España recibía a Malta en Sevilla en mitad de un océano de gatillazos. Tras la pésima imagen mostrada en el Mundial de 1982 organizado en frontera nacional y con la obligación de ganar por 11 goles de diferencia para arrebatar el primer puesto del grupo a Holanda y conseguir el billete a una Eurocopa a la que en aquellos tiempos tan sólo acudía el primer clasificado. La Roja se vio envuelto en el mencionado brete debido a la diferencia goleadora de Holanda cosechada ante Malta en un partido “comprado” para Poli Rincón.
“Creo que es una cosa a tener en cuenta, la Federación Holandesa compró el partido de Malta para que se jugase en un estadio cerca de su frontera con Alemania. En lugar de jugar en el territorio maltés, lo hicieron en uno con muchísimas mejores condiciones alegando mayores facilidades para retransmitir el partido por televisión. Si nosotros lo hubiéramos comprado de la misma manera igual no hubiésemos llegado a la última jornada necesitando once goles”, añade. Paco Buyo se suma a la denuncia. “Eso es adulterar la competición”, sentencia de manera categórica.
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“El primer partido contra Malta lo jugamos en La Valeta (capital maltesa). En un estadio que era un auténtico patatal, un pasto de ovejas o cabras montesas donde el balón era un conejo. Ganamos 2-3, pero sufrimos lo indecible para sacar adelante el resultado. La sorpresa nuestra fue que el Malta-Holanda, en lugar de jugarse en La Valeta, tuvo lugar en un campo de perfectas condiciones. Una vez acabado ese partido, los jugadores holandeses, convencidos de que estaban clasificados, lo celebraban en el vestuario. Hasta que su entrenador les preguntó ‘¿Qué estáis celebrando? Hemos ganado 5-0 ¿Creéis que España no va a tener la posibilidad de meter los goles que nosotros hemos fallado?’ Ahí se enfrió el ambiente”, asegura el exarquero.
Un gol cada cinco minutos
Cuatro días más tarde, la cuestión formulada por Kees Rijvers a sus pupilos se convirtió en realidad, pese tras un primer tiempo en el que a España no le salían las cuentas. “No contábamos que nos fueran a empatar. Fue un partido extraño. Nos metieron un gol, fallamos un penalti y no sacamos la renta con la que planeábamos llegar al descanso”, cuenta Andoni Goikoetxea. “Habíamos hecho cálculos de meter seis o siete en la primera mitad, que era una cifra que nos podía empujar a luego a conseguir 11 de diferencia. Pero claro, después de llegar 3-1 al vestuario, sentimos cierto desasosiego. No porque no hubiéramos creado ocasiones de gol, sino porque necesitábamos nueve goles en 45 minutos. A gol cada cinco minutos. En el vestuario estuvimos dos o tres minutos en silencio. Miguel Muñoz repasó la primera parte y nos dijo que jugáramos por las bandas y comenzamos a animarnos”, rememora Buyo. Era necesario un milagro en forma de goles.
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“Entré al vestuario y me subí a la camilla a gritar”, recuerda Poli Rincón, uno de los más creyentes aquellas noche. “Chillé muchas barbaridades y poco a poco fui viendo a Camacho, Santillana, Gordillo... que se iban levantando. Miguel Muñoz nos gritaba que lo íbamos a conseguir y salimos al partido en busca de goles. Recuerdo mirar el marcador cuando íbamos 5-1 y, la siguiente vez que miré, ya ganábamos 8-1 y quedaba más de media hora”. España había marcador tres goles en tres minutos. “Muy mal se nos tenía que dar para no haberlo conseguido”, pensaba Buyo en aquel instante, quien, desde su portería, fue viendo el estadio ir llenándose de aficionados a medida que caían los goles.
El 12-1 a Malta fue el asidero al que se agarraron generaciones de aficionados españoles. Aquella histórica gesta precedió a una cascada de infortunios. El balón que se le escurrió a Arconada bajo el cuerpo en la final de la Eurocopa de 1984 ante Francia; el gol fantasma de Míchel a Brasil en el Mundial de 1986; el codazo de Tassotti a Luis Enrique en el Mundial de 1994 o el atraco de Al-Ghandour en el Mundial de 2002 anulando el gol legal ante Corea. Aquella lluviosa noche sevillana reenganchó a un país con su selección que, el día antes del sorteo de Navidad, ya había canjeado su premio. Uno hacia la eternidad sin billete de vuelta.
‘TSITSIDOSA’