Alcaraz resurge en las ATP Finals y no perdona la desesperación de Rublev

La mejoría del español fue patente, aprovechándose además a la perfección del naufragio del ruso, que no volvió a ser el mismo tras un fallo del juez de silla al final del primer set (7-5, 6-2)

Alcaraz celebra un punto contra Rublev (REUTERS/Guglielmo Mangiapane)

El tenis es uno de los deportes más exigentes que existen, si no el que más, a nivel mental. Que se lo digan a Andrey Rublev, que sufrió esta realidad con toda la crudeza posible este miércoles en su partido ante Carlos Alcaraz de las ATP Finals. Con 6-5 y saque para el español al final del primer set, un fallo del juez de silla, que dio por mala una bola del ruso que luego se comprobó que había sido buena, provocó que el destino del choque comenzase a escribirse: las esperanzas de alcanzar las semifinales las mantiene el número dos del mundo, que recuperó la consistencia perdida y sacó petróleo del naufragio del moscovita (7-5, 6-2).

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Cuando por fin encuentras al mosquito que te ha estado molestando toda la noche... Y se posa en tu rodilla.

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Hasta bien entrada la primera manga, Alcaraz no encontró la forma de doblegar a Rublev. Ambos tenistas mantenían su servicio sin demasiados sobresaltos, puesto que la primera oportunidad de rotura, que el murciano no pudo consumar, llegaría en el 4-4. Tendría que esperar un poco más, hasta el 5-5, para averiguar si realmente podía romper el muro y soñar con su primer triunfo en esta Copa de Maestros. Las celebraciones con el puño empezaron a volverse recurrentes a su lado de la red, por lo que se atisbaba el picorcito. Lo confirmó con un break sinónimo de 6-5, que le dejaba al borde del 1-0 en el marcador.

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Por momentos, el duelo fue a base de cañonazos, pero algo hizo ‘clic’ para mal en Rublev a raíz de ese error que tan mal le supo en las postrimerías del primer parcial. El enfado fue de los que hacen época por parte del quinto clasificado del ranking, aunque sería en el arranque del segundo set cuando sus demonios se apropiarían de él sin remedio y le privarían de cualquier opción de plantarle cara a Alcaraz.

Rublev, desquiciado frente a Alcaraz (REUTERS/Guglielmo Mangiapane)

Y Rublev nunca volvió

Como buen Capitán Garfia, Carlitos le había echado el garfio al encuentro a la hora de la verdad, en cuanto tuvo ocasión. Y, a diferencia de lo que le ocurrió con Alexander Zverev, ningún ‘cocodrilo’ iba a venir a reventarle la fiesta. De hecho, lo de reventar se lo dejó a Rublev, desatado para mal en el primer juego de la segunda manga. Entonces, Alcaraz volvería a protagonizar una rotura que su adversario hizo lo más literal posible: arreó primero un porrazo a la raqueta para destrozarla después, con varios impactos totalmente carentes de suavidad contra su rodilla.

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La locura se adueñó de tal manera de Rublev que los mamporros con los que decidió autolesionarse le causaron una herida notable en la pierna. Mientras estaba centrado, su golpeo era de otro nivel. El problema es que ya no hubo forma de que se reenganchase a lo que sucedía en la pista: las quejas y el cabreo se lo llevaron por delante. Alcaraz ganó, pero también hay que decir que el campeón del último Masters 1000 de Montecarlo puso muchísimo de su parte para perder.

El número uno del mundo en tenis, Carlos Alcaraz, tiene tres hermanos. Dos de ellos están también metidos en el mundo del tenis

Alcaraz intentaba gustarse, y lo consiguió. Confirmado el break sin problemas, se puso manos a la obra incluso con el espectáculo. Si el chico de El Palmar te hace una dejada, le pagas con la misma moneda y remata el punto con un gancho de derecha, está claro que la sonrisa no se le va a borrar tan fácilmente del rostro. La velocidad de crucero que atesoraba seguía sacando de quicio a Rublev: no podía ni con sus saques ni con su derecha ni con su resto.

Alcaraz en acción (EFE/EPA/ALESSANDRO DI MARCO)

Era una lucha que el pupilo de Fernando Vicente no podía solventar de ninguna manera, ya que peleaba a la vez contra Alcaraz y, sobre todo, contra sí mismo. Intentó no tirar la toalla como buenamente pudo, pero desconectarse de tal manera de un enfrentamiento de primer nivel acaba pagándose caro antes o después. En cuanto hubo oportunidad de amarrar el triunfo, el ganador de Wimbledon lo hizo: tres juegos en blanco consecutivos (uno sirviendo, otro restando y otro sacando de nuevo) le permitieron decir ‘aquí estoy yo’. Porque su última palabra aún no ha sido pronunciada en Turín.

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