Desde que se vio por primera vez en la Sección Oficial del Festival de Cannes, se convirtió en un auténtico acontecimiento que se vería reforzado por la concesión de la Palma de Oro, la tercera ocasión que la gana una mujer después de Jane Campion, por El piano, y Julia Ducornau por Titane.
Se trata de Anatomía de una caída y es la cuarta película de Justine Triet, directora forjada en el ámbito del documental y que, en su paso a la ficción, siempre ha mantenido una coherencia observacional a la hora de adentrarse en las historias.
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En sus películas siempre está presente una mirada hacia las ansiedades de la mujer contemporánea, así como a todos los problemas a los que se tiene que enfrentar dentro de una sociedad que se encarga de juzgarla de forma perpetua a través de los apelativos de ‘mala madre’ o ‘mala esposa’, eso sin tener en cuenta los tabúes en torno a la libertad sexualidad femenina, en los que también hace hincapié en sus ficciones.
Todos estos elementos se encuentran presentes en Anatomía de una caída, que se presenta como un drama doméstico para transformarse en un thriller judicial aunque, en el fondo, lata ese constante cuestionamiento de la mujer como la mala de la película, que precisamente Triet se encarga de analizar de manera meticulosa para, de alguna forma, desmontarlo y reflexionar en torno a la manera en la que se ha construido en el imaginario colectivo ese constructo arraigado en el subconsciente colectivo de raigambre machista.
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Anatomía de una pareja
Un hombre muere tras caer del segundo piso de su casa, un lujoso chalet aislado en los Alpes. Su hijo será el primero en descubrirlo y, a continuación, su mujer, Sandra (una excepcional Sandra Hüller), que se encontraba dentro después de hacer una entrevista sobre su obra literaria y su éxito profesional.
Por supuesto, todas las sospechas recaerán sobre ella. ¿Suicidio o asesinato? A partir de ese momento, Sandra se enfrentará al escrutinio de todos los detalles de su vida privada, como si todos los datos que se pudieran extraer de ella demostraran algún indicio para inculparla, como que era bisexual.
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Triet, a través de un guion sólido y férreo (escrito junto a su pareja, Arthur Harari, también director de Onoda, 10.000 noches en la jungla) y repleto de sugerencias implícitas nos muestra el derrumbe de la imagen de la familia perfecta a través de la disección de su matrimonio, pero también de sus propias insatisfacciones más íntimas, al mismo tiempo que se pone de manifiesto los mecanismos perversos del sistema judicial, en el que el concepto de ‘verdad’ deja de tener sentido para convertirse en un circo de intereses.
Al igual que en sus anteriores películas, La batalla de Solferino y Los casos de Victoria, el papel de los hijos adquiere un papel fundamental, en este caso, a través de la figura de ese niño que acaba de perder a su padre y que se juega con su testimonio que su madre sea acusada de asesinato. Sin duda, una de las partes más duras de una película en la que nos enfrentamos a la indefensión de un menor por parte de un sistema que no se encarga de protegerlo como debería.
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Anatomía de una caída remite irremediablemente a Anatomía de un asesinato, el clásico de Otto Preminger de 1959 en la que James Stewart encargaba a un abogado que defendía a un militar acusado de asesinar al presunto violador de su mujer. En ella también latía el concepto de la búsqueda de la verdad, aunque en el caso de la película de Justine Triet, lo que predomina es la reflexión moral que se esconde detrás de los hecho.
Así, la película se encarga de dinamitar las convenciones del género judicial, porque aquí lo que importa es el análisis de la anatomía de una pareja.