Desganado desde el 2-0, tan fácil a los 21 minutos del partido con los goles de Morata y Correa, el Atlético de Madrid se encomendó a Jan Oblak en el segundo tiempo para doblegar definitivamente al Almería, capaz de poner más que en duda la victoria del equipo de Diego Simeone, que jugó con fuego hasta el final y rozó el desastre.
Sin ninguna excusa ni coartada, el conjunto madrileño firmó un segundo tiempo alarmante, inducido quizá por la ventaja tan veloz, que tampoco rebaja el expresivo despropósito que protagonizó después, cuando le dio vida al Almería. Incluso creyó hasta en el empate. De hecho, tuvo oportunidades suficientes para lograrlo. Lo negó Oblak, el único a la altura.
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Nadie preveía un desenlace tan apurado, tan estresante, tan desconcertante, una hora antes. El Almería, el colista, el único equipo de las cinco grandes ligas europeas que aún no ha ganado en este curso, con nada más 4 de los 48 puntos disputados, aguantó el 0-0 un cuarto de hora. Recibió el 1-0, después el 2-0. Ahí acabó el Atlético. Ahí comenzó el equipo andaluz. Otro duelo, con la tremenda indolencia local como marca imborrable.
El 2-0 fue un bálsamo para el Atlético. Pero también un tranquilizante. Dolido por su derrota en Barcelona, visibles sus consecuencias en parte del once titular de este domingo (no jugaron ni Giménez ni Molina ni Riquelme, cambiados al descanso en la visita anterior al estadio Olímpico Lluis Companys), su reacción fue tan rápida como plácida. En 21 minutos. La resolución del encuentro, en cualquier caso, no fue tal, como se creó el Atlético.
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No se adelantó antes porque el VAR atendió a los milímetros del fuera de juego de Griezmann, cuando remató de volea a la media vuelta el primer gol apenas superado el minuto 3. Invalidado por la revisión del vídeo, fue sin más el aplazamiento de un gol que iba a llegar tarde o temprano, tal y como era el partido, tal y como se apreciaba vulnerable el Almería.
Aún resistió un tiro de De Paul, fuera, y un remate de Correa, en una trepidante acción colectiva, hasta que su propia salida de balón fue una invitación temeraria al gol del Atlético. De un saque de portería visitante surgió el 1-0. A Chumi se la arrebató Griezmann. La conexión con Morata hizo el resto. El español dejó atrás a Montes, regateó a Maximiano y reencontró el gol que se le había negado en sus cuatro compromisos más recientes.
El 2-0 fue cuestión de cuatro minutos más. Del siguiente ataque veloz del Atlético, que desbordó y retrató la fragilidad de su adversario, rebasado por el pase de Griezmann al desmarque de Llorente. Hoy carrilero derecho, alcanzó la línea de fondo para regalar el tanto de Correa. También lo necesitaba, sobre todo por la ocasión fallada en Barcelona.
En el vértigo de la acción hay demasiados despropósitos del Almería. El último y más llamativo, el remate tan solitario del atacante argentino, sin nadie en un metro en la redonda cuando embocó el balón en la portería, cuando pareció zanjar un asunto sencillo que se complicó con el paso de los minutos, entre los despropósitos del propio Atlético.
El Atlético se durmió y estuvo al borde de pagarlo caro
La relajación del Atlético reanimó al Almería, cuya secuencia constante de saques de esquina de repente, cuando el partido enfilaba el descanso, acompañadas de un tiro desviado de Leo Baptistao o un centro de Pozo, anunciaron que aún había batalla. Por más que uno se sentía ganador. Sin serlo del todo. Otro ya no tenía nada que perder.
El susto justo antes del descanso de Griezmann, cuando se quedó en el suelo por un golpe en la cadera derecha, fue una nueva inquietud para el Atlético. Solucionada en cuanto volvió al terreno de juego para la segunda parte, que comenzó igual que había terminado la primera, con ese Atlético al ralentí, que se durmió y que se agarró a Oblak decisivamente.
No entendió el equipo rojiblanco, cuya segunda parte fue un horror, que antes de los próximos retos (el más inmediato, este miércoles en la Liga de Campeones contra la Lazio, por el primer puesto de grupo; el siguiente, la visita del sábado que viene al Athletic y, antes de fin de año, Getafe y Sevilla en el Metropolitano), había que ganar sí o sí al Almería.
Arribas avisó primero, Embarba cabeceó después —se lució Oblak para frenar el 2-1—, el Atlético desesperó hasta a su afición. La relajación era ya indolencia. Los amagos del Almería eran ya ocasiones. Y un gol: el tiro de Alejandro Pozo rebotó en Baptistao, el único que fue al rechace. Ni uno solo del Atlético. El paradón de Oblak lo empujó el brasileño a gol.
A nadie le extrañó. Había jugado tanto con fuego el Atlético, como si el partido ya no fuera con él, que fue el justo castigo a la forma con la que deambuló por el terreno en el segundo tiempo, pero también desde antes, desde que consideró seguro su triunfo con el 2-0 a favor. Cuando la intensidad cae de esta forma, ni siquiera tal marcador era una garantía.
Ni aunque enfrente esté el último, capaz de decirle al equipo madrileño, de tú a tú entonces, que aún no había vencido nada ni a nadie. Oblak salvó entonces al Atlético, con dos paradas, una a Arribas y otra a Baptistao. No había excusa para el conjunto madrileño. Su desastre del segundo tiempo, su falta de actitud, puso en duda hasta el marcador, encerrado y agobiado los instantes finales en su campo para retener un triunfo indispensable.
Una información de EFE