“Yo he pagado una entrada para ver arte, no cochinadas”, denuncia un hombre por escrito en una hoja de reclamaciones contra el Museo Nacional de Artes Decorativas. “Se nota el nivel de este Ministerio de Cultura, ni ingenio ni crítica, solo mal gusto”, escribe otra señora. Las quejas formales se agolpan en los despachos de este museo pegado al Parque de El Retiro, en Madrid. También se agolpan el debate y la controversia, dos elementos inalienables del arte que logra trascender.
A raíz del 50 aniversario del fallecimiento de Pablo Picasso, el Museo Nacional de Artes Decorativas alberga una exposición de caganers del artista malagueño que desmitifica, provoca y llama a la reinterpretación del cubista. Hasta 90 figuras navideñas del autor de Guernika se esconden por la colección permanente de la galería. Esto ha provocado un aluvión de críticas y de visibilidad a un museo acostumbrado a la tranquilidad. “Antes, nos llegaba una reclamación cada dos meses. Ahora nos llega, mínimo, una al día”, cuentan sus trabajadores a Infobae.
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Entre vírgenes y santos, en un alta portátil que perteneció a una familia pudiente o en una muestra de una cocina valenciana del s.XVIII y porcelana de Alcora, el culo de Picasso queda expuesto en diferentes versiones para el deleite (e incomprensión) de sus visitantes. Con la camiseta del Barça o con su reconocible camiseta azul de rayas blancas mientras sujeta una hoz y un martillo para simular una aureola e intercambiar la religión cristiana por el Partido Comunista, al que se afilió oficialmente cuando el antifascismo ganaba la II Guerra Mundial, pero al que supo adherirse emocionalmente gracias a su cuadro sobre los bombardeos en España.
Los caganers de Picasso para hablar de su legado
Rogelio López Cuenca, promotor de esta provocadora exposición, propone una mirada hacia Picasso basada en la reconstrucción de su imagen, endiosada y engrandecida durante las últimas décadas. Desde su compromiso político o su relación con las mujeres, tildada sin reparos de misoginia por varios historiadores, hasta la relación comercial de sus obras. “La marca Picasso no puede, de ninguna manera, rimar con fracaso”, argumenta López Cuenca, que al comprobar el cambio de mirada sobre el autor para elevarlo a los cielos, aspira con esta exposición bajarlo a la tierra para mirarlo de cerca, como quien contempla un cuadro.
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Picasso ya es hasta un modelo de coche. Un sustantivo que ha engullido por completo a la persona que lo portaba. A través de la provocación explícita para forzar al debate, esta exposición intenta, desde la limitación que trae consigo la escultura, denunciar cómo se ha exprimido hasta deshumanizar la marca, convertida en una máquina de hacer dinero. Los caganers de Picasso no defecan heces, defecan monedas. Una mirada desnuda y humana ante un Dios de la pintura lleva a eso, al enfado y la indignación de quienes ni se plantean bajarlo del altar. “Genio de la pintura, genio de los negocios”, dice la artista Elo Vega como definición de Picasso.
“Quien se enfada por esta exposición es porque no la ha entendido”, dice una trabajadora que pasea por una de las plantas del museo. Justo en el piso inferior, otras dos se encuentran y encuentran opiniones. “Yo creo que nos desmerece”, asegura una, que es respondida al instante con un “Picasso, como persona, era horrible”, frase que nadie se atreve a desmentir. La conversación continúa y los caganers, obscenos o elegantes, logran arrancar profundas conversaciones sobre la figura de Pablo Picasso y su legado.
Los caganers dejarán el Museo Nacional de Artes Decorativas el 24 de enero. El cincuenta aniversario de la muerte de Picasso muere con el 2023 y deja tras de sí un recorrido que ha removido por completo la imagen del malagueño. Estas representaciones navideñas propias del Belén son el punto y final a una desmitificación propia del paso del tiempo y la mirada feminista, que hace imposible obviar ciertas actitudes que antaño estaban normalizadas. Una trabajadora del Museo se acerca a una de las vitrinas, repasa el caganer que tiene enfrente, y resume en pocas palabras algo que para ella es una crítica absurda:
— Al final, todos tenemos culo, ¿no?