En 2017 se publicó en Estados Unidos La hija del pantano, escrita por Karen Dionne y, además de traducirse a muchos idiomas, sus derechos para una adaptación cinematográfica no tardaron en adquirirse.
Y es que sus páginas tenían un buen puñado de elementos atractivos para ser trasladados a imágenes. En primer lugar, la trama tenía lugar en una zona boscosa en la Península superior de Míchigan, prácticamente inaccesible, en medio de la naturaleza más salvaje y, en segundo, trataba un tema parecido al que se abordaba en La habitación, el secuestro de una mujer a la que un hombre recluía y con la que tenía descendencia, en este caso, una niña.
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Aquí, madre e hija no estaban encerradas, pero no tenían escapatoria y la pequeña vivía engañada, ya que no sabía nada de la naturaleza monstruosa de su progenitor, con el que tenía una relación supuestamente idílica, ya que este se encargaba de enseñarle métodos de supervivencia dentro de ese entorno tan bello como peligroso.
Sin embargo, el grueso de la narración se desarrollaba años después, cuando la protagonista ya era adulta y había formado una familia con una nueva identidad para que nadie la relacionara con ese hombre al que se le conocía como ‘el rey del pantano’ y que estaba en prisión. ¿Cómo superar ese terrible trauma de la infancia cuando el pasado regresa y amenaza con poner en peligro todo lo que has intentado construir después?
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Un thriller sobre la relación perversa entre un padre y su hija
La película que ha dirigido Neil Burger (responsable de Divergente) plantea también esa cuestión al adentrarse en la nueva vida de Helena (interpretada por Daisy Ridley, Rey en la última saga de Star Wars), en la que intentará ser la mejor esposa y madre posible cuando se entere de que su padre, Jacob, ha escapado (el siempre magnífico Ben Mendelsohn) y la acecha a escondidas. Todo el mundo cree que ha muerto, pero ella sabe que no.
La hija del pantano se abre con ese pasado de Helena en el que vivía de forma inocente siguiendo los consejos de Jacob, introduciéndose en la espesura con naturalidad y conociendo cada recodo. Cada vez que alcanzaba un hito en su aprendizaje o fallaba, su padre le marcaba la piel con un tatuaje, como símbolo de pertenencia, de posesión.
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Durante los primeros compases, la película se configura como un cuento oscuro en el que late el peligro y la inquietud, pero poco a poco las expectativas irán diluyéndose, quizás por la dirección un tanto plana de Burger que se limita a componer un thriller de suspense sin demasiadas ideas originales, sin fuerza o garra suficiente, en el que por encima de todo brillan sus dos intérpretes protagonistas.
La hija del pantano recuerda a películas recientes como La chica salvaje, también otra adaptación que transcurría en humedales, aunque en ella se apostaba más por el elemento melodramático. En cualquier caso, uno de los aspectos más interesantes que incluye la película de Burger, es esa violencia masculina que ejerce la figura paterna, de cómo es capaz de manipular, en engañar y dañar a las mujeres para tenerlas a su servicio y marcarlas para siempre, tanto en el cuerpo como en la mente.