14 fueron las veces que Felipe VI nombró la Constitución, la palabra más repetida y el concepto más enfatizado del discurso. Es la ley fundamental del país y también el bastión en el que la monarquía se siente cómoda, el espacio común al que todavía puede recurrir sin miedo a molestar a la centralidad de la población y a las fuerzas políticas.
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El discurso de Navidad no se salió de las líneas que marca el artículo 56, el que da sentido a la labor del rey. “Es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”, dice el primer punto del artículo.
Y eso es, de hecho, lo que llevan reivindicando tanto Felipe VI como su padre, Juan Carlos I, desde la llegada de la monarquía constitucional en 1978. Unidad, moderación y funcionamiento regular de las instituciones. No están los reyes para gobernar, ni siquiera para expresar grandes opiniones, sino que su figura tiene mucho de institucional, con un reclamo fundamental, el de intentar ser una figura de consenso.
Ese discurso conciliador, además de obligatorio por sus funciones, probablemente es también lo que precisa el tiempo político en el país. Porque el mensaje navideño no entra en grandes profundidades, pero cada llamamiento a la concordia y la unidad recuerda que algunas instituciones, como el poder judicial, están siendo constantemente un lugar de gresca entre la derecha y la izquierda.
El CGPJ, a pesar de la última conversación entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, sigue sin estar renovado. No se nombra específicamente en el discurso, pero es lo que subyace de frases como “la democracia también requiere unos consensos básicos y amplios”, especificando que todo el resto de la conversación política solo tiene sentido, precisamente, dentro de ese marco constitucional. El consenso siempre ha sido reivindicado, casi como un asociado imprescindible al pacto de transición a la democracia, y uno de los grandes temores de los políticos más veteranos es que esos espacios de entendimiento entre derecha e izquierda hayan quedado atrás.
El rey, en su discurso, se muestra optimista de que esa fase también se solvente en un futuro. Lo hace con una apelación general, sin nombrar a los mandatarios: “El pueblo español los ha superado siempre; ha conseguido sobreponerse, sabiendo elegir su camino con fortaleza y con el orgullo de los pueblos que son y quieren ser”.
Todo este camino trazado por Felipe VI tiene un recordatorio final. Ese entendimiento y esa concordia se le debe a los que vienen detrás: “Así podremos cumplir mejor con la obligación de la que hablé hace unas semanas en las Cortes: la de garantizar a las jóvenes generaciones el legado de una España unida, cohesionada, con voluntad de entendimiento, y sólida en sus convicciones democráticas, cívicas y morales”.