En Samsara hay cuentos sobre ciervos dorados que viven en una cascada, hay chicos que se despiertan y han estado perdidos en sus sueños durante semanas, hay viajes físicos y mentales. Pero sobre todo, una forma diferente de acercarnos a la espiritualidad desde una perspectiva de profunda reflexión en torno a lo que se ve y a lo que no, a lo importante de lo intangible y del cine de sensaciones.
Después de un buen puñado de cortometrajes en los que comenzó a experimentar con el lenguaje cinematográfico a través de la exploración del paisaje, Lois Patiño irrumpió en la escena del nuevo cine gallego gracias a su primera película documental, Costa da morte, gracias a la que alcanzó el reconocimiento internacional.
En ella, exploraba el territorio de ese espacio convertido en mítico por las leyendas que lo habían recorrido a lo largo de los siglos. Su propuesta estaba repleta no solo de imágenes potentes y de una belleza telúrica, sino también de misterio, apostando por un mecanismo narrativo de raigambre conceptual y experimental.
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Continuó ampliando su particular universo hasta llegar a Lúa vermella (2020), en la que abordaba el elemento fantástico a través de la exploración de un entorno paralizado en el tiempo en el que se puedan escuchar las voces de los fantasmas.
Ahora continúa inspeccionando en ese lugar a medio camino entre el documental, la ficción, la realidad y lo onírico en Samsara, gracias a la que ganó el Premio del Jurado en la Sección Encuentros en el pasado Festival de Berlín. “A mí lo que me motiva a hacer películas es proponer al espectador experiencias nuevas. Y, a partir de Lúa vermella, me empecé a interesar por la idea de lo invisible, de cómo se puede representar en el cine”, cuenta Lois Patino a Infobae España.
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Un par de años después, encontró El libro tibetano de los muertos, una guía de instrucciones para aquellos que están a punto de fallecer para alcanzar el nirvana antes de pasar a un nueva fase de reencarnación. Precisamente el término samsara tendría que ver con ese cliclo de renacimiento.
“Se me ocurrió una idea que me interesaba, el hacer un viaje con los ojos cerrados, un recorrido espectral por el más allá. Siempre me ha gustado investigar en las culturas que han reflexionado sobre la muerte y lo que hay después”, continúa el director.
Un viaje purificador por distintas geografías y creencias
Para hacer Samsara viajó a primero a Laos, donde pasó un tiempo en un monasterio budista, ya que todo el inicio de la película transcurre en uno de ellos. La historia se enlaza a través de la relación de dos jóvenes que entablan amistad mientras uno de ellos le lee El libro de los muertos a una anciana que quiere estar preparada para su muerte.
“Siempre fui consciente de que para hacer este proyecto necesitaba un equipo muy pequeño para que no interfiriera demasiado con la realidad circundante, aunque como en Laos hay una dictadura comunista tuvimos que pedir muchos permisos y siempre tenía que haber en el rodaje alguien del gobierno para supervisar lo que estábamos haciendo”, afirma Patiño.
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El director encontró personas locales para que participaran en la película, sin embargo, para el papel de la anciana tuvo que recurrir a una actriz de verdad, porque habían muchas supersticiones que impedían a las mujeres representar esa situación, porque creían que les iba a traer mala suerte. “Había familias que se negaban y nos dijeron que teníamos que sacrificar a un búfalo para equilibrar la mala suerte, así que al final encontramos a esta actriz de teatro que accedió, aunque también tuvimos que hacer un acto de purificación, más light, eso sí”.
La propuesta central de Samsara resulta de lo más sorprendente: a partir de la muerte de la anciana, aparecerán unos intertítulos en la pantalla que indicarán a los espectadores de forma específica que cierren los ojos para iniciar un viaje. “Para mí es la razón por la que hice la película, ese viaje por el más allá. Se trata de un estado intermedio de transición al que se le denomina bardo. Y esa era la propuesta, sentir esa experiencia a través del sonido envolvente y las luces que sentimos detrás de los párpados”.
Después de unos 15 minutos en ese trance que propone, nacerá una cabra en Zanzíbar ¿La anciana? Por supuesto, el director se trasladó también al archipiélago de Tanzania donde no solo cambia el paisaje y los protagonistas, sino también las creencias. Una niña se sentirá muy unida a la cabra recién nacida y estarán siempre juntas mientras las mujeres trabajan en las granjas de algas junto al mar. Encontrar a la cabra tampoco fue fácil, tuvieron que hacer un casting y cuando nació una, se produjo una pequeña revolución porque varios aldeas se atribuían su pertenencia. “Todos querían cobrar dinero por la cabra porque es un entorno muy pobre”.
El director no quería exotizar ni romantizar estos países, por eso la convivencia fue para él fundamental para aprender y lograr que estas personas se sintieran representadas a través de sus propias esperanzas, quejas y temores.