Multidisciplinar, cercana e incombustible, Concha Velasco fue una artista que se granjeó el respeto de crítica y público por méritos propios. Su larga trayectoria profesional abarca muchas décadas, lo que unido a su extrema polivalencia hizo posible que varias generaciones la viesen destacar en múltiples ámbitos artísticos.
Nacida en Valladolid como Concepción Velasco Varona el 29 de noviembre de 1939, sus aptitudes para el baile encaminaron sus pasos hacia el Conservatorio Nacional, del que salió participando en compañías como las de Manolo Caracol o Celia Gámez. Tanto en el baile clásico como en el español, Velasco destacó por su increíble tesón y profesionalidad, lo cual también se extrapoló al mundo del cine.
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El nacimiento de una chica ye-ye
Su capacidad interpretativa pronto llamó la atención de los directores de la década de los cincuenta, quienes, tras sus primeras apariciones en películas como La reina mora (1955, Raúl Alfonso), vieron en Concha Velasco la encarnación de una España que necesitaba ver reflejada en la pantalla la esperanza de un futuro mejor.
En esta primera etapa, Velasco supo interpretar el papel de joven pulcra y decente, una “española de bien” como requerían las icónicas comedias del desarrollismo, tal como mostraba en Las chicas de la Cruz Roja (1958) o El día de los enamorados (1959).
No obstante, Concha Velasco jamás se atuvo a los cánones preestablecidos, sino que supo trasladar a la gran pantalla su propia personalidad carismática y desenfadada. Sus personajes siempre fueron el rival perfecto para sus coprotagonistas, haciendo alarde de una sagacidad, perspicacia e inteligencia deudoras de las grandes féminas del cine de Howard Hawks.
Junto a sus compañeros Alfredo Landa, Fernando Fernán Gómez, Manolo Escobar y, especialmente, Tony Leblanc ofreció una imagen de mujer decidida y fuerte, sin ceder a los melindres del estereotipo femenino del régimen.
A pesar de que contextualmente formó parte del plantel ineludible del cine del franquismo, Velasco siempre supo mantener su individualidad y resistencia a las imposiciones de la época, asumiendo retos interpretativos y personales.
De este modo, en los años sesenta llegaría incluso a consagrarse como intérprete musical gracias a la canción de Augusto Algueró para Historias de la televisión (1965, José Luis Sáenz de Heredia). Con su interpretación de La chica ye-ye Velasco entraría en la exclusiva nómina de yeyés europeas como France Gall, Sylvie Vartan o Sheila.
Mientras su éxito mediático se incrementaba, no dejó de ahondar en los retos interpretativos, alcanzando un enorme prestigio sobre las tablas con títulos de Sandy Wilson, Alfonso Paso, Muriel Resnik, José Zorrilla o Terence Frisby, a los que se unirían en décadas posteriores Antonio Buero Vallejo, Antonio Gala, Adolfo Marsillach, Marsha Norman o Tennessee Williams.
La mujer de la Transición
Como primera dama del cine español, Velasco denotó la propia evolución del cine patrio con una transición interpretativa que coincidió en el cambio político del país.
Así exploró todas las posibilidades artísticas que le ofrecía la carrera interpretativa, ahondando en papeles que se hicieron paulatinamente más complejos, cuyos roles se imbuían en un cine más comprometido y social como Pim, pam, pum… ¡fuego! (1975, Pedro Olea), Las largas vacaciones del 36 (1976, Jaime Camino), la arriesgada Esposa y amante (1977, Angelino Fons), La colmena (1982, Mario Camus) o la prestigiosa Esquilache (1989, Josefina Molina), por la que obtuvo su primera nominación al Premio Goya a mejor actriz de reparto.
Precisamente ese rodaje le posibilitó trabajar con una de las personas más determinantes en su carrera, Josefina Molina, quien le abriría las puertas al éxito en otro de los medios que Velasco dominó: la televisión.
Concha catódica (pero no solo)
Su papel en la serie Teresa de Jesús (1984), dirigida por Molina y escrita por Víctor García de la Concha y Carmen Martín Gaite, no solo marcó un hito en la televisión española, sino que otorgó una nueva dimensión a la carrera interpretativa de Concha Velasco.
En televisión también encontraría una nueva veta como presentadora, labor que realiza en variados programas a lo largo de las décadas, como Encantada de la vida y Sorpresa, sorpresa en los noventa, hasta Cine de barrio (de 2011 a 2020).
Entretanto, el cine y el teatro no dejaron de estar presentes en su vida, alcanzando hitos personales como trabajar bajo las órdenes de Luis García Berlanga en París-Tombuctú (1999) o subiéndose a las tablas para dar vida a clásicos como Hécuba o protagonizando las obras teatrales de su hijo Manuel Velasco en El funeral (de 2018 a 2020) o La habitación de María (de 2020 a 2021).
Su vida dedicada a la interpretación desembocó también en la obtención de numerosos galardones y tributos, entre los que destacan el Goya de Honor en 2013 o dos nominaciones, por la ya mencionada Esquilache y, a mejor actriz protagonista, por Más allá del jardín (1996). Tampoco ha de olvidarse que Velasco obtuvo cuatro premios del Círculo de Escritores cinematográficos (1958, 1974, 1996, 2010), dos Fotogramas de Plata (1974, 1984) y uno de Honor (2010), o la Antena de Oro por Teresa de Jesús (1984)
Pero, sobre todo, Concha Velasco siempre será la artista a la que, de tan cercana y familiar, se nos olvidó valorar como auténtica renovadora de la interpretación española. Alguien capaz de brillar con luz propia en ámbitos artísticos diversos y de abrirse camino en un contexto difícil que supo capear con profesionalidad, constancia y gentileza.
* Lucía Tello Díaz es Doctora en Cine y coordinadora del Grado en Comunicación de la Universidad Internacional de La Rioja, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation