A finales del siglo XV, la figura de John Cor aún no era conocida y, sin embargo, ha pasado a los anales de la historia como el creador de una de las bebidas más consumidas y comercializadas a nivel mundial: el whisky. A pesar de que no se tiene certeza de ello, su elaboración se le atribuye a este fraile escocés, aunque seguramente se comenzara a consumir mucho antes. De hecho, los babilonios en Mesopotamia en el II milenio a.C. y los griegos de Alejandría en el siglo I d.C. ya sabían destilar, una técnica que ahora se sigue utilizando para elaborar este alcohol.
La destilación se hace a partir de la malta fermentada de cereales como cebada, trigo, centeno y maíz, y su posterior añejamiento en barriles de madera, tradicionalmente de roble blanco. Irlanda y Escocia son históricamente las principales productoras de este brebaje. De hecho, este último país cuenta con un paraíso dedicado al whisky. Se trata de Islay, una isla conocida como la Reina de las Hébridas.
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“Pertenece a las Hébridas Interiores del Sur y, a pesar de su pequeño tamaño, acoge nueve destilerías y goza de fama internacional por la calidad de sus whiskies suaves y turbosos”, explica Lonely Planet en su libro Islas del mundo. Pero esto no se queda aquí, pues la isla cuenta con impresionantes acantilados, bahías de aguas turquesas y playas de arena que hacen las delicias de todos los visitantes. A esto se le suma la posibilidad de avistar focas y pecios desde los puntos más altos, así como navegar en busca de delfines, marsopas y tiburones peregrinos.
La cuna del whisky
Según la guía de viajes, se piensa que los monjes llegaron a la isla a principios del siglo XVI procedentes de Irlanda, introduciendo la técnica de la destilación en Islay. “Nadie sabe con certeza si es verdad, pero por la abundancia de cebada, turba y agua dulce, la isla era ideal para producir whisky, y durante su apogeo llegaron a funcionar 23 destilerías”, detalla. No obstante, en 1664, tras la implantación del Excise Act, se gravó el whisky, pasando su producción a la clandestinidad.
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De esta forma, se crearon alambiques caseros ilegales y se produjo un auge del contrabando. A día de hoy, “el uisge beatha (agua de vida) ha vuelto a ser la exportación principal de la isla, y los single malts que aquí se producen se cuentan entre los mejores del mundo. Tienen un sabor característico que les confieren los suelos turbosos, el agua y la sal marina depositada en el interior por las tormentas invernales”, señalan desde Lonely Planet.
Focas, playas y acantilados espectaculares
Está claro que uno de los principales atractivos de la isla son sus destilerías, pero sus encantos van mucho más allá. Gracias a sus impresionantes paisajes costeros y bellas playas, este destino es perfecto para recorrerlo y conocer todos sus encantos. Port Ellen es el principal punto de entrada a Islay y en él se localizan tres de los grandes nombres del whisky en un radio de cinco kilómetros: Laphroaig, Lagavulin y Ardbeg. A su vez, los Skerries (escollos) conforman un paraíso natural que alberga la segunda mayor colonia de focas de Europa.
El viajero también puede disfrutar de las ruinas de la Kildalton Chapel, donde en su cementerio se puede contemplar la conocida cruz de Kildalton, de finales del siglo VIII. Y Bowmore, la capital de la isla, es una para imprescindible en la visita. El principal atractivo es su destilería, aunque también destaca su peculiar iglesia circular. A escasos kilómetros de la ciudad se ubica Port Charlotte, un bonito pueblo costero donde se puede visitar el Museum of Islay Life.
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Igualmente, otro de lugares de interés es Finlaggan, un espacio de encuentro ritual entre señores de las islas y que cuenta con una importante historia. A su vez, la reserva natural de Loch Gruinart es perfecta para recorrer senderos que atraviesan marismas, brezales y bosques, donde poder observarse numerosos tipos de aves.