El cine de Matteo Garrone ha basculado entre el realismo más descarnado y la fantasía lúgubre y, entre esas dos facetas, su carrera se ha ido consolidando hasta alcanzar el estatus de gran maestro del nuevo cine italiano, junto a compañeras de generación como Alice Rohrwacher, que también ha combinado ambas esferas en sus películas.
Aunque ya había dirigido varias obras antes, su gran descubrimiento fue a partir de la adaptación de la implacable novela de Roberto Saviano Gomorra, en la que se analizaban desde distintos estratos la vinculación desde el subsuelo hasta los máximos estados de poder de la mafia napolitana.
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Gracias a esa película ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2008 y, ahora, después de más de una década dedicado a la reinterpretación de los cuentos desde su particular perspectiva, regresa al terreno del realismo más crudo en Yo, capitán, la crónica de dos adolescentes que parten de Senegal con la esperanza de alcanzar la costa del Mediterráneo y tener un futuro en Europa.
Una odisea migratoria tan terrorífica como esperanzadora
Los protagonistas de esta odisea con tintes homéricos son Seydou (Seydou Sarr) y Moussa (Moustapha Fall), dos niños inocentes que iniciarán una travesía repleta de obstáculos en la que experimentarán la atrocidad en carne propia.
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Matteo Garrone quería contar la tragedia de la migración a través de una mirada limpia e incontaminada para que, de alguna manera, el espectador se identificara con estos personajes que, al fin y al cabo, solo buscan la libertad.
Pero, como ocurría en los cuentos que tanto han inspirado al director, nuestros dos pequeños héroes se enfrentarán a todo tipo de monstruos que nos acercan a la parte más envilecida del ser humano. Traficantes, explotadores, asesinos y estafadores que se aprovecharán de los más desfavorecidos para ejercer la violencia indiscriminada sobre ellos.
El camino de Seydou y Moussa estará repleto de terror, pero la mirada de Garrone siempre nos sorprende a través de la humanidad de sus personajes, el espíritu de lucha y supervivencia que mantienen y su capacidad para encontrar poesía en los momentos más terribles.
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Yo, capitán adquiere una estructura capitular, a través de las diferentes peripecias de los protagonistas, pero adquiere toda su razón de ser cuando Seydou se ponga al frente de un barco repleto de migrantes en un recorrido el mar en el que se sentirá responsable de toda una tripulación en la que late el miedo y la desesperación. En ese momento, el joven se convertirá en Yo, capitán, una frase con la que culmina una aventura de denuncia y reivindicación de las políticas migratorias.
Garrone compone un mosaico de escenas que quedan grabadas para siempre en la memoria. Y lo hace desde el respeto, alejándose de cualquier clase de miserabilismo, utilizando la empatía y la honestidad como armas. Convirtiendo la lucha de los protagonistas en una cuestión que va más allá de la mala conciencia, apelando al sentido crítico y la ética moral del espectador.