Nahia Alkorta aún recuerda con detalle el parto de su primer hijo en el año 2012. Dejó un plan de parto escrito en el que explicaba su voluntad al personal médico de un hospital público del País Vasco. Los sanitarios no sólo ignoraron el documento, también a ella: así comenzó una serie de maltratos y tratos degradantes que le han condicionado como persona y como madre.
Una frase se repite constantemente en su testimonio: “No he firmado nada”. Las secuelas de este abuso todavía perduran en ella. “Para mí no es agradable ni fácil acudir a una consulta médica hoy en día”, revela a Infobae España.
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En Mi parto robado, publicado este noviembre, Nahia denuncia el trato infantilizador y deshumanizante que recibió aquel día. “Me han tratado como un cerdo en el matadero”, expresa entre las páginas. A Nahia le indujeron el parto con oxitocina o técnicas como la maniobra Hamilton, a veces sin informarla o incluso ante su negativa. “Puede pasarle algo a tu bebé”, le insistían los médicos. Pero las constantes vitales e informes posteriores demostraron que el niño estaba bien. Finalmente, en contra de las opiniones de la matrona y los deseos de la madre, decidieron practicarle una cesárea (innecesárea).
Su experiencia le llevó a emprender un camino legal que se ha abierto paso hasta la ONU. Nahia cuenta su historia y la historia de muchas mujeres que sufrieron episodios similares al suyo. Todos se recogen bajo un mismo concepto: violencia obstétrica.
Una realidad extendida
La violencia obstétrica recoge cualquier práctica o actitud médica que ignore los deseos, decisiones, necesidades, emociones y/o dignidad de las mujeres embarazadas, así como la de sus bebés.
Es un fenómeno difícil de medir, pero algunos datos pueden aportar pistas. Por ejemplo, las episiotomías: este corte es habitual, pues facilita la labor de los médicos. La ONU indica que su uso no debe superar el 20% de los partos. El Ministerio de Sanidad rebaja esa cifra al 15%. Y, sin embargo, en España se utiliza en el 26% de los partos, según datos de 2019.
También se abusa de las cesáreas: la OMS considera que la tasa ideal debe oscilar entre el 10% y el 15%. En España, la tasa media de cesáreas en los hospitales públicos es del 21,9%, mientras que llega al 37% en los privados.
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Así lo denuncia María, nombre falso de una enfermera madrileña que prefiere permanecer en el anonimato. En su hospital, “como en muchos otros”, cada día hay una cesárea a las 21:30 horas “porque los médicos se van a cenar a las diez”. Casualmente, después de la cena, alrededor de las 23:00 horas, suele seguir otra “para no dejar el trabajo a medias”.
La “hegemonía de la bata”
Para Javier Rodríguez Mir, especializado en antropología médica, no es solo un fenómeno médico, sino también social, que actúa a tres niveles: físico, institucional y simbólico.
Asegura que “muchas mujeres no son conscientes de que sufrieron violencia obstétrica” pues la normalizan y prefieren no cuestionar al médico. En la postura de estos sanitarios está uno de los problemas, explica la doctora Alejandra Martínez Gandolfi. “Somos hegemónicos, estamos acostumbrados a cosificar el cuerpo de nuestros pacientes”, comenta. El problema parte directamente de la educación tradicional, que pedía mantener distancia con el paciente.
Se sufre entonces una doble invisibilización: por parte de los pacientes, que no reconocen esta violencia, y por parte de los doctores, que no admiten ejercerla.
De hecho, la propia Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) no reconoce el término “violencia obstétrica” y abogan por denominaciones más positivas. La polémica reside en la primera palabra: violencia. Y es que muchos sanitarios que intervienen en el parto no consideran que causen daños.
Al hilo de la intervención de la ministra Irene Montero ayer en el Congreso, como hemos pedido los #ginecólogos @OMC_Espana y otros profesionales sanitarios, confiamos en que el término Violencia Obstétrica no se incluya en la nueva Ley del Gobierno. Recordamos comunicado (hilo) pic.twitter.com/vpeeV2RYQY
— Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (@SociedadSEGO) February 24, 2022
“Es muy difícil hacer autocrítica y plantearse si la manera en la que has estado trabajando puede suponer violencia o puede suponer un trato traumático para las mujeres. Pero discutir el término cuando lleva más de 100 años encima de la mesa, es un poco absurdo”, reflexiona Nahia.
Los tres defienden que estas prácticas responden a un sistema médico patriarcal. Nahia lo encuadra dentro de la violencia machista. “Me parece muy difícil que a un hombre le vayan a operar de apendicitis sin ningún consentimiento”, ejemplifica. Pide por ello formar al personal sanitario para evitar “seguir tratando a los bebés como trofeos y a las mujeres como contenedores”
“Me siento partícipe”
Esa hegemonía médica se da también de forma jerarquizada entre el personal sanitario: ignoran las recomendaciones de profesionales como las matronas, enfermeras especializadas en acompañar el parto, frente a las exigencias de los ginecólogos. Es por ello que Sandra, matrona dentro del sistema de salud madrileño, se siente partícipe de la violencia obstétrica “por omisión”.
“No saben que tienen delante a una señora a quien le tienen que explicar lo que están haciendo y, por supuesto, tienen que pedir permiso. Porque yo he visto exploraciones vaginales, algo tan íntimo, para las que ni se presentan ni le piden permiso. Para mí eso es violencia obstétrica”, denuncia.
Sandra, que utiliza un nombre falso para no ser reconocida, explica que los protocolos sanitarios en España establecen un tiempo de cuatro horas de parto desde que se llega a una dilatación completa, al menos para madres primerizas. Pero estos no siempre se respetan.
“La mayoría de las cesáreas innecesarias son porque no se cumple el protocolo”, explica. Muchos ginecólogos intervienen antes de tiempo para “quitarse de encima” a la paciente. Un problema que se agrava con la falta de personal y la presión asistencial que sufren los sanitarios en España, causante del conocido síndrome del burnout o del trabajador quemado.
Esta matrona afirma que ha sufrido presiones para intentar convencer a pacientes a que aceptasen la epidural cuando no la deseaban para “meterle caña” al parto y poder darle más oxitocina (hormona necesaria para desencadenar el parto).
La culpa “todavía aparece”
Han pasado once años desde la experiencia de Nahia. Aun con una condena de la ONU a su favor (la segunda que recibe España por violencia obstétrica), confiesa que la sensación de culpabilidad es recurrente. “Aunque racionalmente soy muy consciente de que esto no ha sido mi responsabilidad, siempre te queda esa sensación de ‘¿y si hubiera hecho algo diferente?’”.
Le gustaría pensar que algún día llegarán las disculpas desde el Estado o sistema de salud del País Vasco, que considera “ejemplar” la actuación de los médicos durante su parto. “Me parece bastante bochornoso que en el supuestamente gobierno más feminista de la historia hayamos tenido que lidiar otra vez por el cumplimiento de estos dictámenes”.
Al menos, con su libro, espera dar pie “a esas conversaciones pendientes entre mujeres” y lograr que el tema deje de ser un tabú. “Si conseguimos eso, ya hemos ganado”.