Estaba a punto de cambiar el milenio, Internet y todas sus posibilidades habían llegado a nuestras vidas pero, al igual que ahora, era complicado canalizar toda esa información para los usuarios, sobre todo para los adolescentes de la época que buscaban paraísos artificiales para escapar a la realidad que los rodeaba.
En ese momento, en Japón, se generó un término, el de los hikikomori, en su mayoría personas jóvenes que se aislaban dentro de las cuatro paredes de su habitación y que no querían salir al exterior, generándose un síndrome de aislamiento.
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Dentro de ese contexto surgió un proyecto que, visto desde la perspectiva actual, no deja de ser de lo más pionero y adelantado a su tiempo. El director Shunji Iwai, autor de prestigio gracias a películas como Carta de amor, Picnic o Historia de Abril, emprendió un proyecto multimedia hasta entonces nunca visto.
Comenzó a escribir una novela online al mismo tiempo que colaboraba con artistas musicales para crear a una estrella virtual de la música pop. Así, en tiempo real, mientras se desarrollaba la historia, empezaron a sacar singles de este ente inexistente. El primero fue Glide, que se convertiría en buque insignia de este proyecto y de toda una ola de sensibilidad low-fi en la que cundía la incomprensión, la necesidad de evadirse a través de sonidos utópicos y de escapar de una sensación de opresión casi existencial que marcaba el curso de los tiempos.
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La música para adentrarse en una nueva sensibilidad
Shunji Iwai se inventó a Lily Chou Chou. Lo hizo adentrándose en un proyecto que, a los ojos de la contemporaneidad, todavía resulta inaudito. Él quería captar el estado de ánimo de un momento muy determinado en el que la adolescencia se sentía absolutamente perdida entre el magma de posibilidades que se le ofrecía. Habían niñas que ejercían la prostitución, adolescentes que intentaban escapar del buylling y, en medio de todo eso, se erigía una fantasía, una diva abstracta que, a través de sus canciones, les daba paz y fuerza para enfrentarse al mundo en el que vivían, en el que se sentía fuera de lugar.
En aquel momento, no se trató de un mecanismo de marketing, todavía no existían esos conceptos predeterminados, pero lo cierto es que este proceso caló en el subconsciente de la cultura popular. Lily Chou Chou se convirtió en una especie de entidad colectiva.
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Y no es casual que siga apareciendo en diferentes obras de autores que la han reverenciado, como es el caso de Quentin Tarantino o más recientemente Kogonada, que la incluyó en su película After Yang, en uno de los momentos más reveladores de una película, que precisamente, hablaba de las relaciones entre humano y entes generados por Inteligencia Artificial.
Volviendo al relato en torno a Todo sobre Lily, Shunji Iwai contó con una cantante real para hacerse cargo de ese papel musical ficticio. Se trataba a de Salyo, que debutó en esta película poniendo su voz y que más tarde tuvo una carrera con cantante y como actriz, pero lo cierto es que su entonación, su forma de modular las melodías, quedaría para siempre incrustadas en el imaginario colectivo de una generación.
Ahora, después del estreno de la serie de Los Javis, La Mesías, y de la creación de ese grupo ficticio que es Stella Maris, en el que Amaia Romero adquiere un papel protagonista, de alguna forma resuena este proyecto en el que la música fue lo primero, precisamente como forma de acompañar a aquellos que lo necesitaban. Ya fuera cuestión de fe, o como forma de aferrarse a un mundo diluido en el que las canciones son capaces de crear nuevas experiencias, tanto emocionales… como tecnológicas. Pero sobre todo sensitivas y que sirven para acompañar y dejarse llevar por la experiencia.