Con Una joven prometedora, Emerald Fennell se convirtió en la primera mujer que ganaba el Óscar con una ópera prima. Y es que el mecanismo que proponía resultaba de lo más subversivo, un thriller de venganza que se encargaba de desenmascarar la cultura de la violación y de reflexionar en torno al consentimiento en la era del Me Too a través de la mezcla de un buen puñado de registros antitéticos que tenían la virtud de superponerse de una manera tan armónica como arriesgada.
Después de ese título icónico en el que brillaba Carey Mulligan como heroína justiciera, había mucha expectación por saber cuál sería el próximo paso de la directora. Y, en ese sentido, ha demostrado la conexión que sus propuestas tienen con las generaciones más jóvenes, ya que las redes se revolucionaron a partir del momento en el que empezaron a salir las primeras imágenes de su nueva película, Saltburn, a través de una campaña de lo más visual en la que se le daba el protagonismo a la sexualidad y al morbo de sus personajes en un entorno de lujo decadente, en especial a través de la explotación del nuevo icono masculino Jacob Elordi.
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Más allá de la expectación que pudiera generar esta maniobra de marketing, lo cierto es que en Saltburn, Emerald Fennell demuestra su capacidad para generar malestar y tensión, así como configurar una atmósfera viciada y enrarecida en la que late la opresión y la ambigüedad moral.
Lo hace a través de la mirada de un joven, Oliver Quick (Barry Keoghan) que podría ser un trasunto del Tom Ripley que creó Patricia Highsmith, en este caso, becado en la universidad de Oxford y que se codea con la élite en un universo cerrado en el que predominan los ‘niños de papá', mientras él pertenece a una familia humilde de la que nadie sabe prácticamente nada.
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Morbo en el palacio
En ese contexto, comenzarán las mentiras que irá tejiendo para entrar en la órbita de uno de los chicos más populares, Felix Catton (Jacob Elordi), el hijo mayor de una dinastía que vive en un castillo de nombre Saltburn. Oliver será invitado a pasar allí las vacaciones de verano y entrará en un mundo de lujo y privilegios y será acogido como un elemento extraño, pero que despierta la curiosidad, sobre todo por parte de la madre, Elspeth (Rosamund Pike) y la hermana, Venetia (Alison Oliver), pero también del hijo bastardo de la familia, Farleigh (Archie Madekwe), que sospechará de él desde el principio.
La película conectaría con películas recientes como Parásitos a la hora de abordar el odio de clase, pero en este caso desde una perversión suntuosa que opta por la provocación, por la representación de los cuerpos, del deseo, de lujuria, del placer por el placer, que en algunos momentos puede resultar simplista, pero no por eso menos absorbente, porque la directora demuestra una capacidad estilística tan avasalladora, que resulta imposible no rendirse a sus encantos, a pesar de que los defectos sean evidentes, sobre todo en lo que se refiere a la credibilidad de una historia que no deja de ser de lo más artificial y sus medidas narrativas un tanto impostadas para llegar a una resolución demasiado precipitada y poco creíble.
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Como ocurría en Una joven prometedora, en esta ocasión, la película también se encuentra impregnada de elementos pop. Los protagonistas ven en sesiones de cine Supersalidos y The Ring, y la banda sonora repleta de canciones resulta fundamental a la hora de crear un espíritu festivo a ritmo de MGMT, The Killers, Arcade Fire para terminar con Murder on the Dance Floor, de Sophie Ellis-Bextor, gracias a la que se configura uno de los mejores finales del cine reciente.