La imagen de los Campos Elíseos a rebosar en el último día del año ha viajado más que Dua Lipa en los últimos 12 meses. Cientos de móviles se elevan en una de las avenidas más concurridas del planeta para dar la bienvenida al 2024. “Ni una persona disfrutando el momento”, comentaban en redes sociales aquellos que, desde su móvil, juzgaban a los que lo usaban para captar el nanosegundo en el que el Arco del Triunfo comenzaba a chispear con fuegos artificiales. “Parece una escena sacada de Black Mirror”, otro de los argumentos más empleados para justificar que, nos guste más o menos, la tecnología nos controla y no nosotros a ella.
El futuro ya no lo es tanto y las noticias de que en 10 años podremos tener relaciones sexuales con robots comienzan a replicarse y analizarse en las redacciones de los medios de comunicación. Intruso, la película protagonizada por Saoirse Ronan y Paul Mescal, llega a Prime Video para plantear, precisamente, dicha disyuntiva: ¿puede una réplica biomecánica de nuestra pareja enamorarnos más que la persona de carne y hueso?
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Intruso, basada en la novela de Ian Reid y dirigida por Garth Davis (Lion, María Magdalena), que ha colaborado mano a mano con el escritor para esta adaptación, es una evocadora exploración del matrimonio y la identidad ambientada en un futuro en el que el cambio climático ha arruinado las tierras de cultivo. Junior (Mescal) y Henrietta (Ronan) son una pareja que vive tranquilamente en una granja.
Ambos cultivan un trozo recóndito de tierra que ha sido propiedad de la familia de Junior durante generaciones, pero su tranquila vida sufre un vuelco cuando un extraño, interpretado por Aaron Pierre (El ferrocarril subterráneo, Tiempo), aparece en su puerta inesperadamente con una inquietante proposición.
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¿Puede la IA reemplazarnos?
Intruso, evocadora y a ratos terrorífica, es un ejercicio de reflexión acerca de lo lejos que puede llegar la tecnología a la hora de calcar la emoción humana en los robots, uno de los grandes escollos de la inteligencia artificial (IA). La película plantea un debate a raíz de la marcha de Junior (Mescal) al espacio. Dado que la Tierra es un lugar prácticamente inhabitable, los órganos gubernamentales necesitan voluntarios que vayan a otros planetas para probar la viabilidad de una vida lejos de lo establecido y conocido.
Junior estará un año fuera, pero Hen no se quedará sola: para compensar el daño emocional de dejarla sola en la granja, tendrá a su disposición una réplica de su marido durante 365 días hasta que éste regrese de su exploración espacial. Cuidado, que vienen spoilers. Al haber sido “alimentado” con información sobre su matrimonio, su relación, su boda, su vida juntos, sus peleas y sus relaciones sexuales, sus peros, la réplica del personaje de Paul Mescal termina siendo una versión dulcificada y mejorada con respecto al patrón original.
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La réplica se convierte, así, en el marido que a Hen le gustaría seguir teniendo: dulce, cariñoso, valiente y similar al que conoció cuando se casaron. Por aquel entonces, su relación todavía vivía en una permanente luna de miel. La erosión de su matrimonio con Junior hace que la protagonista redescubra al hombre con el que ha compartido su vida a través del robot, que presenta un nivel apabullante de emociones. Eso sí, en la película no sabemos todo esto hasta al final, cuando se desvela que en todo momento estábamos viendo la relación de Hen con el reemplazo biomecánico, y no con su marido.
En una de las escenas más reveladoras de la adaptación de Garth Davis vemos cómo el robot muestra incluso más emociones que el propio Junior, incapaz de articular siquiera una palabra tras su regreso del espacio. Además, éste tiene que asistir a un funeral de lágrimas, pues Hen no quiere que apaguen al robot de su marido. Resulta prácticamente imposible diferenciar a uno del otro, pues parecen haberse intercambiado los roles. El hombre de la extraña proposición mira atento, y orgulloso, a su creación: la misión ha sido un éxito.
¿Nos gusta nuestra pareja, o la versión de ella que hemos idealizado en nuestra mente? Intruso no sólo plantea la disyuntiva de si un robot es capaz de tener emociones humanas o no, también pone sobre la palestra las actitudes humanas en su contexto más íntimo. Hen no está enamorada de Junior, sino de la versión de él que conoció en sus primeros meses juntos, de ahí que el robot consiga enamorarla de nuevo. La misma situación ocurre con Junior: no soporta que su mujer quiera tocar el piano, escaparse, dejar la granja y ser libre. Él es más cuadriculado y apenas la entiende. Necesita otra versión de ella que sea capaz de lidiar con su coyuntura y rutina.
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En un giro de guion final, Hen abandona a Junior, pues ésta ha perdido la esperanza de poder conectar de nuevo con su pareja. La situación parece insalvable. Sin embargo, en una escena final vemos a ambos compartiendo cama y con una felicidad renovada. No se trata de ella, sino de la réplica biomecánica que él ha encargado para no estar solo. Como en el caso de Junior, el robot de Hen es exactamente lo que él desea. Así, la cinta explora la intimidad y las relaciones amorosas como un estado individual en el que no se computa el cambio. Te quiero, pero en tu versión mejorada. Te quiero, pero como yo quiero quererte, con unas virtudes específicas y unos defectos que no me molestan.