de por entonces. “Sin embargo, a nadie le preocupó que la región de Mongolia Interior de China se convirtiese en la suministradora internacional de tierras raras a base de una minería mucho mas nociva que la nuestra. Los fabricantes aceptaron los bajos precios a cualquier precio. La mirada de los ambientalistas no llegaba, o no quería llegar, tan lejos y para los gobiernos occidentales China no era un rival, por lo que esta aprovechó la ocasión para ir, progresivamente, capturando todos los escalones de la cadena de suministro de las tierras raras”, sostiene el experto.
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Paradójicamente, estos supermetales son ahora fundamentales para llevar a cabo la transición ecológica necesaria para revertir, o al menos moderar, el cambio climático: paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos dependen de las tierras raras. De querer revertir esta situación, totalmente desventajosa desde el punto de vista estratégico, Occidente debería, afirma Chomón, potenciar una minería responsable, respetuosa con el medioambiente y el desarrollo social. “Es necesario actualizar las leyes que regulan la actividad, protegerla y explicarle al ciudadano su labor fundamental. Hay que concienciar a los consumidores de que los siete elementos de tierras raras que, como mínimo, tienen sus smartphones no salen de la nada”, propone.
Actualmente, en territorio europeo sólo existen dos plantas de procesamiento de tierras raras: la fábrica de Silmet, en Estonia, antigua fábrica secreta de procesamiento de uranio soviética hoy propiedad de la empresa canadiense Neo Performance Materials; y las instalaciones de la firma francesa Rhodia, que a duras penas sobrevivieron a las presiones ecologistas de finales del siglo XX. Claramente, no son suficiente para hacer frente a la demanda de Occidente.
Ante esta situación, destaca el autor de La era de las tierras raras, la Unión Europea, Canadá, EEUU y Australia están creando centros de procesamiento con apoyo gubernamental, iniciativas muy recientes que, en el mejor de los casos, tardarán entre cinco o seis años en estar operativa. “El problema asociado es que hemos perdido todo el saber hacer. No existen en Occidente, prácticamente, especialistas en el dominio de la hidrometalurgia de las tierras raras, ni ingenieros químicos o geólogos especializados en estos materiales”, lamenta.
¿A las puertas de un conflicto?
Para Chomón, ya existe un conflicto entre China y Occidente por estos metales. “Será la evolución de su naturaleza lo que marque el desarrollo de las próximas décadas”, subraya. Previsiblemente, en los próximos años se intensificará la lucha por hacerse con el control, directo o indirecto, de nuevas minas de tierras raras, sobre todo en las regiones que carecen de la tecnología y la capacidad económica para su explotación: África, Sudamérica y el Sudeste Asiático.
El experto pronostica “una guerra fría comercial” como el escenario más probable que, en caso de que el enfrentamiento escale, conllevaría a la aparición de guerras en terceros estados. No obstante, si China optara por frenar el abastecimiento de estos metales “ningún ejercito podría mantener un conflicto de larga duración”, al no poder reponer sus arsenales. “En la primera guerra fría ganó Occidente, para esta segunda el modelo comunista ha aprendido muchas de las recetas occidentales -advierte Chomón- y secuestrado, estratégicamente hablando, la más fundamental de las cadenas de suministro”.