Los ríos de aficionados circulaban por San Mamés desde primera hora del día de manera caudalosa para poner el broche al 125 aniversario del club vasco. A mediodía se descubrió la estatua de Iribar y por la tarde el Athletic homenajeó sobre el césped su más que centenaria historia. Guruzeta y Nico Williams fueron los protagonistas de una fiesta a la que el Atlético no puso impedimentos. Los de Simeone fueron como el hijo que no se atreve a revelarse ante su padre y acaba sucumbiendo ante su ímpetu, mientras que los leones arañaron y despelucharon a los colchoneros que salen de San Mamés, otra vez tras mostrar su versión visitante, con la mirada más centrada en el retrovisor que en el horizonte de LaLiga.
Llorente baja un balón del cielo sonriente de Bilbao y cede a Correa quien erra su envío a un De Paul libre de marca y situado a menos de dos metros de distancia. Aún restaban veinte minutos cuando se produjo la jugada, pero el Athletic ya se había merendado al Atlético. Simeone reflejaba el sentir de los suyos. Con las sustituciones agotadas, arrebataba el balón de las manos a un recogepelotas para ganarle tiempo al cronómetro. Gil Manzano le recriminaba la acción y el argentino respondía con un rostro de circunstancias.
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Oblak sostuvo al Atlético
El contador de ocasiones de gol del Athletic no pudo engrosar más su número en el primer acto. Al descanso era un milagro que el partido siguiera sin goles y que el Atlético no hincara ya la rodilla con un 3-0 sobre su cabeza. El Athletic había hecho méritos para tener el partido resuelto, pero Oblak y la madera impidieron tal desensalce. Dos palos, un penalti a la grada y un par de intervenciones milagrosas del esloveno sostenían al Atlético que vistió de verde, al igual que en aquella calamitosa tarde en Mestalla ante el Valencia, pero su partido era negro.
Soyuncu era la principal novedad de Simeone en el once y, al igual que Galán, la otra nueva cara, ante el Celtic su partido duró una parte. El turco era la sorpresa, porque apenas había gozado de minutos esta temporada y porque había otras opciones en el banquillo. Así que era de la partida por decisión de Simeone, no porque fuera el único disponible. Su rendimiento sobre el campo fue similar al de sus compañeros, pero apareció en la imagen de la pena máxima sobre Nico Williams. El Athletic era un martillo al que sólo le faltaba precisión en su golpeo, mientras que el Atlético no encontraba líneas de pase y su posesión era más estéril y lenta de lo que demandaba el partido.
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Un gol por cada dos cambios
Simeone se dio cuenta de ello y trató de revertir la situación dando entrada a Giménez por Soyuncu y De Paul por Molina, pero los cambios no surtieron el efecto esperado por el argentino. A los seis minutos de la reanudación, los guantes de Oblak se quebraron. Mucho habían tardado en hacerlo. Guruzeta le ganó la espalda a la zaga colchonera pasiva ante el milimétrico centro de Ander Herrera. Simeone volvió a agitar la coctelera con otras dos sustituciones y el Athletic asestó el golpe definitivo.
Nico Williams, que fue un puñal por banda y ya se había topado con la madera, recibió de Lekue, se perfiló y con la zurda, quien diría que es su pierna mala, la clavó en la escuadra. Inalcanzable para Oblak. En la otra punta del campo, Unai Simón sacaba a Llorente la ocasión más clara y echaba el telón a un partido cuya trama sólo contó con un protagonista. Los de Simeone volvieron a mostrar su cara B, esa que sale a relucir lejos del Metropolitano y entierra los sueños que fabrican en su feudo.