Imagina que estás en pleno vuelo y que, de repente, una voz por megafonía avisa de que los pilotos han quedado incapacitados y necesitan a alguien que pueda aterrizar el avión. ¿Crees que serías capaz de hacerlo? Aunque obviamente no podríamos tomar los mandos de un avión ni aunque un profesional nos diera instrucciones, hay muchas personas que ante esa circunstancia creen que podrían manejar una aeronave. Pero hay un dato curioso y es que la mayoría de esas personas que se muestran tan confiadas son hombres, tal y como reflejó una encuesta elaborada por YouGov en Estados Unidos el pasado mes de enero y que recogió The Washington Post.
El sondeo, en el que participaron algo más de 20.000 personas, mostró que casi la mitad de los hombres se veían capaces de aterrizar un avión, en comparación con el 20% de las mujeres. Ese exceso de confianza tiene un nombre en el campo de la psicología: el efecto “Dunning-Kruger”, un sesgo cognitivo por el que algunas personas se sienten más competentes y capaces que los demás, por lo que sobreestiman sus habilidades.
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Pero más allá de este fenómeno, hay otros factores de peso que hacen que los hombres, por lo general, tengan más confianza en sí mismos y se consideren más competentes que las mujeres en muchos ámbitos. Uno de ellos tiene que ver con cómo se construye la masculinidad a través del proceso de socialización diferenciada por género, tal y como explica a Infobae España la investigadora Virginia García Beaudoux. “Las diferencias en nuestros comportamientos y actitudes no tienen que ver con el sexo biológico, sino con construcciones sociales en torno a qué se espera de cada uno de los géneros y se nos socializa de forma diferente a hombres y mujeres. Si bien ambos construimos comunidad, pero nuestra forma de conectarnos desde la infancia es diferente”, indica la doctora en psicología.
Las niñas, por ejemplo, “tienden más a vincularse en pequeños grupos, a conversar y establecer intimidad” y, desde ese punto de vista, si una chica quiere destacar entre otras, “es ella misma la que baja el tono de cómo dice las cosas porque no quiere ser juzgada como una mandona”. Por el contrario, añade García Beaudoux, a los niños “se les incentiva a competir, participan en actividades que implican liderazgos donde hay gente que se impone” y no se les penaliza por mostrar “ambición, iniciativa o asertividad”, mientras que en el caso de las niñas esto puede ser percibido como algo más complicado.
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En la vida adulta, añade la experta, se traduce en que los hombres que lideran un proceso son quienes se llevan el crédito y tienden a hablar en primera persona del singular y, en cambio, “las mujeres utilizan la primera persona del plural”, de forma que hablan de “nuestro trabajo o nuestro equipo”. No solo hay una brecha salarial de género, explica la investigadora, sino que “también existe una brecha en la puesta en valor de los logros de las mujeres y en darse a conocer”.
Los hombres, debido a la educación que han recibido, tienden también a dudar menos, mientras que las mujeres suelen optar por “un perfil más bajo y plantear dudas para no parecer soberbias”. En un escenario laboral, esa reflexividad de las mujeres y capacidad de plantearse dudas “no se toman como algo positivo”, sino como una falta de confianza, sin embargo, ellos son vistos como personas seguras de sí mismas a las que se les puede dar una posición de liderazgo.
En esa misma línea se expresa Laura Pérez Ortiz, profesora de Economía en la Universidad Autónoma de Madrid, que asegura que “a los hombres se les educa con esa idea de que son capaces de hacer cualquier cosa”, lo cual no ocurre con las mujeres. “Cuando decimos que hay un sesgo de género, no es porque sea una cuestión de sexo, porque seas hombre o mujer, sino porque se te asigna un rol en la sociedad y esa idea de lo que te toca o puedes hacer va permeando”, añade la también docente en el Máster Interdisciplinar de Género.
Más allá del síndrome de la impostora
Esa falta de confianza por parte de las mujeres o sensación de no sentirse a la altura para realizar un trabajo cuando en realidad se tienen capacidades suficientes se conoce como el “síndrome de la impostora”, pero en realidad, insiste García Beaudoux, el problema va mucho más allá de ese fenómeno. Son esos procesos de socialización tan diferentes, así como los prejuicios y ciertas prácticas que no favorecen la inclusión de las mujeres en el espacio público, los que “calan muy hondo y de forma negativa en la autoestima desde la infancia”. Ese cuestionamiento de las mujeres sus propios talentos lleva incluso a que muchas abandonen sus carreras, añade la experta. “El problema de los liderazgos no somos las mujeres, sino la cultura y la forma de socializarnos”.
Las mujeres, además, a diferencia de los hombres, han sido socializadas con el sesgo de aspirar a la perfección, “una cruel autoexigencia”, indica la investigadora, por eso habría que empezar a educar en la idea de que “lo normal es ese aprendizaje por ensayo y error” que sí tienen los varones.
A su juicio, todos esos factores explican que muchos hombres en EEUU se hayan mostrado convencidos en una encuesta de ser capaces de pilotar un avión en caso de emergencia cuando no tienen conocimientos de aviación ni cuentan con formación para poder llevar a cabo una tarea tan complicada, al igual que realizar una intervención quirúrgica requiere de la experiencia de una persona profesional en ese ámbito.