Han pasado 700 años de la ”Guerra de los Veinte Años” y el mundo vive sumido en un régimen titánico. Los hombres pueden subsistir en una sociedad de escasez gracias a un trabajo proporcionado por el gobierno con el que pueden obtener algo de comida y techo. Es un empleo que garantiza que no protesten, que siquiera piensen en la situación en la que viven. Las mujeres, que son apartadas del resto de la sociedad, solo son “animales parlanchines” que crían en granjas para procrear, su única función. Y todo ello sustentado por una religión con un único dios: Hitler.
Esta distopía nació de la imaginación de Katharine Burdekin, que publicó en 1937 su novela La noche de la Esvástica -bajo un seudónimo masculino- cuando el mensaje de Hitler comenzaba a llegar a Reino Unido. La Segunda Guerra mundial no había comenzado, pero Burdekin ya preveía la barbarie que traería un régimen nazi.
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En el libro imagina la deriva de la sociedad después de que la ideología nazi venciese. Pero 700 años después de la guerra, el nazismo ya no es una idea, sino una religión. Hitler, un dios rubio de dos metros creado por un ser todopoderoso, salvó a la tierra de la tiranía y desolación que había antes de su llegada. Los hombres están convencidos de que la dictadura bajo la que viven es la mejor forma de gobierno y no se plantean nada mejor.
Ya no quedan judíos ni cristianos, todos fueron eliminados por no profesar su misma fe y los pobladores de la tierra se dividen por su estatus: aquellos descendientes de los 3.000 elegidos por Hitler antes de morir, los alemanes arios a los que denominan “nazis” y el resto de hombres que nacieron en otros países. Las mujeres, sin embargo, son otra cosa.
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En este mundo, cuya historia ha sido distorsionada, aparece una mente crítica que va a intentar que el resto de hombres conozcan la realidad del dios al que adoran. Alfred, un inglés que ha peregrinado hasta el “Sagrado Aeroplano” que Hitler pilotó hasta Moscú para terminar con la Guerra de los Veinte Años, ha conseguido un manuscrito que cuenta la historia real: Hitler no fue un dios y los hombres y mujeres, que no eran solo máquinas de procrear, interactuaban entre ellos.
Alfred tiene que custodiar el manuscrito y conseguir que llegue a Inglaterra para publicarlo y desatar la rebelión. En su viaje se reencuentra con Hermann, un alemán nazi analfabeto, y ambos se toparán con Von Hess, un “caballero” descendiente de los 3.000 elegidos por Hitler, con el que mantendrán largas conversaciones en las que reflexionan sobre la vida, el gobierno y el destino del mundo.
Una mirada feminista
En la sociedad patriarcal dibujada en La noche de la esvástica las mujeres son tratadas como animales. Viven en guetos apartados de los hombres y solo se las utiliza para procrear y, aún así, no protestan porque han asumido ese papel. No tienen ningún tipo de valor más que el de tener hijos, incluso el concepto de violación ha sido eliminado. Para Burdekin, los sistemas totalitarios y de extrema derecha, como este que recrea, van de la mano de las sociedades patriarcales, machistas y misóginas, y es lo que trata de hacer ver al mundo con esta distopía.
A pesar de ser un precedente de otras obras distópicas como 1984 de George Orwell o El cuento de la criada de Margarit Atwood, La noche de la esvástica había quedado olvidado y relegado. Hasta su redescubrimiento en 1985, casi 50 años después de su publicación, había pasado desapercibida. De hecho, hasta este año no ha sido traducida al castellano. La editorial Rayo Verde ha desempolvado esta distopía olvidada que ya puede adquirirse en las librerías.