Cada película que hace Pablo Berger se convierte en un acontecimiento inesperado, siempre tiene la capacidad de sorprender con su siguiente proyecto y mostrar una faceta distinta dentro de su universo personal. Su espíritu kamikaze se nota en su obra, siempre original y valiente, un soplo de aire fresco dentro de nuestra cinematografía en la que a menudo se repiten los patrones preestablecidos.
Pablo Berger siempre se reinventa a sí mismo, ofreciendo raras avis insospechadas, empezando por la comedia Torremolinos 73, sobre una pareja normal que se introducía en el porno amateur, a su revisión del clásico Blancanieves en imagen real y en versión muda, una auténtica delicatessen, hasta llegar a la incomprendida Abracadabra, en la que hacía juegos de magia con los géneros cinematográficos ofreciendo un espectáculo tragicómico memorable.
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Ahora, vuelve a romper los esquemas con una película de animación, la adaptación de la novela gráfica de Sara Varon Robot Dreams, que se presentó en el pasado Festival de Cannes y que acaba de conseguir cuatro nominaciones a los próximos Premios Goya.
“Tengo afición por las novelas gráficas que no tienen bocadillos, que se explican solo con imágenes, y me encontré con Robot Dreams en 2010. La devoré, me encantó el estilo gráfico, me pareció divertida, surrealista, emocionante, pero ahí quedó la cosa hasta que volví a releerla años después y me emocionó de una forma muy profunda y reveladora, hasta el punto que la visualicé en imágenes”, cuenta el director a Infobae España.
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Fue entonces cuando quiso embarcarse en este proyecto. “Nunca tengo un plan estratégico a la hora de hacer mis películas, simplemente me muevo por lo que siento y, en este caso, hablaba de cosas que a mí. me tocaban mucho: de las relaciones, de su fragilidad, de la pérdida y la memoria”. Aunque reconoce que fue el final de la historia lo que supuso la verdadera razón por la que quiso hacerla, “tan complejo, tan profundo y tan sencillo al mismo tiempo”.
El protagonista de Robot Dreams es un perro, Dog, que vive en Nueva York en los años ochenta, pero unos años ochenta que son un reflejo de nuestros días. Vive solo y cada día se sumerge en la monotonía hasta que decida comprar un robot para que se convierta en su compañero.
A partir del primer momento, se establecerá una conexión mágica de complicidad entre ellos. Pero, después de un día de playa, se verán obligados a separarse, de forma que cada uno vivirá una serie de aventuras independientes, aunque jamás se olviden el uno del otro.
El reto de dirigir ‘Robot Dreams’
Dirigir Robot Dreams no ha sido una tarea fácil. Berger no sabía cómo enfrentarse a ese reto, y primero se puso en contacto con el estudio de animación Cartoon Saloon, responsables de títulos como Wolfwalkers o El secreto del libro de Kells y se interesaron por el proyecto. “Fuimos a Irlanda, estábamos en pleno proceso de negociación, habíamos hechos los contratos... y llegó la pandemia”, continúa Berger.
Todo se paralizó y la posibilidad de hacer la película quedó en suspenso. Pero tanto Berger como su productora de confianza, Arcadia, no se dieron por vencidos y se pusieron en marcha para buscar soluciones. “Decidimos montar nuestros propios estudios de animación para la película, con sedes en Madrid y en Pamplona. Pero para eso tuvimos que adquirir las máquinas, el software y traer a un director de animación que entendiese el 2D, porque ahora todo se hace en 3D y nosotros queríamos un tratamiento muy artesanal, muy old school”.
Encontraron a Benoît Féroumont (que había trabajado en Bienvenidos a Belleville), que dejó todo en stand by en Bruselas y se unió a la aventura. Berger aprendió rápidamente, hicieron un pequeño teaser y a partir de ahí entendió los procesos para hacerse cargo de la producción, que duraría dos años.
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Como suele ser habitual en él, nunca se lo pone fácil. “Yo creo que tiene que ver con mi ADN bilbaíno. No es que me guste pensar a lo grande, pero sí me gustan los retos. Me gusta enfrentarme a las películas como si fueran actos circenses, me gusta hacer malabares y saltar sin red. Sé que hay riesgo por si me caigo, pero merece la pena hacer un gran número”.
Sin diálogos, pero repleta de música y ritmo
Al igual que en la novela gráfica de Varon no había bocadillos, aquí los personajes tampoco hablan, pero su expresividad es tanta que no lo necesitan. “La experiencia a la hora de hacer Blancanieves fue maravillosa en todos los sentidos, así que fue un punto de partida a la hora de abordar Robot Dreams, pero ahora mirando a Jacques Tati y Charles Chaplin, que fueron mis dos grandes referentes, en especial Luces de la ciudad, que abre el género de la tragicomedia en el cine, donde hay emoción y sentimiento y, cuando crees que se va a poner sentimental, te da un puñetazo en el estómago. Y eso es lo que he intentado hacer aquí, hablar de emociones, de sentimientos, pero con humor, porque como director huyo de la cursilería como de la peste”.
Robot Dreams, en ese sentido, resulta de lo más transparente a la hora de hablar de cuestiones complejas de una forma cercana. “Yo es que soy bastante sencillo e inocente, el cinismo todavía no se ha apoderado de mí, a pesar del mundo en el que vivimos. Creo en el ser humano, creo en ver la luz al final del túnel, en el vaso medio lleno”.
“Como director huyo de la cursilería como de la peste”, Pablo Berger
Lo que sí adquiere una importancia fundamental en la película es sonido y la banda sonora, que vuelve a firmar Alfonso de Vilallonga con la brillantez que le caracteriza, en esta ocasión mezclando toda clase de ritmos que hacen que la acción se encuentre de lo más viva. “Yo considero Robot Dreams como un musical. Uno de los géneros que la vertebran es el jazz clásico, con piano, que además Vilallonga dominaba a la perfección porque había estudiado en Berkley. Así que todo encajaba”.
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Además, se incluye una serie de temas que son auténticos hits de todos los estilos, música latina, hip hop, indie, punk rock, soul y, por supuesto, la joya de la corona, el tema September de Earth, Wind & Fire, que sonará a lo largo de la película varias veces en diferentes versiones y que se convierte en el leit motiv de la historia de amistad entre Dog y Robot. “Al principio la elegimos porque la película comenzaba en el mes de septiembre, pero cuando me di cuenta de las primeras estrofas... me di cuenta de que tenía que ser esa, ninguna otra”.