“Somos una familia normal y corriente, que eso cada día es más anormal y menos corriente”. Podría ser una barra de tu artista urbano predilecto, pero la ha acuñado Víctor Pombo, alias papín, el patriarca del clan de influencers ibéricas reconvertidas en reinas de Prime Video. El reality de María, Marta y Lucía Pombo ha aterrizado en la plataforma con la premisa de acercarnos al paraíso mundano de un árbol genealógico transformado en voyeurismo viral.
Pombo, la serie de cuatro capítulos que se adentra en el popurrí de cuñadeces de la familia que convirtió la fama de una hermana en la herencia de toda una familia, ha sido lo más comentado del fin de semana en las barras de Ponzano y en las terrazas de Santa Engracia que convierten el tardeo en una religión no representada en La Mesías.
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Bodas, personalidades varias (y variopintas) y un papín estricto que está en contra de los tatuajes y de las uñas de colores. Su “normal”, pero “anormal” construcción biológica es su orgullo y él peca de querer tener un protagonismo que, en la parrilla de internet, encabezan sus tres hijas. Está Lucía, piloto, Marta, aventurera, y María, la original.
La vida de las Pombo es fascinante porque te saca de la burbuja de Twitter que vaticina una victoria para los partidos de izquierdas en todas las elecciones municipales de la capital. Ellas tienen parejas como Dios manda y una vida con valores tradicionales. “En mi primer trabajo, en Abercrombie, me felicitaban por lo bien que hacía los baños, me sé todos los productos, tengo una experiencia brutal”, dice María en un alarde de humildad al saber diferenciar un Cristasol de un Cillit Bang.
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La docuserie recorre, en capítulos de 45 minutos, los pasos que la familia Pombo ha dado en el último año: del nacimiento de la hija de María, Vega, hasta la pedida de mano de Luis Zamalloa a Marta. También aborda la jornada laboral de una influencer al uso: entrevistas con Glamour, shootings de premamá y errores vitales, como su presencia en La Resistencia, el programa presentado por David Broncano que, afirma, se arrepiente de haber visitado.
Pombo es un popurrí de momentos dantescos que harían rabiar a cualquier persona que cobre el Salario Mínimo Interprofesional, sobre todo por la constante justificación de que lo suyo también es un trabajo. Las microcelebridades de nicho de chaqueta de pana cayetana siguen emperradas en comparar carreras sin caer en la conclusión de que, a gran parte de la población, le parece bien que su vida laboral sea más complicada de ajustar en un papel virtual de la Seguridad Social. La única envidia que me da es que, muy probablemente, nunca haya tenido que emplear el sistema Cl@ve.
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“No hay conversaciones muy profundas en mi familia”, expresa Vitu Norris, el apodo que Marta ha acuñado para su padre, siempre con un pero en la boca. Papín es descarado, es la versión castiza de una soccer mom americana, pidiendo siempre lo mejor a sus hijas y no aceptando un ‘no’ por respuesta. Pombo no sólo es una amalgama de personalidades de Chamberí, pues también aborda la esclerosis múltiple de María y de su madre, sus embarazos, las relaciones y el amor profundo por las tradiciones que profesan entre sus familiares.
Como todo en esta vida, nadie quiere verlo, pero todo el mundo acaba dándole al play.