El año pasado se llevó todos los premios posibles gracias a su interpretación en Cinco lobitos, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa en la que encarnaba a una madre primeriza que se enfrentaba a la enfermedad de su progenitora.
En estos últimos meses la hemos visto en Els encantats (Los encantados), de Elena Trapé, en la miniserie Citas (Barcelona) y esta misma semana ha estrenado al mismo tiempo El maestro que prometió el mar, de Patricia Font y Un amor, la adaptación de la celebrada novela homónima de Sara Mesa que ha dirigido Isabel Coixet y por la que su compañero de reparto, Hovik Keuchkerian ganó en el pasado Festival de San Sebastián la Concha de Plata.
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En Un amor, Laia Costa se mete en la piel de Nat, una mujer traumatizada por su pasado que se refugia en un pueblo perdido para escapar del mundanal ruido y, dentro de esa pequeña comunidad alejada, sufrirá toda clase de pequeñas violencias, al mismo tiempo que sentirá una irracional atracción hacia uno de sus vecinos, un ermitaño al que llaman ‘el alemán’.
¿Cómo ha sido la experiencia a la hora de adentrarse en este personaje?
Pues ha sido uno de los procesos creativos más hermosos que he vivido, porque a nivel profesional estoy muy orgullosa de lo que hemos hecho. Creo que, a nivel creativo, Isabel Coixet ha dado un paso evolutivo brutal, desde una perspectiva muy nueva y a través de una historia muy rompedora. Tengo la sensación de que es una película que remueve e incómoda, y eso está muy bien.
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En cuanto a mi personaje, es uno de los que más me ha hecho reflexionar a nivel humano sobre las relaciones que tenemos, sobre lo que significa juzgar y empatizar. Es difícil encontrar un proyecto tan importante a todos los niveles y compartirlo con gente a la que admiras y conectas. Es la única manera en la que entiendo mi profesión, el cine como forma de compartir la vida.
Ha encadenado algunas películas que han sido importantes para el cine español, y no sé si es casualidad, pero todas están dirigidas por mujeres
Mira, en un momento dado de mi carrera me di cuenta que había trabajado mayoritariamente con hombres. Me dio que pensar y quise tenerlo en cuenta. No sé si ha sido algo inconsciente, pero a partir de entonces los proyectos que he ido escogiendo me han llevado a ese lugar y he hecho muchas películas con directoras. Y he descubierto que trabajar con ellas me apasiona, porque tienen la capacidad de dudar delante de su equipo, y eso genera una complicidad colaborativa mucho más horizontal. Además, no gritan. En Un amor, el 80% del equipo eran mujeres y me sorprendió mucho la calma y el silencio con el que todo se hacía. Es increíble trabajar desde ese lugar, el de la no autoridad, que genera mucha confianza y permite que las cosas fluyan.
“Se ha idealizado la figura del artista torturado. No creo en el arte torturado”
¿Adiós al prototipo de director hegemónico que impone su voluntad y trata mal al equipo?
Es que, ¿sabes? Siento que no se consiguen cosas más interesantes así. Si yo voy a un set de rodaje y tengo desde la dirección gritos y presión, estrés, no sé si voy a ser capaz de crear desde un lugar de disfrute, de profundidad, de confianza. Yo creo que a veces se ha idealizado la figura del artista total. Como reconcentrado, que crea desde el dolor, torturado. No creo en el arte torturado.
Eso también ha llevado a que muchos autores (hombres), piensen que deben exprimir a los actores para sacar lo mejor de ellos
Creo que los sentimientos de desesperación, de tristeza, de angustia, son para los creadores momentos de mucha fructificación. Tenemos miles de ejemplos de gente que piensa que si es feliz, no es capaz de crear. Pero eso, como intérpretes, no se cumple en absoluto. Yo cuando mejor me lo paso y cuando más disfruto es porque estoy tranquila y coincide con las mejores experiencias y resultados a nivel actoral que he tenido.
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Es cierto que cuando empezó su carrera no había tantas directoras en nuestro país, sin embargo, en estos últimos años se ha producido un boom. ¿Cómo ha percibido ese cambio de paradigma?
Estamos asistiendo a un momento increíble, esta nueva oleada de voces que además tienen una repercusión y un prestigio a nivel internacional. Pero por esa misma razón admiro tanto a Isabel Coixet, porque ella estaba ahí desde el principio, lleva 30 años de carrera, así que ha sido referente para toda esa nueva generación de directoras porque prácticamente no había muchas más. Ella nunca ha tenido las facilidades que hay ahora y, si hoy sigue siendo difícil ser mujer en esta profesión, levantar un proyecto, imagina en su momento. Eso lo respeto muchísimo y admiro. Pero, por otra parte, a pesar de lo que hayamos avanzado, las cosas siguen estando igual. ¿Para quién van los grandes presupuestos? La mayoría de las mujeres se mueven en el ámbito independiente y hay una frase de Isabel que me gusta mucho: yo quiero dinero, quiero poder hacer una película con dinero y si me equivoco, hacerlo como lo pueden hacer los hombres.
Ya había trabajado con Isabel Coixet en la serie Foodie Love, supongo que eso le generó mucha confianza
Nos creó un lazo y eso fue muy importante a la hora de abordar este personaje, que era muy complicado, tenía muchas capas, muchas aristas y, sobre todo, generaba mucha extrañeza, tanto en el libro como en la peli, porque no sabes bien cómo ubicarlo.
¿Cómo se acercó a Nat?
Mira, cuando investigas un personaje, el proceso creativo es muy curioso y muy juguetón, porque es como si abrieras muchas puertas. Intentas buscar todas las caras y facetas. Para que te hagas una idea, estos recorridos a veces no hace falta que sean muy profundos, porque el personaje es más secundario o no lo pide el guion. Sin embargo, en este caso requería una inmersión total y completa, porque es la protagonista absoluta y es muy compleja. Entonces fui abriendo puertas y a veces llegaba a conclusiones que, más o menos, veías desde el principio, pero en otros casos, alucinabas con el proceso, porque a nivel personal me he llevado muchas lecciones.
Una de las puertas que abrí fue la de su profesión de traductora para refugiados que han vivido situaciones de violencia extrema en crímenes de guerra. Cuando empecé a investigar sobre eso, me reuní con gente que ha estado durante años, nueve horas al día escuchando sobre la crueldad humana en primera persona y te das cuenta de que, a nivel clínico, de salud mental, es un perfil que está estudiado, en el que se da la ansiedad, la depresión, el trastorno de estrés postraumático, el ‘burnout’ o síndrome del desgaste profesional, la anestesia emocional. Y hablando con Nathan Berhelsen, que es doctor por la Universidad de Minnesota experto en tratar a supervivientes de torturas me dijo, sin haber leído el guion, que entendía perfectamente a Nat.
Experimentar con el dolor a través del cine
La empatía a la hora de entender a alguien que nos provoca un juicio o un rechazo es muy más compleja. Así que intenté hacer un ejercicio como experimento. Durante un fin de semana, me puse tres películas documentales. Una fue Viaje al corazón de la tortura, de la propia Coixet, y dos que hablan sobre los crímenes de guerra desde el punto de vista del perpetrador y de la víctima, que eran The Act of Killing y La mirada del silencio, de Joshua Oppenheimer. Los vi seguidos un sábado y, el domingo, no quería comer, no quería ir al cine, no quería jugar con mi hija ni hablar con mi pareja. Cualquier cosa que me decían, me resultaba superficial. Hubo como una especie de anestesia emocional por mi parte solo con ver tres documentales. Así que pensé, imagínate vivir eso durante tanto tiempo. Este es uno de los procesos que utilicé para entender con el personaje.
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Y después, están las violencias cotidianas que sufre Nat día a día
Estas violencias domésticas las sufrimos a diario, a mí esta mañana mismo me ha pasado. Y es algo que tenemos tan normalizado que creo que, a nivel general, todas las mujeres lo tenemos asumido para intentar no molestar, no parecer exageradas. Porque si tú dices que eso es violencia, entonces te conviertes en una persona incómoda. Estamos educadas para que esto se permita, porque entonces vienen las etiquetas, que son normas no escritas y se encargan de invisibilizarnos para que nos callemos.