Vestía de riguroso negro, fumaba como un carretero y siempre tenía a mano un vodka con naranja. Barba y gafas tintadas. Eugeni Jofra Bafalluy configuró un personaje hecho a su medida en los tiempos de la Transición y el aperturismo democrático, y consiguió con su look hierático entrar en todas las casas de la época gracias sus casetes de chistes y después con la televisión de entretenimiento que comenzaba a estallar con su desparpajo consumista en la década de los ochenta.
Eugenio fue así símbolo de una época y supo canalizar la necesidad de la audiencia y de los espectadores a la hora de reír a través de un humor que, aunque partiera de los chistes de toda la vida, se transformaba a través de su personalidad característica.
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Alcanzó la fama y sufrió las consecuencias de una depresión crónica que lo llevaron a la muerte y que, en estos tiempos de reflexión, daría lugar para un análisis en torno a los peligros de la salud mental dentro del mundo del espectáculo.
Nació en la posguerra en una familia humilde y heredó el oficio de su padre como joyero, pero había algo en él que no encajaba, se sentía atraído por el mundo del espectáculo y tras conocer a Conchita Alcaide, que se convertiría en su mujer y madre de sus hijos, inició una carrera musical junto a ella como el dúo Els Dos. Sin embargo, no sería esta faceta de cantautor catalán lo que lo llevaría a la fama. Lo que estaba por venir, jamás lo hubiera esperado.
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Un humor que partía de la tristeza
Comenzó a contar chistes, aunque él se consideraba un narrador de cuentos de humor. Y el choque con su semblante serio fue una de las claves para que alcanzara el reconocimiento, así como su marcado acento catalán y la introducción de palabras o expresiones que entroncaban con su lengua materna.
“Saben aquell que diu” fue una de sus frases de apertura icónicas, que se convierte también el nombre de la película de David Trueba en la que David Vergaguer interpreta a Eugenio y la que se encarga que narrar las vicisitudes de ese señor que se ocultó detrás de una máscara para hacer reír a la sociedad del momento.
Eugenio tenía pánico escénico, pero se las apañó para convertirse en un ídolo de los escenarios y la televisión. Era un hombre triste que intentaba hacer reír. De hecho, antes de fallecer, vaticinó que moriría, porque ya no podía más. Toda esa parte de su historia no se cuenta en el biopic que ahora se estrena, pero sí en documental sobre su figura que se puede ver en Filmin, dirigido por Jordi Rovira y Xavier Baig de 2018 y en su biografía póstuma (Libros Cúpula) escrita por su hijo Gerard, que nos descubre algunos aspectos inexplorados de su vida.
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“El humor no tiene nada que ver con estar contento, sale de las penas, es una válvula de escape para evadirse de la realidad trágica”, comentaba en humorista antes de su muerte. Eugenio había perdido a su mujer en 1980, y esa pérdida lo marcaría para siempre, aunque continuara con su carrera interrumpida hasta el día de su muerte, víctima de un infarto en pleno show en Barcelona en 2001.
Junto a Conchita se atrevió a salir al escenario, tocando la guitarra y cantando los coros, incluso compitieron para ir a Eurovisión. Aunque lo suyo eran los clubs nocturnos de la Ciudad Condal, ahí se bregó. Y entre canción y canción, contaba algún chiste de los que recopilaba desde que tenía uso de razón en una libreta. El día que su mujer se ausentó para asistir a su madre enferma, empezó todo. “Saben aquell que diu...”, y comenzó el show.
Éxito y fracaso vital
De su primer casete se vendieron 350.000 copias y en apenas unas semanas, se convirtió en un fenómeno, como lo sería cualquier éxito viral de nuestros días. Dentro de la parafernalia de los nuevos formatos televisivos, Eugenio entroncaba con la realidad del momento, todavía estancada y necesitada de referentes. Sabía cómo narrar, cómo contar, y ese fue su acierto. Algunos lo han considerado un filósofo de su tiempo, con esa cadencia, con esas frases lapidarias que lo decían todo. No era el gag en sí, sino cómo se contaba, con los silencios, con las pausas, con el ritmo, con el tono.
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“Murió de pena”, dirían sus hijos. Se envolvió en esa cosa efímera que es la fama y lo engulló. Intentó rehacer su vida, pero se encontraba en una vorágine de la que nadie fue capaz de sacarlo. Excesos, fiestas, mujeres, drogas, tres paquetes de tabaco diarios, alcohol, cocaína.
Cuando ya no tenía nada que aportar, se refugió en el esoterismo como fórmula de escape. Creía que imponiendo sus manos lo arreglaría todo. En la película de David Trueba esta práctica se encuentra presente, pero en un aspecto romántico: el de intentar curar a su amor, Conchita.