Laura Pedro y Félix Bergés han hecho posible lo imposible, o lo que es lo mismo, que una película con efectos especiales rodados de manera tradicional se encuentre en la shortlist de los Oscar, junto a trabajos en el que el dominio de lo digital lo abarca prácticamente todo, como The Creator, Godzilla Minos One o Guardines de la galaxia Vol. 3.
Desde El Ranchito, la empresa donde trabajan, ya habían acumulado grandes logros tanto nacionales como internacionales que nos llevan desde Ágora, de Alejandro Amenábar hasta la serie Juego de tronos, pero la relación de ambos profesionales, Pedro y Bergés, con Juan Antonio Bayona, ha sido desde el principio de lo más especial.
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Félix Bergés, un veterano dentro del sector que comenzó en los años ochenta, colaboró con el director en Lo imposible y, en su siguiente película, Un monstruo viene a verte, Laura Pedro se incorporó al equipo. Desde ese momento, han constituido un tándem imbatible demostrando que nuestro país está a la altura de las grandes superproducciones de Hollywood en materia de efectos especiales.
“La primera vez que me enfrenté a un reto fuera de lo común fue en El milagro de P. Tinto”, cuenta Félix Bergés a Infobae España. “Pero el gran proyecto en todos los sentidos, fue Lo imposible. Bayona es una rara avis, porque es un director que hace películas con presupuestos muy altos que no tienen nada que ver con el nivel de recursos que se manejan en España. Puede que en Estados Unidos se hagan películas fantásticas cada dos por tres, con superhéroes en el espacio, pero aquí no ocurre eso”.
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En 2018, Sandra Hermida y Belén Atienza, las productoras habituales de J.A. Bayona, les hablaron del proyecto. “Nos dimos cuenta de que la película iba a requerir de efectos visuales invisibles”, cuenta Laura Pedro. Ese fue su gran desafío.
¿Qué son los efectos visuales invisibles?
Como su nombre indica, son aquellos que no se pueden apreciar, que no se ven a simple vista como un dragón surcando los aires. O lo que es lo mismo, los que implementan el valor de la imagen en sí, los que dan una textura real sin que los percibamos como postizos o falsos.
En este caso, entre otras muchas otras cosas, tuvieron que enfrentarse a la recreación del Valle de las Lágrimas, el lugar recóndito de los Andes en los que se estrelló el vuelo 571 de la Fuerza Uruguaya que transportaba 40 pasajeros y 5 tripulantes y de los que sobrevivieron 16 personas, un hecho real en el que se basa el libro de Paolo Vierci que dio lugar a la película.
“Obviamente no podíamos rodar allí, porque es un lugar inaccesible y uno de los sitios más peligrosos donde se puede estar”, continúa Laura Pedro. “Entonces, ahí empezamos a valorar de qué manera se podía llevar a cabo esta película con nuestra aportación sin que se notara”.
Desde el primer momento tuvieron claro lo que no querían. Podrían crear digitalmente las montañas, pero esa nunca fue una opción, debían encontrar la manera de tener fondos reales y que el director pudiera rodar la película en una montaña con nieve y, luego, ensamblar ambas cosas.
En 2020, decidieron ir al Valle de las Lágrimas y configuraron una aplicación del entorno para saber qué necesitaban llevarse de ese sitio y, a través de Google Earth hacer una topografía precisa. Bajo supervisión, unos montañeros especializados, hicieron un montón de fotografías, que capturaron todo el material que era necesario. Se desplazaron varias veces a ese lugar recóndito, hasta que obtuvieron lo que necesitaban.
Una experiencia 100% real
Físicamente, la película se rodó en Sierra Nevada durante larguísimas jornadas en los que todos estaban atrapados en la nieve. Allí tenían tres decorados, uno a más de 3000 metros de altura, otro un poco más abajo, a 2000 metros y, en la pista de esquí, construyeron una nave efímera con una pantalla LED de 12 metros en la que ponían todo el material que habían obtenido. El último set estaba más cerca de Granada, en medio un olivar, donde edificaron una plataforma de 100 metros por 100 que les permitía subir y bajar el fuselaje. Así se grabaron las escenas más peliagudas, como la del alud, que ha terminado siendo icónico por el impacto visual que provoca.
“Había una capa de nieve ficticia y otra de nieve real, así que los actores pasaron muchísimo frío. Jota (Bayona) quería que las reacciones fueran reales. Estuvieron seguros, claro, pero pasaron frío, eso está claro”, continúa Bergés. “Pero lo importante es que la experiencia fuera 100% real, tanto para ellos como para el espectador”.
Aseguran que es su método de trabajo preferido. Podrían haber utilizado ordenadores, hacerlo todo digitalmente, pero no era el propósito. No se trataba de un ente imaginario como en Un monstruo viene a verte, aquí todo tenía que sentirse, palparse, experimentarse. “En realidad, nuestro trabajo ha sido el de rellenar”, afirman.
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En cuanto al impacto que provoca el accidente, los actores también tuvieron que sentir en carne propia las turbulencias. “Parecía un parque de atracciones, porque la estructura se movía de arriba a abajo creando esa sensación, yo el primer día de las pruebas, reconozco que salí mareada”, añade Pedro. “Pero sabíamos que era un elemento imprescindible inmersivo”.
Para Félix Bergés y Laura Pedro, J.A. Bayona es un director inusual, porque le interesan especialmente los efectos digitales, sabe de eso, y lo valora mucho. “Siempre busca la manera de hacerlos reales, que es lo que nos gusta a nosotros”.
Reconocen que una nominación al Oscar en su categoría sería todo un logro, ya que se suelen valorar las creaciones de mundos fantásticos a través Visual Effects y que nunca se ha colado una película con efectos invisibles de carácter tan austero. Pero, por el momento, La sociedad de la nieve es una de las películas favoritas en este apartado, al igual que lo fue el año pasado Sin novedad en el frente, también un original de Netflix.