‘Chicken Run’, la divertida sátira animalista de gallinas y ratones que regresa veinte años después a Netflix

Con motivo del estreno de la esperada secuela, ‘Chicken Run: Amanecer de los nuggets’, recordamos una de las grandes películas de animación de los últimos años y la primera para el humilde estudio Aardman

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Imagen de 'Chicken Run'
Imagen de 'Chicken Run'

“Lo que no queremos es hacer una secuela, una Evasión en la granja 2. Planeamos una versión de la fábula de La liebre y la tortuga que será muy innovadora”, así concluían una de sus entrevistas los directores Nick Park y Peter Lord a su paso por España. El dúo británico presentaba el que era su primer largometraje, Chicken Run: Evasión en la granja con una promesa que no cumplirían, pues más de veinte años después llega Chicken Run: Amanecer de los nuggets, nada menos que en Netflix. Conocidos por ser las cabezas pensantes del estudio Aardman, creadores de las historietas de Wallace y Gromit, ambos se lanzaban a la gran pantalla sin las dos criaturas que les habían dado fama, pero con otras en su lugar con las que superarían cualquier expectativa: una legión de gallinas dispuestas a hacer historia.

Wallace y Gromit ya habían protagonizado varios cortometrajes de animación en stop motion con gran éxito, pero eran dos figuras eminentemente conocidas en Reino Unido, no en Estados Unidos. Había que pensar una idea mucho más ambiciosa que un perro y su dueño, algo que pudiera conectar con el público de Estados Unidos sin necesariamente echar mano del costumbrismo inglés, y la historia surgió precisamente de uno de los grandes tótems del cine norteamericano de los años 60, aquel con el que habían crecido Nick Park y Peter Lord. “Peter y yo nos criamos viendo La gran evasión, siempre la daban en vacaciones. Era un juego que nos pareció muy divertido; empezó con un chiste, como una idea”. Esa idea consistía en cambiar a Steve McQueen por una gallina llamada Ginger y una prisión nazi por una granja de Yorkshire, con sus propios nazis en forma de matrimonio granjero. Los ingredientes estaban ahí, solo faltaba el dinero para darles forma. Y el dinero, como las ilusiones de las gallinas de la granja, estaba esperando al otro lado del charco.

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De Estados Unidos y las falsas esperanzas

Para sacar adelante su ambicioso proyecto, Aardman necesitaba de la ayuda de otros estudios, así que presentó su primigenia idea a DreamWorks, la compañía nacida de la salida de Jeffrey Katzenberg de Disney y de la asociación con la compañía de Steven Spielberg, Amblin. Park y Lord llevaron su historia sobre unas gallinas que se organizaban para escapar del corral junto a dos gallos y ratones antes los reyes Midas del cine, y aunque al principio había ciertas dudas, se terminó aceptando el proyecto, al que también se adheriría la productora francesa Pathé.

Las dudas de Katzenberg eran en cuanto a su viabilidad económica, pues era una película que acabaría requiriendo de más de 200 animadores y un gran estudio para realizar la animación en stop-motion, pero también de su éxito en EE UU. Al parecer, al productor no le convencían algunas expresiones y referencias a la cultura anglosajona, como por ejemplo el término que empleaba la Señora Tweedy para referirse a su marido, wazzock (traducido como ‘zopenco’ en su versión en castellano). Pero precisamente en esa pugna cultural vivida en los despachos encontrarían Park, Lord y el guionista Karey Kirkpatrick nueva inspiración para la película, cuyo rodaje llevaría más de 18 meses.

Imagen de Chicken Run: Evasión
Imagen de Chicken Run: Evasión en la granja

En Chicken Run se plantean varias batallas, y no solo la literal que mantienen las gallinas con los granjeros: es una película en primera instancia sobre lo tradicional y casero frente a lo industrial y artificial -encarnado en esa monstruosa máquina que promete ahorrar dinero a los Tweedy-, pero también un poco guerra de sexos entre las gallinas y los varones, entre los que encontramos todo tipo de perfiles, desde el más serio y estricto de Fowler al amable y ciertamente canallita de Rocky o directamente el práctico y capitalista de los ratones Nick y Fetcher.

Pero, ante todo, es una guerra cultural, la del lujo y la espectacularidad que promete los Estados Unidos en el intrépido gallo volador que es Rocky -interpretado para más inri por una estrella del cine norteamericano que tampoco es del todo americana, el australiano Mel Gibson- frente a la vieja Inglaterra representada en el flemático Fowler y sus batallitas de guerra. Dos caras de una misma moneda que se empeñan en aparentar y especialmente en llenar de falsas ilusiones y esperanzas a las pobres gallinas que se aferran a cualquier cosa que pueda hacerlas salir de su cautiverio. Lo cual nos lleva al siguiente punto por el que Chicken Run sigue estando vigente hoy día.

“Cuando dejamos de poner huevos, nos matan”

La película era una evidente parodia de La gran evasión, y por tanto de las películas de fugas que se habían popularizado cuando Park y Lord eran jóvenes. Lo que no sabían es que de las parodias también surgen ideas poderosas y nuevas, como demostraría Mel Brooks unos años después de la película de John Sturges. Porque Chicken Run era también una lúcida sátira animalista, una forma de poner en imágenes y palabras un sentimiento incipiente y que, más de veinte años después de su estreno, ha cogido tal fuerza que le ha dado la razón y ha puesto en valor su propuesta, aunque fuera cargada sarcasmo. Porque entre las bromas de los ratones, las reprimendas de la señora Tweedy o la ansiedad de Babs por perder peso subyacía la misma idea: la de plasmar cómo de cruel puede ser el mundo animal cuando se vierte sobre él la mirada humana.

Imagen de 'Chicken Run'
Imagen de 'Chicken Run'

Porque aunque la película no fue presentada como una fábula animalista ni mucho menos -”es más sobre las personas que sobre los pollos”, repetían sus directores-, lo cierto es que sí pudo tener cierto impacto, tanto en el corto plazo como en el largo, con nuevas generaciones de jóvenes más sensibilizadas hacia el mundo animal. “Es curioso, porque no pretendimos que fuera una película política, pero en la práctica, los niños volverán a casa y no creo que les apetezca comer enseguida pollo”, reconocerían Nick Park y Peter Lord. En Gran Bretaña el efecto fue del todo inmediato: un hombre se coló en una granja y se llevó más de 500 pollos auspiciándose en el mensaje de la película. Porque les guste o no a sus directores, el cine tiene esa capacidad para influir en las personas, y más cuando dedicas a humanizar tanto a un grupo de gallinas.

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Por qué su secuela ha tardado tanto tiempo

Park y Lord, que siguen al frente de Aardman Studios, creían que no era necesario una secuela de Chicken Run, y de hecho firmaron un contrato con Dreamworks para lanzar otras cuatro películas animadas entre las que se encontraban esa prometida relectura de la fábula de La liebre y la tortuga. Sin embargo, una serie de circunstancias -entre ellas un incendio en la base del estudio en Bristol que arrasó con casi todo el almacén- llevaron al estudio a mantener un perfil bajo, estrenando películas como Ratónpolis, ¡Piratas! o La oveja Shaun, sin terminar de despegar el vuelo como sus gallinas frente a otros competidores en la animación.

“Aardman no es un estudio enorme si lo comparamos con otros. Tienen dos o tres proyectos en marcha, pueden hacer tres largometrajes a la vez. Estaba claro que iban a hacer una película de Wallace y Gromit, que fue increíble y brillante”, explica ahora Sam Fell, otro hombre fuerte de la casa Aardman y que ahora sustituye a Lord y Park como director de la secuela de Chicken Run, que ha tardado 23 años en llegar a buen puerto. “Siempre he estado dándole vueltas a las ideas. He asistido a reuniones durante décadas, los últimos 20 años. Siempre he querido hacerlo, pero me ha llevado mucho tiempo encontrar una historia, la historia digna del siguiente capítulo”. Ahora Ginger, Rocky, Babs y el resto del gallinero vuelven con Chicken Run: Amanecer de los nugget, dispuestas a volver a hacer historia, pero teniendo que adaptarse a una nueva granja, la de Netflix y el mundo de las plataformas que representa. ¿Saldrán airosas esta vez?

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