La Dirección General de Tráfico (DGT), en el marco de sus objetivos de seguridad vial y control de las carreteras, implementa una serie de medidas para mantener la seguridad de los usuarios y disminuir la siniestralidad en las carreteras españolas. Una de estas medidas que aplica para alcanzar estos objetivos es la instalación de sistemas de control de velocidad, los radares. La elección de las ubicaciones para estos controles de velocidad no es aleatoria ni arbitraria, sino que obedece a un proceso deliberado que busca maximizar su efectividad en la prevención de accidentes.
El principal criterio para que se instale un radar en una carretera es el nivel de siniestralidad de la vía. Para conocer estos datos, se realizan estudios detallados y continuos de los tramos de carretera donde se registran un mayor número de accidentes, especialmente en aquellos que tienen como resultado víctimas mortales o lesiones graves. Estos estudios incluyen análisis estadísticos de la incidencia, las causas y las consecuencias de los accidentes de tráfico, y a menudo se basan en datos recogidos a lo largo de varios años para asegurar la fiabilidad de los resultados.
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Estos estudios no solo analizan la frecuencia de los accidentes, sino también factores como las condiciones de la carretera, el volumen de tráfico, la presencia de intersecciones peligrosas o tramos con visibilidad reducida, y las velocidades promedio registradas. Con esta información, la Dirección General de Tráfico puede identificar los puntos más peligrosos, para instalar radares que puedan tener un impacto positivo en la vía.
La DGT se centra en las carreteras convencionales
Las carreteras convencionales son una de las vías donde la DGT pone especial atención. Las estadísticas muestran que este tipo de carreteras presenta la tasa más alta de accidentes mortales en comparación con las autopistas o autovías. Las razones detrás de esta realidad son variadas, incluyendo características como el diseño mismo de estas vías, que a menudo tienen un solo carril para cada sentido, carecen de medianas de separación y poseen numerosos accesos y salidas. Además, las carreteras convencionales atraviesan áreas con mayor presencia de peatones, ciclistas y fauna, lo que incrementa el riesgo de colisiones.
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Es en estas carreteras donde la vigilancia de la velocidad se vuelve más complicada, los radares desempeñan un papel disuasorio importante, incitando a los conductores a mantener velocidades adecuadas y respetar los límites establecidos. Además, la mera presencia de radares puede influir positivamente en la conducta de los conductores, conduciendo a una cultura de conducción más cautelosa y respetuosa de las normas de tráfico.
Aunque la presencia de radares suele ser objeto de debate, con opiniones divididas entre quienes los consideran una herramienta necesaria para salvar vidas y quienes los ven como una medida recaudatoria, la evidencia sugiere que su efecto en la mejora de la seguridad vial es significativo. Las estadísticas de la DGT indican una correlación entre la instalación de radares y una reducción en el número de accidentes y víctimas en las carreteras.
Tal y como confirma la DGT, la selección de ubicaciones para la instalación de radares es el resultado de estudios centrados en la seguridad vial. Por medio de un análisis datos sobre accidentes y siniestralidad, especialmente en carreteras convencionales, la DGT trabaja para implementar un sistema de control de velocidad efectivo que contribuya a salvar vidas y reducir las lesiones graves derivadas de los accidentes de tráfico.