La calefacción es la principal consumidora de energía de los hogares españoles. De hecho, según los últimos estudios, la calefacción es responsable del 63% del consumo energético, más que el de electrodomésticos, agua caliente, cocina e iluminación juntos. A la vista del dato, si deseamos lograr ahorros significativos en la factura energética, hay que ocuparse de la calefacción de forma prioritaria.
La cantidad de calor que se necesita no es la misma en todas las estancias de la vivienda. Por eso, lo ideal es aportar a cada espacio el calor adecuado, en vez de tener la misma temperatura en toda la casa. Un ejemplo:
- Estancias sin calefactar, en las que no se suele permanecer mucho tiempo, como un sótano o un trastero.
- Estancias frescas, que se deben mantener habitualmente entre los 15 y 17°C, como los dormitorios o los pasillos.
- Estancias con un nivel intermedio de calor, como la cocina, donde se desarrolla un cierto nivel de actividad física que hace que las necesidades de climatización sean moderadas. El nivel de confort invernal está en torno a 18 °C.
- Estancias más calientes, que son aquellas en las que se permanece habitualmente sentados, sin realizar ejercicio, como el salón-comedor. Estas se mantendrán entre 19 y 20°C.
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Ajustando adecuadamente la temperatura de cada estancia, es posible reducir la temperatura media de la vivienda aproximadamente en 1 ó 2°C sin pasar frío. Y cada grado menos de temperatura media de una vivienda supone reducir en torno al 10% el consumo de energía de la calefacción.
Otras formas de ahorrar en la factura
Mucha gente cree que, para consumir menos, es preferible mantener una temperatura constante (o casi constante) las 24 horas del día. Quienes defienden esta idea argumentan que si la temperatura de la vivienda desciende, luego habrá que utilizar más energía para recuperar la temperatura de confort. Sin embargo, la opinión de los expertos es unánime: se gasta menos energía apagando la calefacción por la noche o al ausentamos de casa que manteniéndola encendida.
La razón es sencilla: mantener una temperatura dada en el hogar -por ejemplo 20°C- exige un aporte continuo de energía, ya que la vivienda tiene pérdidas de calor, a través de los muros, ventanas o techos, que hay que compensar. Esta energía que el sistema debe aportar para mantener una temperatura dada será mayor cuanto más frío haga en el exterior… y cuanto peor aislada esté la vivienda.
Sin embargo, a medida que la casa se enfría, las pérdidas de calor se reducen, ya que la diferencia de temperatura entre interior y exterior es menor. Cuando se apaga la calefacción, el sistema deja de gastar energía para compensar las pérdidas de calor. Y la energía que se deja de gastar es más que la que se necesita para recuperar la temperatura.
Una buena ventilación de la vivienda permite eliminar olores y renovar el aire. Además, evita que se acumulen las emanaciones que proceden de los materiales del edificio y facilita que la humedad del aire en el interior sea la adecuada. Ventilar siempre conlleva una cierta pérdida de calor, pero ésta puede ser muy diferente en función de la técnica que utilicemos. Una forma habitual de ventilar es hacerlo “por etapas”, abriendo las ventanas de cada habitación durante un buen rato, manteniendo la puerta cerrada para evitar los molestos portazos o el enfriamiento del resto de la casa.
Sin embargo, los expertos en ahorro energético recomiendan una técnica alternativa: abrir a la vez las ventanas de toda la casa, manteniendo abiertas las puertas que comunican las estancias. Las corrientes que se producen permiten que el aire de la vivienda se renueve por completo en unos pocos minutos. Este sistema permite reducir el tiempo de ventilación, evitando, en buena medida, que las paredes se enfríen (volver a calentarlas conlleva un consumo extra de calefacción).