Nikolett Bogár, exmodelo húngara de 30 años, revela las sombras de la industria de la moda y su lucha contra la anorexia 10 años después de dejar las pasarelas. En un momento en el que su rostro adornaba las campañas de Armani, Dolce & Gabbana, Chanel y Dior, su vida interna estaba marcada por una profunda infelicidad. Con solo 20 años, y tras entrar en el mundo del modelaje a los 15, Bogár tomó la decisión de abandonar una carrera que puede parecer de lujos, pero que ella describe como una auténtica pesadilla.
En su reciente libro “The Fashion Industry and Eating Disorders” y en su investigación en la Universidad de Semmelweis de Budapest, la exmodelo analiza el vínculo de los trastornos alimenticios en la industria de la moda y cómo estos pueden ser una consecuencia directa de las exigencias de dicho sector. Durante una conferencia en el hospital de Bellvitge, Bogár condenó la presión que se ejerce sobre las modelos para que se ajusten a un ideal de belleza extremadamente delgado, citando datos alarmantes que muestran que un 14,6% de las modelos podrían presentar síntomas de anorexia subclínica, un porcentaje muy superior al del grupo control (2,7%).
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La lucha contra la anorexia
En una entrevista con El País, Bogár ha explicado que decidió salir del sector porque su vida se centraba en comer poco, hacer mucho deporte y mantener una imagen que no le reportaba felicidad. La exmodelo se enfrentó a una anorexia que comenzó antes incluso de entrar al mundo del modelaje y que perduró durante años. Su agente, lejos de apoyarla, la utilizaba como un “ejemplo” para otras modelos, sugiriendo que debían imitar su extrema delgadez.
Para ella, todo comenzó con la necesidad de aprobación: “A los 15 años fui a una competición de modelos. Yo no quería serlo, sino estar lo suficientemente delgada como para ser considerada como buena. Acabé ganando y acepté la oportunidad de iniciar una carrera, pero a los tres años ya me di cuenta de que aquello no me gustaba. Entonces ya tenía un trastorno alimentario [duró entre cinco y seis años], del que me recuperé dos años después de dejar la industria. Trabajar como modelo limitó claramente mi recuperación.”
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Mientras paseaba en las pasarelas, luchaba contra los trastornos alimentarios y, ahora, nos lleva al interior de una industria donde sentirse insuficiente es la norma. La exmodelo recuerda haber vivido meses en los que casi no comía y realizaba ejercicio compulsivamente. Este esfuerzo desmedido por ajustarse a un ideal conducía a comparaciones destructivas y autocrítica implacable. “Sentía que tenía que adelgazar más, me comparaba con las otras, les miraba las piernas o si su estómago era más plano que el mío. Era todo el rato así”, relata.
Un cuerpo para la industria
La exmodelo también ha hablado de la tendencia de la industria a valorar a las modelos exclusivamente por su aspecto físico, ignorando otros aspectos de su personalidad. Critica este enfoque por ser degradante y por aumentar la presión sobre las jóvenes de mantenerse extremadamente delgadas, lo que puede resultar en problemas de autoestima y trastornos alimentarios: “Solo cuenta como luces y en cierto punto es degradante”.
La húngara subraya que la responsabilidad de este ambiente nocivo es compartida y forma parte de un ciclo vicioso. Agentes, diseñadores, revistas y fotógrafos se culpan entre sí, mientras defienden que simplemente están satisfaciendo las demandas de un mercado impulsado por parámetros actuales de belleza.
Asimismo, la exmodelo subraya la extrema delgadez que se exige actualmente en el mundo de la alta costura, incluso por debajo de las medidas 90-60-90 que hace años eran consideradas ideales. Insiste en la necesidad de realizar estudios longitudinales que demuestren la correlación entre la duración del oficio y el desarrollo de trastornos alimentarios.
En cuanto a las regulaciones gubernamentales que imponen pesos mínimos para desfilar, Bogár es rotunda: no son efectivas. Revela tácticas como añadir pesos a la ropa para alterar las mediciones del índice de masa corporal (IMC) y obtener certificados médicos fraudulentos. A través de su experiencia y las de otras modelos, queda claro que la industria encuentra formas de eludir estas medidas. Narra el caso de un trabajo que realizó en Madrid, donde tenían que garantizar un mínimo del índice de masa corporal (IMC). “Fuimos a hacer la comprobación obligatoria con objetos pesantes ubicados debajo de la ropa para falsear el certificado. Los agentes nos dijeron que teníamos que hacerlo así, con ropa holgada, porque si no, no podríamos participar”, detalla.
La vida con color
Su recuperación fue un desafío, pero un cambio de percepción sobre su estilo de vida fue clave. “Cuando me di cuenta empecé a quedar con amigos, a mimetizar lo que hacían: supe qué era una porción de comida normal, las tallas normales… Empecé a comer más y a vivir más. Mi vida empezó a tener más color y yo a ser más feliz. Fue un ciclo positivo”, cuenta diez años después de haber dejado una profesión que le hacía vivir enferma.
Plataformas de ayuda para personas con trastornos alimenticios
Las personas que sospechen que tienen un trastorno de la conducta alimenticia (TCA), que tienen una mala relación con la comida, con el deporte y con el reflejo del espejo, pueden pedir ayuda. Compartir el problema es el primer paso para empezar la recuperación. Pueden acudir al médico de familia y hablar de lo que está sucediendo para que este les derive al psicólogo y para acceder a las Unidades de TCA con las que cuentan los hospitales y que brindan ayuda y soporte a todos lo que lo necesitan.