A principios del siglo XX, una pareja belga formada por Henry Oedenkoven e Ida Hofmann, compró una extensión de terreno en Ascona (en Suiza) para iniciar una colonia utópica en la que poder ser libres sin los condicionamientos sociales de la época. Eran vegetarianos, nudistas y no monógamos y sentían una especial inclinación por la experimentación con sustancias alucinógenas y lisérgicas.
La comunidad alcanzaría una gran repercusión dentro del ambiente intelectual, hasta el punto de que un buen número de artistas se trasladaron en algún momento a ese espacio que invitaba a la subversión, entre ellos, el escritor Hermann Hesse, los psicólogos Carl Gustav Jung y Otto Gross, el pintor Paul Klee, el filósofo Max Picard...
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Un retorno a las raíces
Pero, además, allí se creó un poderoso y revolucionario centro de danza, iniciado por Rudolf von Laban, uno de los grandes pioneros de la modernidad en dicha disciplina en la que tuvo una importancia fundamental Mary Wigman, bailarina y coreógrafa precursora de la danza expresionista y que debutó con una pieza que revolucionó el panorama a la que llamó ‘baile de brujas’.
La escritora argentina Paula Klein había escuchado hablar en su época universitaria sobre esta especie de comuna que se adelantó al ideario hippie en 1900 y, durante la etapa de confinamiento durante la pandemia volvió a resonar en su interior, ya que todo el mundo a su alrededor parecía querer escapar de las ciudades y refugiarse en el campo. Algo así como el deseo, o la necesidad, de abrazar de nuevo la naturaleza.
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“Sentí que tenía que volver a ese tema, investigarlo a fondo, porque de alguna manera tenía una conexión con el momento que estábamos viviendo, al mismo tiempo que resonaban una serie de cuestionamientos de mi generación”, cuenta Paula Klein a Infobae España.
A partir de ahí, la escritora, afincada en Francia empezó a construir un relato que parte del presente para escarbar en las raíces del pasado en ese espacio casi mitológico que supone Monte Verità para la protagonista, Verónica, una mujer que ha ido encadenando trabajos precarios en el entorno académico, que acaba de ser madre y cuya pareja le propone iniciar una nueva vida alejados del mundanal ruido en los Pirineos. Al mismo tiempo que investigue sobre ese espacio donde las mujeres ocuparon un papel fundamental, ella se replanteará su propio futuro.
Cómo cambia la historia desde la perspectiva femenina
La historia de Monte Verità tradicionalmente había estado contada casi siempre desde la perspectiva de los hombres y, lo que le interesaba a Paula Klein, y a su alter ego ficticio, Verónica, era precisamente poner en valor el trabajo que allí desempeñaron las mujeres y del pensamiento feminista que desarrollaron.
“La libertad era un tema fundamental dentro de los planteamientos de los montevideanos, porque lo que quería era escaparse de la jaula de hierro que decían que era la sociedad y el capitalismo. Pero esa libertad terminaron por pagarla cara las mujeres, porque una utopía no contempla el aspecto cotidiano, el coste doméstico”, continúa la autora. “Aunque fuera un matriarcado femenino, las mujeres pusieron el cuerpo, la crianza de los niños y las consecuencias del amor libre”.
La novela comienza con una recreación de esa primera actuación de Mary Wigman que escandalizó a la sociedad. “Ella aspiraba a encontrar la fuerza oscura que vive dentro de cada mujer con un gran instinto animal y todas sus reflexiones al respecto eran muy fuertes, muy viscerales”.
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Por eso, la imagen del fuego, de la hoguera, irá tejiendo de alguna manera el ‘leit motiv’ de la novela, algo que tiene que ver con el mito de las brujas, pero también con la necesidad que tiene la protagonista de desaparecer. “A lo largo del tiempo se ha utilizado esta palabra, bruja, de forma despectiva para perseguir a las mujeres y ya en esa época se reflexionaba sobre el término para darle otro sentido y convertirlo en un símbolo positivo repleto de rebeldía y empoderamiento”.
A Paula Klein le parece increíble que estas mujeres se adelantaran tanto a su tiempo y que vieran tan claras ciertas cosas que se no se volverían a tratar hasta la ola feminista de los años sesenta. Por eso, ella también, al igual que Verónica, intrigada por todos estos aspectos, emprendió un viaje a Ascona para empaparse de la geografía y de las pulsiones de ese lugar. “Toda esta gente en sus escritos hablaba de que la zona estaba cargada de una energía especial, muy femenina, incluso por la propia posición del terreno, a través de tres montañas que conforman las curvas de una mujer”. Parte de Las brujas de Monte Verità, surgiría precisamente de ese trayecto experiencial.
La escritora piensa que las utopías contienen en sí la idea de perfectibilidad, de llevar al hombre a lo más alto de sus capacidades creativas y morales, pero que, al mismo tiempo, contienen el germen de la perversión de todos esos ideales. Por eso, la mayoría han terminado mal. “Creo que no hay que pensarlas como fracasos, sino que cada utopía está destinada a existir en un determinado momento histórico”.
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Sin embargo, lo que sí le parecía interesante en este caso, era contar una utopía desde el punto de vista de las mujeres, salir del género masculino y hablar desde su propia voz propia. Por eso, no resulta casual que Daphne du Maurier (autora del clásico Rebeca), escribiera un relato sobre Monte Verità, aunque su verdadero foco, el Klein, siempre estuvo centrado en la amistad poco documentada que existió entre Mary Wigman e Ida Hoffman. “Había algo que me conectaba con libros tan importantes para mí como Las inseparables, de Simone de Beauvoir o incluso La amiga estupenda de Elena Ferrante”.
Paula Klein construye de esta manera una novela fascinante a medio camino entre la ficción y el ensayo, entre la realidad y la mitología, una roadtrip en la que la naturaleza, el misticismo y el elemento femenino se ponen en primer término para reflexionar en torno a todas las formas de represión a las que han sido sometidas históricamente las mujeres.