El próximo 5 de julio se cumplirán tres años de la muerte de Raffaella Carrà, uno de los grandes iconos de la música italiana que se encargó de revolucionar el panorama televisivo tanto de su país como del nuestro a golpe de bailes sicalípticos y coreografías espectaculares.
Llevó su enfermedad en silencio, y a todos les pilló desprevenidos su fallecimiento. Con esa conmoción comienza precisamente el documental que ha estrenado Disney Plus+ titulado Raffaella, en el que el director Daniele Luchetti (responsable de títulos como Mi hermano es hijo único o La nostra vita), aborda la figura de una mujer que consiguió no solo la fama internacional, sino también erigirse como un símbolo de empoderamiento femenino para las nuevas generaciones.
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¿Quién era ‘la Carrà' y quién ‘la Pelloni’?
Una de las preguntas sobre las bascula este trabajo que consta de tres capítulos es dónde empezaba el personaje y dónde la mujer que había detrás de la máscara, o lo que es lo mismo, quién era en realidad Raffaella Carrà, su pseudónimo artístico y cuánto quedaba de Raffaella Pelloni, su nombre real, una niña que vivió los duros años de la posguerra y a la que le faltó la figura paterna después de que su progenitor abandonara a su familia.
En realidad, esa pregunta quedará un tanto en el aire, ya que ni siquiera sus seres más cercanos, sabían distinguir entre la diva Carrà y la Pelloni, convirtiéndose Raffaella en las dos caras de una misma moneda. A partir de esa cuestión identitaria, nos adentraremos en la vida de la artista, en primer lugar, a través de sus inicios, plagados de decepciones, en los que quiso ser bailarina de danza clásica y no pudo, ser actriz, pero no terminaba de encajar dentro de la industria, a pesar de que consiguió un contrato en Hollywood después de trabajar con Frank Sinatra.
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“No se le daban bien los primeros planos, quizás porque su gran don era su capacidad para expresarse a través de su cuerpo”, cuenta el director Marco Bellocchio, que coincidió con ella los años sesenta, en el Centro Experimental de Cine.
Trabajo, constancia y capacidad de reinvención
Raffaella no quería ser una intérprete del montón, quería algo más, pero en ese momento, todavía no lo sabía. Su oportunidad llegaría gracias a un programa de televisión en el que le ofrecieron ser la acompañante de Nino Ferrer y se atrevió a pedir tres minutos para ella sola, una apuesta arriesgada que supo aprovechar gracias a un baile que dejó a todo el mundo boquiabierto.
Comenzaban los años setenta y se respiraban aires de cambio después de la revolución hippy, pero la televisión italiana todavía estaba marcada por el puritanismo. Por eso, que Raffaella llevara un crop top y enseñara el ombligo, casi se convirtió en una cuestión de Estado.
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Hay varias cosas que quedan claras después de ver el documental de Luchetti: que Raffaella creyó siempre en sí misma, que nunca se rindió, que fue una trabajadora incansable, y que fue una mujer que supo reivindicarse dentro de la sociedad machista y patriarcal en la que vivía.
Lo hizo a golpe de riesgo y provocación, sobre todo al principio, y en una década pasó de ser una desconocida a convertirse en una celebridad mundial más allá de sus fronteras, sabiendo manejar a la perfección los tiempos de su carrera.
Por supuesto, se repasarán los grandes éxitos de su carrera musical, del Tuca Tuca a Fiesta, pasando por su himno Rumore o Hay que venir al sur, que se reconvertiría en ‘rompepistas’ de discoteca con la versión de Bob Sinclar Far L’amore.
Un documental demasiado superficial
Sin embargo, en el documental se hecha en falta un poco más de contexto y de profundidad, por ejemplo, a la hora de analizar el panorama musical de la época, algo que desaparece por completo, como si Raffaella viviera en un limbo en el que no había más artistas que ella que se retroalimentaban y evolucionaban. Solo se menciona a Mina Mazzini porque hizo un programa con Raffaella, pero también colaboró con otros titanes como Adriano Celentano, Renato Zero o Umberto Tozzi, de los que nada se dice.
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En general, se pasa de puntillas por casi todos los periodos de la artista, casi como si fuera una traslación de la Wikipedia a imágenes que nos llevan desde su desembarco en España en la época franquista, a la gira por Latinoamérica, su madurez en programas de entretenimiento, su alianza con Berlusconi en su cadena Mediaset (tema peliagudo del que tampoco se habla mucho) y su constante reinvención.
Resulta agradable de ver, pero no consigue la suficiente consistencia para convertirse en un trabajo rotundo. El primer capítulo es sin duda el más completo, sobre todo a nivel de documentación, gracias a fotografías y grabaciones de la artista tanto en su esfera privada, con su hermano y su madre, como en sus primeros pasos dentro del espectáculo.
En cuanto a los participantes en el documental, ocurre lo mismo, son reveladores al principio (las personas que la conocieron en su niñez o adolescencia), pero a medida que avanza el metraje y solo se escogen presencias muy tangenciales a la vida de Raffaella (de Loretta Goggi a Loles León, pasando por Tiziano Ferro o Emanuele Crialese), excepto, eso sí, la de su sobrino y la hija del que fue su pareja y productor de todos sus éxitos, Gianni Boncompagni.