¿Cómo reflejar la dureza de la instrucción militar, criticar el sistema y a la vez hacer un terrorífico descenso a los infiernos por parte de un joven? La respuesta podría haberla tenido un tal Stanley Kubrick hace unos años, pero ahora esa misma pregunta se ha formulado en David Zonana, cineasta mexicano que con su segunda película ha demostrado que no hay empresa difícil si uno cuenta con la valentía y los medios necesarios para acometerla.
Dentro del cine mexicano actual, han ido surgiendo en los últimos años películas que de una manera u otra se han atrevido a cuestionar la autoridad y mostrar la cruda realidad en las calles. La pobreza de Los lobos, la hipocresía de las clases altas en Nuevo orden o el conflictivo día a día de Una película de policías han conseguido expresar, tanto en documental como en ficción, el malestar de un pueblo hacia su gobierno. Un malestar que ha llevado a los propios directores de cine a cuestionarse cómo han llegado hasta aquí, a intentar plasmar en imágenes el sentir de todo un país.
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“Heroico que surge de la necesidad de comprender como mexicano la violencia en el país, pero desde un punto de vista más integral, más de raíz y de fondo, entendiendo que la violencia al fin y al cabo es una consecuencia de otras problemáticas, no la causa de los problemas sino la consecuencia”, explica Zonana en una entrevista a Infobae España, en la que desgrana la serie de problemas latentes en su país y que en muchos casos desembocan en una violencia desmedida por parte de las autoridades, en este caso de lal Fuerzas Armadas en las que ingresa Luis (Santiago Sandoval), un joven con raíces indígenas que accede con el objetivo del día de mañana poder sustentar a la familia.
Reviviendo una tortura
“Me interesaba entende cuál era este terreno fértil que permite que la violencia florezca como florece en México, que por supuesto tiene que ver con disparidad social, con falta de oportunidades... aquí los jóvenes tienen dos opciones: o ingresar en las Fuerzas Armadas para sustentar a su familia y tener un seguro médico o ingresar en las filas del narcotráfico”, desvela Zonana, que en su primer largometraje, Mano de obra, ya había denunciado las desigualdades sociales y las calamidades de las clases sociales más bajas, en aquel caso a través de un grupo de albañiles que estaba compuesto por actores no profesionales. Una estrategia para hacer la ficción más veraz que ha repetido en Heroico.
Una vez Luis entra en el Heroico Colegio Militar, una escuela militar de las Fuerzas Armadas mexicanas, descubre la terrible realidad que se esconde detrás de la institución. No solo una férrera disciplina por parte de los oficiales, sino una crueldad inhumana por parte de sus propios compañeros, que lo someten a toda clase de torturas para llevarlo al límite de su humanidad, hasta que no quede un ápice de corazón en él. Un descenso a los infiernos que podría recordar al de La chaqueta metálica de Kubrick, pero detrás del cual está también un sinfín de testimonios y experiencias por parte de muchos jóvenes que vivieron un calvario similar al del protagonista de Heroico, tal y como asegura Zonana.
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“Para mí era importante, además de hacer una investigación exhaustiva para resaltarlo con realismo y con objetividad, contar con gente frente a cámara que haya tenido la experiencia, que en una escena yo les pueda preguntar y me digan cómo sería realmente. Tienen mucha información porque lo vivieron y para mí eso era muy importante y fundamental intentar hacer una película con estas características”, esgrime Zonana. “Porque un actor pues puede generarte algo, puede ser un camaleón y convertirse en otra cosa, pero ahí hay submundos que a un actor a lo mejor le tomaría años entender del todo las dinámicas. La forma de hablar, de moverse, la presencia... Es complicado”.
Heroico no es una experiencia fácil, pues implica en gran medida contemplar el tortuoso recorrido de un joven al que empiezan a desprovisionar de todo aquello que lo hace humano, pero resulta un lúdico relato sobre cómo funcionan este tipo de instituciones sobre las que tan poco sabemos en realidad dado su hermetismo. La violencia, aunque no apta para todos los públicos, sirve en este caso como herramienta para entender qué está sucediendo en el país azteca desde dentro.
“La violencia en el cine es una herramienta narrativa más como cualquier otra, como el diálogo, como el sexo... cualquier tipo de emoción o acción humana que ayuda a que la narrativa avance o que el personaje se desarrolle. Entonces yo muestro la violencia en medida que es necesaria en términos narrativos para que la historia eh sea lo efectiva que tenga que ser o que el personaje se desarrolle, lo que se tenga que desarrollar”, justifica el cineasta. “No muestro ni violencia gratuita, ni escenas sexuales gratuitas, ni diálogos gratuitos. El cine se trata justamente de eso, de no caer en lo gratuito, en lo injustificado y más bien tener un objetivo y una historia que se cuenta y las características que tenga la historia. ¿Pues si las tienes hay que mostrarlo, no? Lo que sea indispensable para que se cuente esa realidad”.