El empujón de la PGA para que Jon Rahm aceptase una oferta irrechazable de Arabia Saudí

Su entrada en el LIV, el nuevo circuito financiado por el FIP, es una conmoción para el golf, pero solo un paso más dentro de una política de estado que busca dominar el deporte como manera de hacer política

Fotografía de archivo del golfista español Jon Rahm. (EFE/Sergio Pérez)

Jon Rahm se marcha al LIV, el circuito patrocinado por Arabia Saudí, por una montaña de dinero. Acepta una de esas ofertas irrechazables que le convertirá en uno de los deportistas mejor pagados de todos los tiempos. Las cifras no son oficiales, pero se especula con 500 millones, alrededor de diez veces más de lo que lleva ganado en toda su carrera. Y eso que en la PGA ya era uno de los deportistas más comerciales.

El sí de Rahm llega después de una serie de rotundos noes, pero también tras unos cambios en el panorama general de la guerra entre ambos circuitos. Cuando se produjo la ruptura el español, que ha ganado dos majors (Augusta 2023 y el US Open 2022) se mantuvo del lado de la PGA, el circuito tradicional.

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Se abrió en aquel momento una guerra intensa, con declaraciones cruzadas entre los que se quedaban y los que se marchaban, entre los que estaban Sergio García, Bryson DeChambeau o Phil Mickelson, que además de una leyenda del golf es una suerte de padrino de Jon Rahm. Tiempos en los que se dijeron muchas cosas y casi ninguna buena, una herida abierta que en los últimos meses ha ido transformándose.

Jon Rahm, vestido con la chaqueta verde que le acredita como campeón del último Masters de Augusta. EFE/EPA/JUSTIN LANE

El de Barrika se mantuvo fiel a la PGA y, junto con otros como Rory McIlroy o Tiger Woods, fue de los más vocales en criticar la apuesta saudí. La tachaban como un engendro lejano a la tradición del muy tradicional golf, algo que era solo dinero y que, aunque fuese mucho dinero, no era suficiente para dejar atrás el circuito americano. El LIV, además de un dinero difícil de igualdad, vende modernidad, jugar por equipos, torneos más cortos y selectivos y algunas novedades más para transformar el deporte.

El cambio de opinión de la PGA

La PGA trató en un primer momento de hacer política de tierra quemada, amenazar con que los jugadores no podrían acceder a la Ryder Cup, un torneo muy especial dentro del mundo del golf, y poner dudas sobre su participación en los cuatro torneos más importantes, los majors, que son independientes del circuito. A lo largo de las primeras temporadas del LIV se ha comprobado que en realidad no era problema jugar en el proyecto asiático y a la vez acceder a los cinco torneos más prestigiosos del deporte. En la última Ryder ya jugaron americanos del LIV y ahora es difícil pensar que el circuito europeo no seguirá ese mismo camino, aunque tendrá que adecuar sus normas de elegibilidad. Eso también pesa en los jugadores, al ver que pueden aceptar la oferta e igualmente competir por su legado deportivo.

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Rahm ahora asegura que el dinero ha sido importante, pero que no se marcha solo por dinero. Es cierto, en su decisión también han pesado unos meses de erráticos movimientos por parte de la PGA. El circuito americano llegó en verano a un acuerdo por sorpresa con los saudíes para fusionar su competición con el LIV. Ahora mismo ese paso está algo parado, hay plazo hasta el 31 diciembre para llegar a un acuerdo final, pero no se sabe bien hasta qué punto irá adelante. En todo caso, el acercamiento fue una llamada de atención para esos que, como el propio Rahm, se habían mantenido firmes con la PGA.

Porque si el circuito tenía pensado abrazar el dinero saudí ¿por qué no se iban a beneficiar ellos también de lo mismo? Desde hace años los jugadores se quejaban de la cicatería de la PGA, consideraban que un deporte como el golf, global y muy lucrativo, no remuneraba lo suficiente a sus jugadores que, al fin y al cabo, son el centro de cualquier disciplina.

Europa celebra el título de la Ryder (REUTERS/Phil Noble)

En los meses previos a la decisión de Rahm la PGA llevó a cabo algunos otros movimientos para tratar de congraciarse con quienes se habían mantenido fieles. Se empezaron a hacer torneos de tres días, algo que va en contra de la tradición pero que ayuda a que los jugadores ganen más dinero, al no haber corte los viernes, se permitió un circuito indoor del que Rahm se salió hace unas semanas, cuando ya meditaba su marcha, y trató de mejorar el sistema de reparto de dinero. Rahm también reclamó una mayor cercanía del circuito europeo y el estadounidense, ya que ahora mismo tenía problemas para jugar con continuidad en el viejo continente. Era algo que se estaba valorando. Nada de eso ha sido suficiente, el dinero saudí era demasiado para decir que no.

La entrada de Arabia en el deporte

LIV es uno más de los intentos del fondo soberano de Arabia Saudí (FIP por sus siglas en inglés) por introducirse en el corazón del deporte mundial. Los ejemplos son constantes, desde una guerra parecida a la del golf en el mundo del pádel hasta una entrada fulgurante en el fútbol (fichajes de campanillas para la liga local, organización del Mundial 2034, la adquisición del Newcastle) pasando por la Fórmula 1 o el tenis.

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La apuesta es multimillonaria y está muy por encima de lo justificable desde la economía tradicional. La PGA, que es un circuito muy lucrativo, no puede competir con el dinero del fondo soberano. De hecho, es imposible pensar que un circuito de golf es capaz de costear por sí mismo los contratos que se están manejando en el LIV, del mismo modo que no es posible pensar que todos los contratos de futbolistas del pasado verano se justifican comercialmente.

Los jugadores del LIV, en Miami.

El dinero no es el problema y tampoco es el motivo de todos estos movimientos. No para los saudíes que, por lo que se sabe, ni siquiera han acompañado esta inversión con un despliegue comercial acorde para buscar ingresos. Es decir, la columna de los gastos no deja de crecer pero no se está siquiera intentando compensarlo con ventas de publicidad o de derechos de emisión, los ingresos tradicionales para el deporte mundial. Es paradójico porque, en realidad, el LIV o la liga de fútbol saudí sí tienen un potencial real para ganar dinero, aunque difícilmente tanto como para justificar la inversión.

Es un cambio de paradigma en el deporte, un momento de ruptura en el que no se puede saber qué deparará el futuro. Los ejemplos históricos de inversiones millonarias que quieren transformarlo todo son muchos. A veces salieron bien, otros se estrellaron. Arabia Saudí, siguiendo el ejemplo de Qatar, encontró en el deporte una manera de limpiar una imagen resquebrajada por su pobre historial en derechos humanos. La manera de modernizar el país es entrar en el corazón de la sociedad occidental a golpe de dinero, y pocas cosas son más importantes en el ocio, casi en la cultura, de occidente ahora mismo que el deporte. ¿Funciona? Parece que sí, de lo contrario ya habrían detenido la inversión.

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