El Madrid tampoco tiene piedad de Laso: su Bayern cae con honor en medio de un mar de ovaciones

La afición local no paró de animar al que fuera su técnico en una nueva victoria cómoda en la Euroliga, aunque hubo batalla hasta el último cuarto (88-73)

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Pablo Laso emocionado en su regreso al WiZink Center (EFE/Juanjo Martín)
Pablo Laso emocionado en su regreso al WiZink Center (EFE/Juanjo Martín)

A la parroquia madridista le están tocando mucho la patata últimamente en lo que respecta al baloncesto. Primero, volvió Luka Doncic. Después, lo hizo Pablo Laso. En ambos casos, la emoción fue inevitable. En ambos casos, la lágrima se dejó a un lado en cuanto hubo que ponerse a meter canastas. Qué fácil y cruel a la vez puede ser olvidar 22 títulos y una década prodigiosa cuando el entrenador fundamental para escribir tal epopeya ya no se sienta en tu banquillo, sino en el contrario. Pero el Real Madrid lo hizo. En los prolegómenos, la ovación y los abrazos fueron inevitables. A la hora de la verdad, ya se sabe: en la pista no hay amigos. Y este Bayern de Múnich, por mucho que sea un rival más especial que ninguno para los blancos ahora mismo, no fue una excepción (88-73).

Por supuesto, la máxima de no entender de vínculos sentimentales también se la aplicó el técnico visitante, por mucho que pudiese abrumarle el reconocimiento unánime del WiZink Center. Sabía perfectamente qué podía hacer el Madrid porque él se hartó de dibujarlo en su pizarra. O, más bien, le obligaron a hartarse de hacerlo. Porque Laso nunca dejará de ser madridista ni su exequipo, por mucho que se empeñe, podrá renegar del lasismo. Una filosofía sinónimo de éxito y que, para darle continuidad, resultó en el mando en plaza de un Chus Mateo que ha terminado por divulgarla tan bien como el que fuera su maestro.

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Tanto es así que el Madrid vive abonado al más abrumador de los dominios en estos dos primeros meses de temporada. Sea en casa o fuera, en la Euroliga o en la ACB, apenas dos equipos (Fenerbahçe en la máxima competición europea y Unicaja en términos domésticos) han sido capaces de derrotarle. Los 27 triunfos, una asistencia de público cada vez más parecida a la vida prepandemia y, sobre todo, el juego alegre que hace de la calle Goya un lugar de culto deportivo y de ocio retrotraen a, cómo no, Laso. Ni guionizado sale mejor tenerle en el Palacio en pleno reverdecer de laureles del vigente campeón de Europa.

Chus Mateo y Pablo Laso (EFE/Juanjo Martín)
Chus Mateo y Pablo Laso (EFE/Juanjo Martín)

Pero precisamente porque Laso conoce como la palma de su mano al Madrid, el vitoriano era un invitado incómodo en lo estrictamente baloncestístico. Y así se demostró en la cancha, donde la frescura de otras jornadas dejó paso, en buena parte del encuentro, al plomo. Si el Bayern no quería volverse a Alemania de vacío, no quedaba otra que bajar al barro para hacer lo propio con las revoluciones de los locales. Y así, desde la defensa, intentó Laso la machada.

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El Madrid no cerró el partido hasta el último cuarto

Lo cierto es que el plan se le sostuvo hasta el último cuarto. Lo cual tiene un mérito nada desdeñable ante este Madrid tan acostumbrado a triturar adversarios. Hasta que los Sergios y Rudy Fernández no se decidieron a rematar la faena, el Bayern creyó. La fábula del purasangre y del perrillo, esa anécdota de una de las charlas prepartido del primer entorchado de Laso en el Madrid, le iba como anillo al dedo al choque. La mosca cojonera, que mandaba en el electrónico o estaba al acecho cuando los de Mateo ponían el modo avión, molestaba lo suyo.

Sólo podía ser Llull, uno de los más cariñosos en la bienvenida al otrora jefe, quien tomase la determinación de evitar el tropiezo. Ya se había dado un amago de rotura, por mediación de Campazzo y Hezonja, en el tercer cuarto. Pero el Bayern, en una dinámica que sólo se fue al traste en los minutos definitivos, no bajaba los brazos. Ni siquiera le hizo falta un Ibaka demasiado protagonista e igualmente de regreso para competir: Francisco, Bonga y Edwards tomaron las riendas.

Ibaka y Poirier durante el partido (EFE/Juanjo Martín)
Ibaka y Poirier durante el partido (EFE/Juanjo Martín)

La idea era evitar que la fluidez hiciese acto de presencia, embarullarlo todo. Salió bien, pero no de forma tan prolongada como Laso habría deseado. En cuanto al Madrid le entraron los triples y le funcionó la defensa un poco mejor que al Bayern, su anotación se disparó sin remedio, en otro día pleno de solidez de Poirier bajo el aro. La duda ofende: fue empezar a correr y ser de dominio público que la victoria se iba a quedar en el WiZink. Laso, a su pesar, incluido. Cualquiera diría, por la salva de aplausos final, que, de alguna manera, la número 27 le perteneció. Y lo cierto es que, por un legado como el suyo, así es.

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