La investidura de Sánchez, vivida entre las protestas a las afueras del Congreso: “Échame una foto y vamos al bar”

La posteridad no recordará a este puñado de soñadores, a caballo entre la ignorancia y el fascismo, que pensaban que podrían forzar un gobierno diferente al que se ha votado en las urnas

Un matrimonio acude a la puerta del Congreso de los Diputados para protestar contra la investidura de Pedro Sánchez. (Infobae/Jose Carmona)

“Échame una foto y vamos al bar”, pide un hombre con una pancarta desplegada en la que teoriza sobre el atentado del 11M, con Marruecos y Francia como artífices del atentado. No es la única teoría descabellada del día. Hay gente en la puerta del Congreso de los Diputados, mientras se vota una investidura en la que participan 350 diputados electos de una decena de partidos de todo tipo de ideologías, convencida de que allí dentro no se cumple el orden democrático. Son las 13.14 horas y Francina Armengol acaba de declarar a Pedro Sánchez presidente del Gobierno de España, que ha logrado mayoría absoluta. La turba, afligida por la noticia, comienza a silbar. La mañana se ha echado a perder. Cuatro años de dictadura hasta las próximas elecciones democráticas, deben pensar.

Apenas veinte personas habían llegado a la puerta de entrada del Congreso de los Diputados a las 11.00 de la mañana, cuando la última jornada de la investidura llevaba dos horas en marcha. Una mujer reparte banderas de España con un agujero en medio, en teoría para protestar contra la Corona y Felipe VI, quién sabe si alguno no había recortado el águila franquista. El número de manifestantes no superaba al de policías desplegados, que también sobrevuela el escenario con un pequeño dron, aparato que los presentes se dedican a saludar, como quien reta a un duelo. “Hay que saludar siempre a todo el mundo”, dice el hombre que agita su mano frente al dron suspendido en el aire. No es, ni de lejos, el momento más raro de la mañana.

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A lo largo de la jornada, unas escasas 200 personas se arrejuntaron en el islote que sirve para separar las dos carreteras de la calle, aunque varias televisiones grababan y hacían conexiones en directo, dando espacio desmedido a este grupo, que arrancaba a cantar cuando las cámaras conectaban. Ilegibles pancartas contra las patentes, inconexos mensajes a favor de la separación de poderes, mensajes vacíos sobre la libertad y, eso sí, contundentes “hijo de puta” contra Pedro Sánchez.

“Me he pedido el día libre para venir, para poder estar aquí”, dice una mujer, ataviada con un folio donde se podía leer “Sánchez dictador”. Su responsabilidad patriótica le obliga a gastar vacaciones, tal vez el mayor alarde de compromiso con una causa. “Me da pena por los jóvenes, no tanto por mí”, asegura a Infobae. Tiene 49 años y promete que su lucha es por la democracia, sin izquierdas ni derechas. Eso mismo perjura otro hombre a gritos, aunque también reconoce que la mejor política es la de cerrar fronteras y prohibir cualquier religión que no sea la cristiana. “Ni de izquierdas ni de derechas, español”, insiste. No es el momento ni el lugar para desvelar a nadie sus errores, pero las proclamas fascistas conquistan poco a poco este reducido espacio. Cánticos presuntamente apolíticos y sin ideología en torno a la corrupción y la amnistía que en realidad guardan odio y ultraconservadurismo.

Una bandera con un agujero en la manifestación contra la investidura de Pedro Sánchez. (Infobae/Jose Carmona)

“Esto es un golpe de estado y yo tengo que estar aquí”

Hay que luchar con el pueblo contra estos hijos de satanás”, dice otra de las pocas mujeres asistentes. Incluso sus compañeros la miran con recelo. El Diablo no entraba en sus ecuaciones y tiene una difícil rima para los cánticos, que se basaban en “que te vote Txapote”, “PSOE, traidor, ni obrero ni español”, “se ha acabado, la fiesta del estado” y “es corrupto el que no bote”, este último para forzar a entrar en calor, que la mañana refrescaba. La policía vigilaba e impedía el paso a zonas de contacto directo con los políticos y algún manifestante se encaraba tímidamente: “¿Todo esto por el felón?”, dice un hombre a un policía, que responde con silencio y gesto de saturación.

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Los allí presentes, tal vez por la vigilancia que han hecho los medios dese el comienzo de las protestas en Ferraz, se desmarcan de posicionamientos políticos e intentan adueñarse de conceptos como la defensa de la democracia, pero sus tesis se van al carajo cuando llegan Frente Obrero, una formación reaccionaria de corte fascista, y Junta Democrática, sin contenido y sin gracia, pero con un megáfono potente. La sensación era que unos primerizos lideraban la marcha, ya que los cánticos y los altavoces se solapaban. En apenas diez metros, las rimas se volvían difusas, la falta de coordinación imperaba y una división partía el bloque en dos, aunque sus líderes se habían abrazado con efusividad al encontrarse. “Esto es un golpe de estado y yo tengo que estar aquí”, dice un hombre mientras envía un audio de Whatsapp.

No se hizo historia en las afueras del Congreso. Se consumó el próximo gobierno de España y Feijóo daba la mano a Sánchez en señal de reconocimiento democrático de una derrota electoral, un gesto que ha costado que llegara. La posteridad no recordará a este puñado de soñadores, a caballo entre la ignorancia y el fascismo, que pedía volver a votar porque el actual resultado no les había gustado. Se ha consumado el golpe de Estado, dicen, y regresan a casa con sus rojigualdas agujereadas.

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