
Después de una larga enfermedad, ha muerto Concha Velasco, la eterna ‘chica ye-ye’, pero sobre todo una actriz descomunal que estuvo al pie del cañón casi hasta el final, despidiéndose de las tablas solo dos años atrás, en septiembre de 2021, después de seis décadas de trayectoria.
También apodada como ‘la muchachita de Valladolid’, por la obra de Calvo Sotelo que interpretó en RTVE en el mítico Estudio 1, había sido hija de una maestra republicana y un militar franquista y siempre declaró que los abusos de poder a los que sometió a su familia su progenitor. Su pilar fue, en ese sentido, un regalo de su madre, un libro de Salvador de Madariaga, que le abrió los ojos y el pensamiento.
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Durante las posguerra se fueron a vivir a Marruecos, un entorno multicultural que también contribuyó a que construyera su personalidad. Cuando regresaron a Madrid, comenzó el capítulo de “quiero ser artista”, formándose en ese sentido en el conservatorio y en la escuela de danza clásica y española.
Comenzó muy joven, con tan solo quince años, bailando en La reina mora, en 1955 a la que seguirían numerosos títulos en los que aparecería como actriz de reparto y que fueron dotando a sus inicios de consistencia.
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Por entonces se la conocía como Conchita Velasco, un diminutivo que le acompañaría hasta los años setenta, cuando comenzó a trabajar papeles más adultos que se correspondían a los nuevos tiempos de la Transición, como Libertad provisional, en la que interpretaba a una mujer que ejercía la prostitución.

Como actriz juvenil y eterna pizpireta se consolidaría en los sesenta y su primer gran éxito como protagonista fue sin duda Las chicas de la Cruz Roja, que se encargaría de elevarla a icono popular de la época. Fue su momento de eclosión gracias a películas como El día de los enamorados, junto a Tony Leblanc, con el que formaría pareja en múltiples producciones.
Del star-system del franquismo a la liberación femenina
Pero ya en esa época, junto a las comedias blancas, también participaría en películas que abordaban temas más oscuros, como El indulto, en la que encarnaba a una mujer que había sido violada, quedando embarazada y a la que obligaban a casarse para mantener su honor.
Sabía cantar, bailar, algo que era necesario para mantenerse en el star-system del momento, y otro de los puntos álgidos en ese sentido sería La verbena de la Paloma, de José Luis Sáez de Heredia, al lado del galán Vicente Parra. El siguiente boom fue Historia de la televisión, que pasaría a la historia porque en ella interpretó la canción escrita por Augusto Algueró, La chica ye ye, sobrenombre por el que se le conocería para siempre.
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Continuó haciendo mucha comedia, pero los tiempos cambiaban rápidamente, y ya entonces el teatro se convirtió en su otra pasión. Entre sus grandes hitos, Las manzanas del viernes, que escribió Antonio Gala para ella, así como Hello, Dolly! (2001), en la que recogió el testigo de Barbra Streisand. Pero también su gran interpretación en Hécuba y sus últimas obras, escritas y dirigidas por su hijo, El funeral y La habitación de María.

Precisamente gracias al teatro conocería al que se convertiría en su marido, el productor Paco Masó. Justo cuando se encontraba en su momento creativo más interesante, estrenaría el musical Mamá, quiero ser artista, que la devolvió al espíritu de sus inicios.
En 1974, protagonizaría una película en la que cambió radicalmente de registro, Tormento, a las órdenes de Pedro Olea, director con el que haría algunas de sus interpretaciones más destacadas, como en Pim, Pam, Pum... ¡fuego! y más adelante, ya en su edad madura, Más allá del jardín.
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Otros grandes títulos de autor la avalaron, como Las largas vacaciones del 36, de Jaime Camino, donde conoció al director de fotografía Fernando Arribas, padre de su hijo Manuel Velasco, que no reconoció la paternidad hasta mucho después.
En esa época también participaría en películas icónicas como La colmena, Teresa de Jesús para televisión, o La hora bruja, de Jaime de Armiñán, que la convirtieron, por fin, en una actriz de prestigio.
Cambios de paradigma
Desapareció del cine, hasta que lo retomó ya en los años noventa, precisamente con Más allá del jardín. Comenzaría así una nueva etapa, en la que apareció en numerosas producciones, ya como actriz que no tenía nada que demostrar. Trabajó con Berlanga en París-Tombuctú, con David Trueba en Bienvenido a casa, en la serie Motivos personales, en Herederos, la versión española de Las chicas de oro y en Gran Hotel y Velvet.

Volvió a demostrar que el cambio de paradigma, esta vez a través de las nuevas plataformas, formaban parte de su idiosincrasia. ¿Por cuántos modelos de producción se movió Concha Velasco? Infinitos y, en todos, lo hizo bien. Su última producción en este sentido fue en Las chicas del cable, para la plataforma de streaming Netflix.
Concha Velasco deja tras de sí un legado tanto cinematográfico como teatral incalculable, digno de las grandes damas de nuestro país y por el que siempre se la recordará y que ha abarcado el franquismo, la transición y la democracia demostrando un talante intachable.
En 2013, recogería el Goya de Honor de la Academia. Había estado nominada por su papel secundario en Esquilache (1990) y por Más allá del jardín, siete años después. Memoria del cine español.
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