“Que se venga ya el 2024”, anuncia Aitana, una crisálida casi desesperada por dar carpetazo a una consecución de meses en los que su música ha sido una pauta secundaria. “Ha sido muy bonito todo lo que he vivido, pero ha sido de mis años más duros”, dice con una contundencia presente en cualquier TED Talk. La artista catalana ha vivido (y sufrido) un balance de sentimientos únicamente adscribibles a la madurez emocional y a la vida adulta. “El contraste es lo bonito”, añade con la emoción del que observa una pintura abstracta que no termina de comprender.
Su vida sentimental, las falsas críticas sobre sus sensuales bailes originadas a raíz de un tuit que pretendía ser meme y que acabó en todos los telediarios y alfombras rojas, los comentarios sobre su ropa y pelo, los pronunciamientos de aquellos que, tras su cambio de registro, le achacaban que revisara la edad de gran parte de su masa de seguidores, la persecución de la prensa del corazón o el fallido estreno de La última. Aitana ha vivido cinco años comprimidos en uno, señal de que su estatus como estrella se cimienta. También un signo de que, al salirse de la carretera por la que había circulado desde su salida de Operación Triunfo, los aparentes problemas suelen aparecer con mayor frecuencia.
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La artista presentó hace unos meses alpha, su tercer álbum de estudio con el que quiso explorar diversos sonidos electrónicos asociados al pop que había adscrito a su partitura. La ruptura con el universo aitaner (el de las colonias vendidas en Druni, las mochilas escolares y los menús de McDonalds) fue el Tratado de Versalles de aquellos que no permiten a su cantante predilecto indagar en las diversas vertientes de inspiración. Tres WiZink Center después, y con una gira por Latinoamérica que prosigue en diciembre, Aitana continúa siendo la artista española que más entradas vende. Cruz Cafuné poco más puede aportar a la discusión más allá de su misoginia.
La catalana se presentaba (con una puntualidad pasmosa que escasea en la coyuntura de divas actuales) en el recinto de la capital por tercera vez en un mes después de sus conciertos del pasado 6 y 7 de noviembre, en los que colgó el cartel de sold out, una gesta que ha repetido en el show de este martes en Madrid. “Esta es mi última noche aquí y no sé cuándo volveré a este recinto”, exclama. El que pisará por primera vez dentro de un tiempo es el Santiago Bernabéu. Antes de cantar Las Babys, Aitana ha presentado un vídeo en el que anunciaba que, el próximo 28 de diciembre de 2024, el templo blanco será el escenario escogido para vivir “la mejor noche de nuestras vidas”. Taylor Swift, Luis Miguel y Duki lo estrenarán antes que ella.
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El espectáculo en el WiZink es un compendio de lo nuevo y de lo viejo, de los hits supremos de Aitana (Mariposas, Mon Amour, Formentera, Vas a quedarte, Con la miel en los labios, Berlín o Más) y de los temas que marcan su nuevo compás compositivo (Los Ángeles, miamor, Las Babys, 24 rosas o The Killers). Las baladas melosas que la caracterizan se fusionan, ahora, con mashups de éxitos atemporales como el Sweet Dreams de Eurythmics o el Flying Free de Pont Aeri. Las luces verdes color neón acompañan a una Aitana ‘vestida con F de Fendi’ que hace guiños a Rosalía con la incorporación de una steadicam, de pantallas virtuales y de un concepto de concierto que va más allá de una entonación vocal al micrófono.
“Esta noche es para llorar un poquito también”, afirma una Aitana que ha derramado alguna que otra lágrima durante el alpha tour. “Estoy de cara al público y me dicen que esté arriba, y yo quiero estarlo porque habéis comprado una entrada, pero soy muy real con mis emociones y me está gustando mucho llorar bailando”, apostilla. Con AQYNE, su colaboración junto a Danna Paola, la artista hace mención a las rupturas por primera y única vez en todo el concierto. Sus palabras retumban con fuerza tras la confirmación de que ella y Sebastián Yatra vuelven a estar solteros después de un año en el que, sin confirmar que eran pareja, se les pudo ver juntos en numerosas ocasiones. “¿Dónde están los corazones rotos? Que levanten la mano”, pide en un alarde propio de un speaker de orquesta de pueblo.
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En la grada se suceden todo tipo de eventos canónicos que trascienden al viral baile de miamor. Un padre se pelea con dos seguidores de Aitana que superan la treintena y que, al levantarse a bailar, le obstruyen la vista a sus pequeños. Amenaza con ir a hablar con los seguratas y el olor a pelea se intuye varias filas más atrás. Esta escena amarga se diluye con la de los fanes más pequeños de la cantante, vestidos de morado (el código de vestimenta de la noche) y bailando hasta que sus piernas se ponen en huelga. “Te quiero”, chilla de forma repetida, y con una voz escasamente desarrollada, una niña que parece no tener problema con que su ídolo se sienta una “mujer empoderada”. Mientras, la madre graba orgullosa su desempeño por igualar la perfomance de la catalana.
Aitana menciona a Úrsula Corberó y su distinguido discurso tras recoger el Premio Ondas por su interpretación de Rosa Peral en la serie El cuerpo en llamas. “Estoy aquí gracias a vosotros, pero creo que algo bien estaré haciendo” si es capaz de llenar tres WiZink Center en cuestión de un mes.
El cielo es el límite y su próxima parada es un estadio con capacidad para más de 80.000 espectadores.