Salta a la vista. La imagen que acompaña a este texto esta modificada, se le han añadido recortes de miembros de distintas épocas pero de una misma familia, la Triviño. “Son los padres y los hermanos los que están ahí. Mi tía Anita tenía ganas de tener una foto en la que estuvieran todos juntos y, como no había posibilidad, lo que hizo fue llevarla a un fotógrafo para que le hiciera este montaje, que además se nota muchísimo. Esta el padre más joven que los hijos. Ella tenía ganas de tener a la familia junta y lo hizo de esta manera”, explica Pilar Triviño sobre la fotografía.
Pilar es la nieta de Pablo (el tercero por la izquierda) y cuenta emocionada la historia de su familia. Un relato marcado por el dolor que produjo el fusilamiento de su abuelo, Pablo Triviño Rojas nació y creció en Belalcázar, un pueblo situado al norte de la provincia de Córdoba. Se dedicaba al campo y era padre los ocho hijos que tuvo con su esposa Mercedes Sereno Copel.
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Tras el golpe de estado de 1936, Belalcázar cayó ante el bando sublevado, pero algunos vecinos que había huido del pueblo consiguieron librarlo poco después. Entre ellos se encontraba Pablo Triviño, que formó parte de la columna de liberación. Sin embargo, el municipio volvió a ser tomado por el el ejercito franquista y Pablo, junto al resto de vecinos que habían liberado al pueblo, se vio obligado a huir temiendo por su vida. “Tenía mucha actividad política en el pueblo porque, de hecho, aparece en actas de los plenos su nombre y, claro, era de izquierdas y aquí entraron los fascistas. Era un objetivo”, cuenta Pilar, la más joven de sus nietas.
A pesar de su marcha forzada y de que intuía cual sería su destino si regresaba al pueblo, tuvo que volver. “Cogieron a su hijo mayor y le dijeron que si no se entregaba, pues que mataban al hijo y fue por lo que se entregó”, explica Pilar, que detalla que “al hijo le hicieron cavar la fosa donde luego lo enterraron. Lo vio todo”.
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Fue ejecutado en un piquete de fusilamiento el 16 de mayo de 1939 en el cementerio de Belalcázar. Tras su asesinato, su familia se sumió en la pobreza: “Imagínate unos campesinos, una mujer viuda con ocho hijos a ver cómo lo hacía. Mi padre me contaba que de una naranja se repartían los gajos y que no tuvo zapatos hasta los 14 años o más”.
Una herida sin cerrar
La historia remueve a Pilar mientras la recuerda, porque es una herida que la familia no ha podido cerrar. La mujer cuenta que algunos de sus tíos hablaban más de aquella época, pero no era el caso de su padre. “No sé si es porque le traía malos recuerdos o dolor o lo que sea, pero no le gustaba hablar del tema, de hecho, no solía hablar”, indica.
Los Triviño conocían aquel suceso que les marcó -”yo soy la nieta más pequeña de de todos y la historia la he sabido siempre”- pero no fue hasta que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica empezó a planear una exhumación en el cementerio cuando empezaron a conocer más sobre lo que rodeaba a la muerte de su abuelo a manos del bando fascista.
“Conforme he ido creciendo, más me interesaba el tema. Incluso pensaba en cómo podría averiguar más y que luego resultó más fácil de lo que nos habíamos pensado durante muchísimos años, porque hay mucha información tanto en el Ayuntamiento como en en los Archivo Militares”, explica Pilar, que también es concejala en el Consistorio. Cuenta que no era consciente de hasta que punto le iba a afectar conocer más de la historia de la que solo tenían algunas pinceladas. “He llegado a llorar porque tenía muchos sentimientos encontrados”.
Entre los archivos, encontraron las denuncias que justificaban los fusilamientos -el de Pablo y el de muchos otros vecinos- y los informes militares. A Pilar aún le pesan las palabras que leía, porque se lanzaban acusaciones contra su abuelo que no creía posibles. “Que si mataba a este, si mató a no sé cuántos. Yo que sé que. Tuve que dejar de mirarlo porque me hacía sufrir”, cuenta con pena, pero también encontraba el consuelo de la asociación que llevó a cabo la investigación y posteriormente la exhumación: “El consejo que me daban era que tuviera en cuenta que la mayoría de las cosas, por no decir todas, eran mentiras para justificar el fusilamiento y ya está. De hecho, los testigos que tenían la mayoría de las sentencias eran los mismos y las denuncias se repetían siempre”.
Pilar sabe que la realidad era que su abuelo militaba en el PSOE, que tenía ideales de izquierdas y que trató de liberar a su pueblo cuando cayó en manos de los militares que habían dado el golpe. También que su muerte estaba sentenciada por eso, igual que la de miles de españoles cuyos ideales no casaban con los del nuevo Estado.
Las labores de exhumación en Belalcázar
“A mí me gustaría mucho encontrar los restos de mi abuelo. De alguna manera, es como terminar algo que está abierto y no se ha cerrado”, confiesa Pilar. Sin embargo, las labores de exhumación que se llevaron a cabo a finales del año pasado no dieron con sus restos, ni con los del resto de compañeros en el pelotón de fusilamiento.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que se ha encargado de todo el proceso, encontró los restos de dos cuerpos, pero no encontraron a su familiares. Tampoco dieron con las dos fosas con restos de los 11 represaliados que esperaban encontrar, ya que el cementerio ha sufrido muchas modificaciones y hay lugares en los que no pueden cavar.
Puede que las labores de exhumación continúen si encuentran más información del punto en el que se pueden encontrar los restos, conforme explica Pilar, pero por ahora, han podido rescatar sus nombres de la historia.