A Pedro Acosta no le apodan ‘El Tiburón de Mazarrón’ por casualidad. El recién proclamado campeón del mundo más joven de la historia de Moto2 tiene un vínculo con el mar imposible de eludir. Porque el éxito al que parece abonado no podría entenderse sin el apoyo incondicional de su padre, pescador y diseñador del primer logo del piloto. El que le llevó a ser tildado de escualo y por el que se le conoce en un mundillo del motociclismo que, con apenas 19 años, ya se rinde ante él: MotoGP le espera, desde el siguiente curso, después de haber conseguido dos títulos en únicamente tres temporadas en el Mundial.
Acosta, ante todo, es un piloto centrado. No va a hacer amigos en la competición, lo reconoce sin tapujos, sino a brillar al máximo. Le pese a quien le pese. Con Casey Stoner y Kevin Schwantz como referentes, su trayectoria ha sido fulgurante desde que fue campeón de España de PreMoto3 en 2017. En 2020, se llevó la Red Bull MotoGP Rookies Cup. En el considerado escalón previo a la élite, el FIM CEV, llegó a ser tercero ese mismo año. En 2021, subió la apuesta al máximo nivel: llegar a Moto3 y ser campeón del mundo en su estreno en este campeonato.
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La cilindrada intermedia se le resistió en 2022, cuando terminó quinto, pero no ha sido el caso en 2023. Tan fulgurante está resultando su estrellato que Gas Gas se ha asegurado sus servicios para la categoría reina, donde va a ocupar el asiento que dejará vacante Pol Espargaró. Las cosas pintan realmente bien para la joven promesa murciana, que no lo ha tenido nada fácil para poder cumplir sus sueños y dedicarse a la pasión que ha vertebrado su vida desde bien temprano.
Sin dinero para pagarse un mono
El pequeño de casa y único chico entre tres hermanos, Acosta acabó aficionándose a las motos debido a la pasión que sentía por ellas Pedro Acosta sénior. Eso sí, le costó lo suyo que su retoño compartiese afición: aunque Pedro júnior tuvo la primera montura a los cuatro años, tardó un tiempo en ver las dos ruedas como algo en lo que volcarse. Incluso practicó otros deportes, especialmente las artes marciales, antes de que el flechazo con el motor fuese ineludible.
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Cuando estuvo claro que iría a por todas, el cabeza de familia, ni corto ni perezoso, decidió hipotecar su barco, con el que la familia había salido y sale adelante, en busca de financiación para la carrera deportiva del chaval. Quería estar seguro de que la aventura podía llegar, nunca mejor dicho, a buen puerto. Por eso, le dijo al descubridor del niño: “Le tienes un par de semanas a prueba y si no vale, que se dedique a otra cosa”.
Pero valía. Vaya si valía. Lo cual no quita para que Acosta se encontrase con dificultades en el camino hasta la cima. A pesar de los esfuerzos del progenitor, tuvo que pedir dinero a amigos y familiares para poder costearse un mono. Más tarde, hace escasas tres campañas, no tenía moto para estar en Moto3 y, a última hora, apareció el equipo Ajo-KTM.
El resto de su periplo ya es leyenda. Y, a tenor de las últimas declaraciones del Tiburón, esto sólo acaba de empezar: “Por ahora, la moto vamos a decir que está un pasito por detrás para ganar un Mundial. Pero en dos años, para suerte o para desgracia de alguno, KTM va a ser la mejor moto de la parrilla”.